Berja: el ‘sobrino’ de Salmerón

Cuenta y razón

Cuando Antonio Salmerón comenzó a estudiar en Tarrasa se hizo popular entre sus compañeros, que al conocer su apellido, dieron por hecho su consanguinidad

Litografía de Nicolás Salmerón.
José Luis Ruz

01 de mayo 2022 - 18:16

Bajaba por el Paseo cuando desde la terraza del café Colón oí una voz que sabía para mí, pero me hice el sordo y seguí acera abajo para tornar al poco y sorprender al llamador, un hombre muy mayor, menudo, traje negro viudo y con ojos a juego, vivos y brillantes.

-Te he llamado al pasar, me dijo.

-Sí, me pareció oír dos veces “Perceval”…

-Perdona hijo, es que se me olvida tu apellido…

Sería esta, quizás por corta, una de las pocas cosas de las que no se acordara don Antonio Salmerón Pellón (1882-1975) al que hacía poco que había conocido, como tanto bueno, de la mano de Jesús de Perceval, y congeniamos del único modo posible cuando se junta el que no sabe con el saber: hablaba él, escuchaba yo… y así seguimos tratándonos en Berja, cuando ya me llamaba por mi apellido y casi centenario buscaba la compaña de la juventud con la que se sentía a gusto; aún le recuerdo, “bazo” en mano, entre mi amigo Antonio Campos y yo en las barras de Gracián u Olallo.

Era prender la punta de un hilo para que don Antonio desbobinara el carrete entero de una interesante historia: y así le escuché contar su viaje de estudiante a Granada en mula por la sierra y con los bandoleros haciéndole al cosario el encargo de unas libras de chocolate como dulce peaje. La acción heroica de su suegro de la que ya me ocupé en este Diario, cuando estudiante de Medicina en Madrid se convirtió en ángel de la guarda de unos niños pobres que se adentraban en el estanque helado de El Retiro tras las monedas que les tiraban unos canallas disfrazados de señores… cosas por él vividas y otras oídas y aunque no solía recurrir a la experiencia política -habitado estaba aún el palacio de El Pardo- ocasión hubo en la que le oí narrar alguna, tal como la acontecida en tiempo de la primera guerra mundial cuando él mismo alzó en huelga a los panaderos de su pueblo.

Evocaciones estas en las que don Antonio dejaba ver su inclinación hacia la República y, por supuesto, hacia el presidente de la primera don Nicolás Salmerón a propósito del cual me viene siempre a la memoria lo que me contó en más de una ocasión y que yo saboreé con el mismo gusto con el que se vuelve a leer el libro cautivador… y es que llegó don Antonio para estudiar peritaje industrial a la escuela de Tarrasa. Pronto su simpatía le hizo popular entre un alumnado que, al saberlo almeriense y disfrutador del mismo apellido, dio por hecho que compartía sangre con don Nicolás y a las preguntas que sobre su parentesco le hacían se dejaba querer dando con la sonrisa un sí al parentesco con el político de Alhama al que no conocía y con el que ningún lazo familiar le unía.

Imagen Antonio Salmeron.

Así, feliz “sobrino” del prócer para sus compañeros y profesores, vivió el joven don Antonio un tiempo hasta que de pronto, como aparecen siempre los sustos, una mala nueva le tornó aquel sueño en pesadilla: la visita que en un par de días iba a girar como diputado don Nicolás Salmerón a la escuela, la que se preparaba ya para un solemne recibimiento por parte del claustro de profesores, pleno, y la asistencia del alumnado, obligatoria.

Se le vino el cielo encima al virgitano: ya se veía desenmascarado ante sus profesores indignados y sus compañeros burlones…y angustiado buscó el modo de salir de aquella trampa en la que había caído por el empujón de su vanidad boba. Barajó ponerse “enfermo”, “enfermar” a un familiar… cualquier cosa con tal de evitar aquel trance que ya apuntaba a dejarlo con el culo al aire. No pegó ojo aquella noche, vueltas y vueltas al colchón y a la cabeza en busca de solución, hasta que ya con las claras del día se le encendió la bombilla. A media mañana ya estaba a las puertas del domicilio de “su tío” en Barcelona solicitando ser recibido anunciándose sobrino carnal -y esto si era cierto- de don Francisco Salmerón Lucas un abogado que había sido pasante de don Francisco, hermano de don Nicolás y diputado por Almería. Salmerón le dio café, se interesó por su carrera y aunque oyó con atención la historia de marras ningún comentario hizo, por lo que nuestro don Antonio cuando puso el pie en la calle llevaba encima la sensación agridulce del recibimiento cordial y la ninguna respuesta a lo “suyo”… así es que para ser velada llegó también la noche, con lo mal que esta se lleva con los problemas a los que lejos de solucionar, agranda y enriquece.

Imagen Nicolás Salmerón.

Fantasma ojeroso pero trajeado y de punto en solfa se presentó aquella mañana en la escuela a la que halló de gala con todos de fiesta menos él; pronto los alumnos forman una fila en cuya cabecera se ha colocado, como “sobrino” del ilustre visitante, a un joven Salmerón al que le tiemblan las piernas al compás del alma entera. Esperanzado en que un imprevisto de última hora suspendiera el acto andaba, cuando se presenta la comitiva haciendo añicos el jarro de aquella ilusión... A punto del desmayo ve a don Nicolás que en compañía del director se acerca a la cabecera de la fila que señala el camino hacia el salón de actos; saludos a los profesores con los que procede a la revista de administrativos y alumnado y al llegar a la altura de nuestro sufridor, sin apenas detenerse, gira el torso y sonriendo le da dos palmaditas en el carrillo. Y así fue como con este gesto cómplice e inteligente don Nicolás Salmerón solucionó el problema, dejando de “sobrino” suyo, de toda la vida, al menos estudiantil, al joven don Antonio Salmerón quien sopló agradecido y miró al cielo de Tarrasa, que era el mismo de la ermita de Berja, para dedicar, torero, la faena a la virgen de Gádor.

No sé dónde leí que el emperador del Japón había declarado a un maestro lacador, por la transmisión amorosa de su arte milenario, “tesoro viviente de la nación”, un sensible título que sin duda hubiera otorgado a nuestro virgitano por transmitir tan bien la historia. Pero aquel monarca, que del sol naciente para abajo lo tenía todo, no tuvo la suerte inmensa, el privilegio, que tuve yo de escuchar a don Antonio Salmerón Pellón.

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