Religión

Almería y sus obispos desde 1714

  • Hubo prelados que se anticiparon a los tiempos, como el benedictino Anselmo Rodríguez, que intentó en 1790 que el Rey concediera libre comercio a los productos agrícolas del campo almeriense

Manuel Casares Hervás en su despacho, en 1983.

Manuel Casares Hervás en su despacho, en 1983. / Foto del libro “Azorín 1970”

Monseñor Antonio Gómez Cantero, que desde este fin de semana será el obispo coadjutor de la diócesis y en un futuro el obispo diocesano de Almería, está llamado a ser el vigesimocuarto que acceda al cargo en los últimos 300 años. Es tradición que cada nuevo obispo visite la localidad de Pechina para venerar la reliquia de San Indalecio, obispo fundador de esta diócesis, y celebrar la Eucaristía en su primitiva sede.

Desde 1714, año en el que Jerónimo del Valle Ledesma fue nombrado obispo y se mantuvo en el cargo durante ocho años, la diócesis de Almería ha visto pasar 23 representantes de la Iglesia. Algunos fallecieron aquí y otros saltaron a otras diócesis con mayor población y peso para Roma. Diego Felipe Perea Magdaleno (1735-1741) fue arzobispo de Burgos o Vicente Casanova y Marzol (1907-1921) arzobispo de Granada.

Posiblemente, entre los obispos almerienses de los últimos tres siglos quienes obtuvieron más cuota de poder fueron Vicente Casanova, que llegó a cardenal, y Ángel Suquía Goicoechea (1966-1969). Éste accedió al arzobispado de Santiago de Compostela y de Madrid y al cargo de presidente de la Conferencia Episcopal Española. Además, fue nombrado cardenal por el papa Juan Pablo II en el consistorio del 25 de mayo de 1985.

Suquía, que los más viejos de la capital le recuerdan subido en un andamio ayudando a los albañiles que rehabilitaban la Catedral, fue consagrado obispo de y en Almería el 16 de julio de 1966 y, luego, el 28 de noviembre de 1969, Pablo VI lo nombró de Málaga, ciudad en la que entró el 25 de enero de 1970.

En estos tres siglos de Iglesia en la provincia también hubo obispos mártires. Diego José Paulino Ventaja Milán, almeriense de Ohanes, fue encarcelado y asesinado en julio de 1936 junto al obispo de Guadix, Manuel Medina Olmos, y los sacerdotes Torcuato Pérez y Segundo Arce. Una escultura bajo la torre del reloj de la Catedral evoca al beato. También existieron prelados que impulsaron durante su pontificado las labores de asistencia social y creación de parroquias, como Manuel Casares Hervás. Más de sesenta nuevas se inauguraron entre 1970 y 1989.  

Casares padeció una enfermedad crónica tan grave que en 1988 la Santa Sede nombró al arzobispo de Granada, José Méndez Asensio, administrador apostólico de la diócesis de Almería, hasta que se hizo cargo el navarro Rosendo Álvarez Gastón, nombrado obispo el 12 de mayo de 1989; lo fue hasta abril de 2002. Curiosamente, recibió la ordenación sacerdotal en la Catedral de Pamplona, el 22 de julio de 1951, de manos de quien había sido previamente obispo de Almería, monseñor Enrique Delgado y Gómez que estuvo aquí desde 1943 a 1946.

A Delgado le suplió, en abril de 1947, Alfonso Ródenas García (1947-1965), un murciano de Bullas que llegó a Almería con 51 años y permaneció entre nosotros otros 18, creando el Colegio Diocesano, restaurando templos que habían sido destruidos o saqueados y coronando a la Patrona de la ciudad, la Virgen del Mar.

