Ángeles Cortés despeina el aire con sus abanicos
Esta granadina de corazón almeriense lleva 47 años vendiendo abanicos y manteles a los viandantes en el Paseo
Más baratos, oiga, no va a encontrarlos. Ni más coloridos. Incluso, estos llevan en garantía la exclusiva del mejor aire almeriense para sofocar los calores estivales. Ángeles Cortés Fernández lleva toda la vida presentando sus manteles, excepcional muestrario de arte a ganchillo y colorido. Junto a ellos, en el suelo, sus abanicos. Pequeñas colas de pavo real que se abren, que juegan con el viento, regalando al mismo tiempo nostalgia y tradición.
Granadina de nacimiento, almeriense de adopción y de sentimiento, lleva 47 años apostada en las cercanías del Mercado Central. Desde ahí ha visto pasar zapatos, miradas, abrazos y gente. Millones de personas. Con la vista al cielo, al suelo, al frente, con hojas de ruta enmarcadas en ella.
Medio siglo en Almería. Una provincia que la ha enamorado desde el primer momento en que se conocieron, como dos jóvenes una nochevieja. Ahora los tiempos han cambiado. Los aires acondicionados y la crisis han azotado al negocio de los abanicos. Pese a todo ésto, ella sigue mirando el calendario con esperanza. "Son baratos", asegura "éstos los he aflojado mucho, para dejarlos a un buen precio".
Una mujer con gafas se detiene ante el puesto. Lleva varias bolsas colgadas en el brazo y pregunta. Cuánto valen, cómo están cosidas, cuántas tienes... Ángeles contesta con la veteranía de quien lleva toda una vida haciéndolo. Bueno, pues igual me paso luego, pero no, no me la apartes. Ésta no vuelve. Y su silueta se pierde por el Paseo de Almería mientras se recoloca las enormes gafas de sol. "Me quedo por aquí todo el año", manifiesta Ángeles. Ahora se acerca una pareja de extranjeros con una enorme cámara de fotos colgada del cuello. Miran los abanicos. El hombre sonríe y comenta algo, en inglés, con la mujer. Pero se marchan.
Ella los mira irse. Es amable, diferente. Con una mirada conoce de sobra las intenciones de quienes acuden al puesto. Se sienta, mira hacia delante. Toma un abanico del puesto y comienza a darse aire. "Me gusta mucho Almería, tiene cosas que me enamoran y creo que nunca me iría de aquí". Deja de hablar un momento y busca el horizonte entre el mar de coches y asfalto. "Es que no puedo quedarme con nada en concreto... son muchos años...".
Después coloca la silla, se sienta y ríe. Sostiene en la mano derecha un abanico. "Anda, hazme la foto, ¿cómo me coloco?". Con un suave movimiento vuelve a agitar el aire que la rodea. Como si lo hubiera estado haciendo toda la vida, solemne, despacio.
Mientras, la vida pasa agitada frente al Mercado Central, como hace 47 años.
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