Antonio de Torres Jurado Genial guitarrero (I)

El pasado viernes 19 se cumplió el 118º aniversario del fallecimiento de Antonio de Torres Jurado, el genial luthiers y reconocido "padre" de la guitarra española, nacido en La Cañada de San Urbano

27 de noviembre 2010 - 01:00

AL igual que el año anterior, el otro y el de más allá al equipo de gobierno Municipal, siguiendo su inveterada desidia y desconocimiento, le ha importado un pito un aniversario, aunque en este caso se tratase del de Antonio de Torres Jurado (1817-1892), uno de los más ilustres personajes de todos los tiempos nacidos en Almería. Reconocido internacionalmente con total propiedad como el creador de la guitarra española contemporánea. Pues bien, ni un recordatorio institucional de la Alcaldía, ni un sencillo acto en su barriada natal de La Cañada de San Urbano, a pesar de que el escandaloso (mal)uso dado a su vivienda-taller lo llevaba el Partido Popular como tema prioritario en su Programa electoral. Parecen asumir que la Cultura no le da votos, pero, y esto es lo desconcertante por paradójico, su inCultura tampoco le resta apoyos. En el capítulo de mañana abordaremos el tema con más calma.

De su muerte a las cuatro de la tarde del 19 de noviembre de 1892 se hizo eco la prensa local con una escueta gacetilla:

Anoche falleció en esta capital el célebre constructor de guitarras, nuestro querido amigo D. Antonio de Torres, artista de gran mérito conocido en toda España, principalmente en Andalucía donde eran buscadas sus guitarras por los más afamados tocadores.

El Sr. Torres, cuyo nombre vivirá imperecedero entre nosotros, fue premiado en diferentes ocasiones (¿) y de él podemos decir que ha sido el único constructor del armonioso instrumento andaluz que, salido de sus manos, alcanzaba gran popularidad.

¡Descanse en paz el tan modesto como inimitable artista, a quien no olvidarán sus buenos amigos y admiradores! (…)

La conducción de su cadáver tendrá lugar esta tarde desde la casa mortuoria sita en la Rambla de Alfareros.

Dado su enorme legado, el obituario resulta tan protocolario como parco en resaltar las metas conquistadas. Se olvida de que sus más bellos instrumentos no sólo eran buscados por tocaores flamencos, sino disputados por guitarristas clásicos de la talla de Julián Arcas, Francisco Tárrega, Antonio y Federico Cano, Miguel Llobet y posteriormente Pujol, Robles, Andrés Segovia o Regino Sainz de la Maza. Y de la meritoria Medalla otorgada en la Exposición Agrícola, Industrial y Artística de Sevilla en 1852. Ya no hubo más muestras de condolencia ni artículos laudatorios de la "intelectualidad" local. Tampoco al Municipio -presidido por Francisco Jover- le parecieron suficientes logros como para dejar constancia de su pésame en un Acta plenaria. En esto se dan la mano con los actuales munícipes conservadores.

Por causas no explicadas, Don Antonio falleció ("catarro intestinal agudo") en la dicha rambla de Alfareros, en casa de su primo Juan de Torres Pujazón. Un comentario llegado hasta nuestros días afirma que lo trasladaron aquí ya que el médico se negó a desplazarse a La Cañada para atenderle. Al día siguiente fue enterrado en el Cementerio Municipal de San José y siete años después -al no renovar los familiares el nicho- sus restos acabaron en el osario. Aunque no mandó ser sepultado con el hábito terciario, Antonio de Torres fue hombre de probada religiosidad; su condición de cofrade (1876) de la Hermandad de la Soledad, en la parroquia de Santiago, así como las misas encomendadas, lo indica.

En enero de 1891 había hecho testamento -ante el notario Mariano del Toro- de sus escasos enseres y de tres modestas casas en la propia barriada. Tras su venta, el total percibido por los herederos no bastó para saldar las deudas contraídas con un prestamista. ¡Pobre casi como las ratas y sus despojos arrojados al osario común!, triste final para quien, en palabras de su biógrafo oficial, José Luis Romanillos, Antonio de Torres era lo que Stradivarius al violín. Domingo Prats (Diccionario de Guitarras, Guitarristas y Guitarreros), Anthony Baines (Musicals Instrumentals) y la mayoría de especialistas ponen especial énfasis en las virtudes que distinguían a los cotizados ejemplares salidos de la inventiva creadora del genial cañaero: un sonido especial, potente y melodioso; armonía y belleza en su presentación final y la revolucionaria técnica (acabado pulcro, maderas nobles, tornavoz metálico, varillas de ensamblaje) que impuso como modelo a seguir en lo sucesivo.

Paralelamente, sobre su vida y obra surgieron ciertas leyendas urbanas que es preciso desmentir. Una de ellas le acusa de complicidad con el clérigo Martín Merino en el atentado fallido contra Isabel II en 1852 (al cura, sin más, lo ajusticiaron como único culpable). Otra bien extendida e igualmente falsa de toda falsedad: la falsificación de moneda legal ("duros sevillanos" de plata) en su taller de La Cañada y de que para ocultar el delito arrojó a un pozo los troqueles fraudulentos. Rizando el rizo, alguien mantuvo (hasta que Romanillos desmintió el absurdo) que la reina Isabel II lo absolvió (la pena era la de ¡cortarle una mano!) y, de propina, le concedió el título de "Don", al escuchar la sonora rotundidad de la guitarra desmontable, de cartón y 365 piezas, en la que sólo la tapa era de madera.

ALMERÍA-VERA

Para Torres la vida familiar resultó de capital trascendencia. Con ella experimentó penas y alegrías, bodas y entierros de la mayoría de sus hijos. La partida bautismal hallada confirma su nacimiento en La Cañada el 13 de junio de 1817 (fechas en la que nuevamente ocupaba el trono el indeseado e indeseable Fernando VII). Hijo único de Juan Ramón y María del Carmen, ambos de Níjar y ya mayores cuando el natalicio, su infancia -de la que pocas noticias nos han llegado- debió disfrutarla con desahogo dado que su padre era recaudador de impuestos reales del distrito de Almería. Posiblemente en el ejercicio de su cargo la familia se trasladó a Vera cuando Antonio tenía 12 abriles. En la villa levantina transcurrió una etapa agridulce de su dilatada existencia. Ahí aprendió el oficio de carpintero, vital para su futura actividad artística, aunque el estallido de la guerra tras el pronunciamiento carlista hizo que, sin cumplir los 17 años fuese incorporado al Regimiento de Lorca; sin embargo a los pocos meses ya estaba de regreso, licenciado. El temor a una posterior movilización motivó, posiblemente, la celeridad de su boda con la veratense Juana Mª López de Haro, efectuada el 16 de febrero de 1835 y contando la desposada con sólo trece años. A partir del siguiente año nacieron, sucesivamente: Mª Dolores, Josefa, Juan Manuel y Josefa María, fallecidos todos a los pocos meses de vida. Puesto que las desgracias parecen no venir solas, en 1845 enviudó de Juana al tiempo que su economía no es nada boyante; afortunadamente, actividades ajenas a la carpintería le permitió recobrar su antiguo estatus. Con el luto reciente reemprendió una vida nueva. Antonio de Torres Jurado eligió a la próspera Sevilla -con fructífera parada intermedia en la vecina Granada- como siguiente estación término. En la ciudad del Betis conoció a Julián Arcas y Francisco Tárrega, adquirió prestigio y consumó un segundo matrimonio con Josefa Martínez Rosado, del que nacieron otros seis hijos.

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