Bohemios, osos y el Indio Klondrihon
Crónicas desde la Ciudad
Sus nombres y apellidos jamás aparecerán en enciclopedias ni libros de Historia, reservados a tribunos y gobernantes, clérigos de mitra o espadones laureados. En cambio, su vida y obra nos resultan más cercanas.
SON diferentes y queridos, ajenos a frondosos árboles genealógicos; distintos en las formas y posiblemente en el fondo. Alma y carne del íntimo paisaje diario; a veces excéntricos y estrafalarios, a menudo blanco fácil a las crueldades de malnacidos. Con todo el cariño del que fui capaz me acerqué hace años a su mundo en una serie escrita para otro medio. No desespero en regresar a ellos desde Diario de Almería, conservando lo esencial y/o matizando fechas, situaciones y experiencias en el zurrón. Sin embargo, salvo algún nombre esporádico (La Reverte, Miguel el Vaca, Ciego de la Playa), había orillado a los actores almerienses de la farándula alternativa. Hoy traigo a estas páginas -en primicia o mínimamente publicitado- a un paisano del Levante y un par de espectáculos en desuso.
Hasta que en julio de 1921 inauguraron el Cervantes -el coliseo por excelencia de la ciudad- nuestros abuelos dispusieron sucesivamente del teatro Calderón (instalado en la iglesia de San Pedro el Viejo o de los Jesuitas, desacralizada en 1837; hoy de las monjas Esclavas del Santísimo), Apolo (1882), Teatro-circo Variedades (1885; Delegación de Hacienda en el Paseo) y el Novedades, sobre el solar del citado Cervantes. Y con anterioridad a todos el de María Cristina, más adelante de Campos (por su propietario, Bernardo Campos) y definitivamente teatro Principal. Abierto en 1833, hasta que lo derribaron a comienzos del siglo XX y en su lugar edificaron la casa de José Rodríguez Ramón (actual Banesto; obra señera del arquitecto Trinidad Cuartara), en su escenario tuvieron asiento tonadillas y sainetes, zarzuelas, ópera, comedias y compañías dramáticas. En el último tercio del XIX, reconvertido en Café cantante, la malagueña Trinidad Huertas "La Cuenca" bailó por primera vez la soleá vestida de hombre.
PRESTIDIGITADORES Y OSOS
Marchamos ahora al teatro Novedades para aplaudir en directo una atracción que causó furor en la ciudad, inédita: sesiones de prestidigitación y ocultismo. Finalizando febrero de 1891 en el establecimiento del Paseo del Príncipe se presentó el afamado "nigromante" Roberto Espinetti Makallister (pese a la tarjeta de visita del menda, lo mismo era de Argamasilla de las Mulas), con la no menos renombrada sonámbula, pianista y cantatriz Adela Zanavelli. El teatro se llenó tres noches seguidas para asombrarse ante los ejercicios del notable signore y escuchar a su paternaire interpretar obras de Liszt, Gostchald y otros maestros del pentagrama. Tan exitosa resultó la experiencia que nada más acabar, el Novedades ya tenía el relevo dispuesto en la persona del Conde Patrizio, al que prorrogaron contrato ya que en una semana no pudo zarpar el vapor a Málaga debido a una persistente tormenta. De este ilusionista sabemos que ejecutó "experiencias curiosas, juegos de escamoteo notables y suertes divertidas", entre ellas (el nombrecito era para echarse a temblar) "El Fusilamiento", su número estrella. Vamos, Uri Geller doblando cucharillas era un principiante al lado de signore Espinetti y el Conde Patrizio…
Mientras la burguesía se divertía, otro espectáculo más deprimente se desarrollaba a las puertas del teatro Principal a cargo de un domador de osos; un saltimbanqui ambulante que a cambio de unas monedas hacía bailar al animal encadenado. El redactor de La Crónica puso el grito en el cielo contra la farsa callejera -en parte con razón- pues cuando no respondía a las cabriolas ordenadas se ensañaba a palos con el desnutrido bicho ante el jolgorio de desocupados y mozalbetes ociosos arremolinados en círculo. Señor alcalde, esto debería prohibirlo, continuaba: ¿Y si el oso se suelta y arremete contra un niño causándole la muerte?, eso sin mencionar el horror que se apodera de las caballerías al husmear el peludo animal, que también pudieran desbocarse los caballos de los carruajes poniendo en peligro la vida de sus ocupantes y transeúntes. Ni puñetero caso le hizo el alcalde, a la sazón Agustín de Burgos, tío de Colombine. Los titiriteros siguieron ganándose el pan y el pienso con los osos y cabras al son del pandero y trompeta.