Antonio Gómez Cantero está llamado a ser el vigesimocuarto que acceda al cargo en los últimos tres siglos

También nuestra diócesis ha tenido obispos misioneros propuestos por reyes, como Bernardo Martínez y Noval, cuya “candidatura” fue avalada por Alfonso XIII al papa Benedicto XV y fue nombrado en diciembre de 1921. Gran escritor y sacerdote, al mes de ser nombrado obispo viajó por toda la diócesis a lomos de una mula, acción que repetía cada dos o tres años durante los doce que permaneció en la provincia. Fue el obispo que erigió un monumento al Sagrado Corazón de Jesús (cerro de San Cristóbal) y le consagró la ciudad.

Muchos almerienses habrán circulado u oído hablar de la céntrica calle de Santos Zárate, vía que fue erigida en honor del obispo de igual nombre que permaneció en el puesto entre noviembre de 1887 y 1906. Santos Zárate y Martínez, burgalés de nacimiento, tuvo mucho que ver en la presión social para la llegada del ferrocarril a Almería, además de crear el Monte de Piedad en 1900, levantar el palacio episcopal y traer nuevamente a los Padres Dominicos para ocuparse, como siempre, del culto a la Virgen del Mar.

También tiene una importante arteria de la capital el obispo José María Orberá y Carrión, valenciano de nacimiento que llegó a Almería el 23 de julio de 1875. Antes, había sufrido varios encarcelamientos y Pío IX le definió como “El mártir de Cuba”. En Almería, rápidamente se volcó con la provincia: escuelas, colegios, seminarios, fundación de conventos y, sobre todo, fue determinante en la atención social con las víctimas de la terrible epidemia de peste.

La frenética actividad pastoral de Orberá contrarrestó con la escasa presencia social de su antecesor, Andrés Rosales y Muñoz. Éste llegó a Almería en 1864 y estuvo hasta su muerte en 1872, pero estaba muy enfermo. En su primer año de estancia se instaló en Enix. No fue el único obispo que se retiró a un pueblo de la provincia para reponerse, ya que en 1808 Francisco Javier Mier y Campillo se refugió en Vélez-Rubio para sanar. Éste sufrió algunos achaques de salud, relacionados con los terremotos de 1804 y las epidemias.

Antes, Anacleto Meoro Sánchez fue nombrado obispo de Almería el 16 de abril de 1848 y lo fue hasta 1864. Durante los quince años anteriores hubo una prolongada vacante en el obispado y cuando Meoro desembarcó, procedente de Cartagena, se encontró con una ciudad pobrísima. Sus cartas y súplicas permitieron que en 1862 la reina Isabel II visitara Almería y conociera de primera mano la triste realidad de una ciudad empobrecida. No fue el único obispo que luchó por los intereses comerciales de los almerienses, ya que el benedictino Anselmo Rodríguez intentó a finales de 1790 que el Rey concediera libre comercio a los productos agrícolas del campo almeriense.

Otro obispo “guerrero” en la defensa de los intereses de Almería fue Gaspar Molina y Rocha. Llegó en 1742 y en 1744 entabló un pleito con el Ayuntamiento de Dalías por alteración de mojones en la linde entre la diócesis de Granada, a la que pertenecía Dalías, y la de Almería, en el paraje conocido como La Mojonera.

La Almería que, por el contrario, se encontró el 7 de julio de 2002 el que será antecesor de Antonio Gómez Cantero y actual obispo de la diócesis, el salmantino Adolfo González Montes, era muy distinta. Con niveles de riqueza jamás vistos, pero con una sociedad víctima de una fuerte crisis de fe. Siendo obispo de Almería, la Conferencia Episcopal Española le nombró presidente de la Subcomisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales y Diálogo interreligioso y de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe.

Antonio Gómez Cantero está llamado a ser el tercer obispo de Almería del siglo XXI y el 67º desde que San Indalecio llegó a la vieja Urci. Sería un buen momento para que a las autoridades municipales que corresponda adopten la costumbre de otras grandes capitales de conceder una vía pública con el nombre de sus antiguos prelados. Algunos ya la tienen, pero otros insignes obispos almerienses permanecen en el más absoluto del olvido social.

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