Un Arca de Noé con aire serrano y vistas al castillo de Tabernas
Juan Carlos Rubio García, guarda de coto de caza, tiene y cuida a diferentes ejemplares de varias especies · Los animales conviven juntos en un coto, donde el vecino tabernero acude cada día
Curro lleva un cascabel al cuello. Suena cuando salta, como si fuera un gato, sobre las piedras colindantes a sus tierras. Pero no es felino, aunque igual algo de eso tiene. Es un pequeño zorro de tres años impaciente, inquieto y que se ha enamorado del objetivo de la cámara. Al principio, con algo de intriga y luego, más confiado, intenta hincarle el diente. Juan Carlos Rubio García, guarda de coto, sostiene una pluma de ave en la mano. El animal la huele, le gusta, salta como para intentar cogerla. Sonido de cascabel. Roco contempla la escena desde lo alto de su estatura de mastín. Blanco, ojos marrones. Coge confianza rápido, explica Rubio, pero no hace nada. Pasea a sus anchas por la finca, al igual que lo hacen también unos cuantos gatos y la yegua en cuanto se ve libre. El tabernero comenzó a los 18 años a aprender el arte de la cetrería. Lo hizo de manera autodidacta. Tiene dos águilas Harry, el macho es más pequeño y abre el pico para ahuyentar a quien se acerca. Un "fuera de mis tierras" que el guarda entiende a la perfección. "Seguramente la hembra comience a preparar el nido en breve, por eso él defiende más sus dominios".
De casta le viene al galgo. Su padre ya trabajaba en la misma zona donde el joven ahora pasa buena parte del día. Durante aproximadamente 20 años conoció los misterios de los animales, y transmitió ese amor especial a su hijo. "A mí me gustan todos... cualquiera me vale". Juan Carlos Rubio empezó su andadura en el Mini Hollywood, en la reserva zoológica. A partir de ese momento, recuerda, todo fueron avances. Tuvo un búho, al que de cuando en cuando sacaba por el pueblo. "Muchos vecinos se quedaban mirando". No es para menos. En la guantera de su furgoneta lleva una imagen del ave, en la que mira hacia el cielo. "Después tuve que venderlo para poder comprar el águila".
Cada día que pasa le gusta más su oficio. "Es fácil tomarles cariño a los animales, nos enseñan muchas cosas". A él le han mostrado la importancia de una libertad que es desconocida en terreno urbanizable. "Sólo poder asomarse por aquí y ver el paisaje vale mucho la pena", explica. A lo lejos, el castillo de Tabernas y las primeras nieves de enero.
Deja de lado el paisaje. Está entusiasmado y orgulloso de la variedad de especies que cuida a diario. "Es costoso el mantenimiento, pero es lo que me gusta y es gratificante".
Barro en las botas, un camino por recorrer hasta llegar a la guarida del jabalí. Recoge en los laterales algunas hierbas. "Le gusta mucho comérselas, y si se las dais se hacen vuestros amigos". El recinto de madera donde este porcino convive con dos pequeños cerdas vietnamitas está un poco por debajo del cortijo. Rubio salta con agilidad la valla. En la mano, un par de ramitas tiernas y verdes que muestra al animal. Le llama. Nico acude a toda prisa. Huele, mira. Empieza a comerse el aperitivo. Se tumba, el guarda le rasca la panza. "Es como un perro, muy cariñoso". Una vez estuvieron a punto de matarlo. "Le he criado desde que era pequeño, ahora tiene cuatro años y le gusta mucho jugar. Comparte su espacio con dos cerdas vietnamitas. Son más tranquilos y suelen saber quién manda. Aunque a veces se les olvida. Pisan firme cuando van a por las hierbas. Nico les mira y parece decirles, que aquí no, que esto es mío. Pero no hace nada. Es tremendamente pacífico. Le gusta mucho salir de su recinto, pasear por la finca. Igual que los demás animales.
El amor por la naturaleza debe ser algo de familia. No sólo su padre y él, "mi sobrino lo pasa muy bien cada vez que viene, y si mi hijo me dice un día que quiere dedicarse a lo que hago... pues a mí me gusta".
Ha tenido que hacer uso del ingenio y de algunos elementos abandonados para fabricar algunas instalaciones. "Estaba todo abandonado y he tenido que fabricar buena parte de lo que ahora se ve".
Coge la furgoneta. Pasan las doce del mediodía. Antes de arrancar saca del bolsillo su teléfono móvil y busca un vídeo. El camino de tierra y la velocidad indican que el vehículo que recorre esa zona es una motocicleta. Como caída del cielo, un águila pequeña se posa en el espejo. Levanta el vuelo rápido y queda en la imagen, nerviosa. "Lo que me gusta de la caza con cetrería es que es una lucha entre animal y animal, que no interviene para nada la mano del hombre", apunta. Luego volverá a recoger sus animales. La mirada tranquila de Roco revela que se resiste a quedarse sólo.
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