La práctica perduró en el tiempo. La década siguiente leemos en el diario decano:
"Bohemios.- Acampados bajo un porche provisional junto a la Caseta de los Prácticos del Puerto se encuentra una familia de bohemios (sin precisar raza ni procedencia) que llegó anteayer a esta capital con varios osos y otros animales con los que se ganan la vida exhibiéndolos al público. Ayer mañana no los dejaban en paz los chiquillos que se agrupaban en derredor".
Tales escenas debieron inspirarle a Antonio Bedmar Iribarne (Almería, 1865-1941) el lienzo titulado precisamente "El Oso", colgado hace unos días en el Museo Arqueológico. Según me comentaba Dionisio Godoy (espléndido el catálogo confeccionado junto a Mª Dolores Durán para la exposición inaugurada en el patio de Luces de la Diputación) está ambientada a espaldas del Ayuntamiento, subiendo a Las Perchas.
ESTÓMAGO BLINDADO
El ejemplar del semanario gráfico "Estampa" que ilustra la crónica cayó en mis manos y me picó la curiosidad. ¿Quién era el faquir Pedro Rubio, paisano de la desembocadura del Almanzora? Me hice con sendos ejemplares de El Castellano (1933) y El Telegrama del Rif (1935), diarios de Toledo y Melilla, y algo supe del sorprendente "estómago de avestruz". A mis amigos de la revista Axarquía les brindo la noticia por si les apetece profundizar en su biografía. Su gracia ya está dicha: Pedro Rubio Pelegrín, nacido en 1913 en Cuevas (a pesar de que en los papeles se reitera "de Vera", lo omito en evitación de suspicacias). Hijo de jornaleros, a corta edad sus padres emigraron a la región de Mostaganem, en el Oranesado argelino. Allí creció, trabajó y aprendió tres idiomas (árabe vulgar, francés, italiano) además del de origen. Al proclamarse la II República, dejó casa y familia y regresó a España intentando labrarse un futuro mejor. Pero las cosas no le fueron bien y a los pocos meses, sin un real, se encontraba sólo y abatido en un fonducho de Blanes (Gerona) cuando ocurrió un hecho singular. Suena a camelo pero existe un certificado (febrero, 1932) de tres prestigiosos médicos valencianos que avala su veracidad. Recordando que desde muy pequeño "advirtió que se hallaba en posesión de portentosas facultades", instintivamente se llevó a los labios un vaso de agua que había en la mesita de noche y, ni corto ni perezoso, comenzó a masticarlo como si tal cosa. Ahí vió la solución de sus penurias: explotar tan inexplicable don tragándose, previo pago, claro, cualquier objeto que cupiera por el tubo digestivo: clavos, piedras, cristales, alfileres, tornillos, bombillas, etc. Adoptó el nombre artístico de Indio Klondrihon, anunciándose en teatros de Cataluña, Valencia, Toledo (en el Colegio de Médicos, tras pasar por Rayos X, las radiografías destacaban nítidamente lo ingerido) y Melilla, donde hizo el servicio militar en el batallón de Cazadores destacado en el Rif. En Almería no debutó.
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