Boleros sin partitura
El lado 'humano' del tráfico de drogas
Un mulero cuenta su experiencia al poco de salir de la cárcel donde pasó cinco años después de ser detenido por transportar en el interior de su cuerpo bolas de cocaína
"Luego de cinco años largos en la cárcel, no me acostumbro a mirar a un lado y otro cuando cruzo la calle o una carretera. Un mal día me apachurrarán. En la prisión no hay coches, no hay semáforos, allí sólo se camina. ¿Sabe usted que soy capaz de saber quien ha estado en la cárcel por su modo de andar?" Diego Fernando es de habla perezosa como una tarde de siesta en el mes de agosto. No tiene prisa, a su compañera le faltan cuatro meses por cumplir condena en la cárcel de mujeres de Madrid, la de Alcalá-Meco, "sí adonde los engreídos y pretenciosos hijueputas cucarachas chuleaban a las mujeres. Bueno, a ella no le tocaron un pelo. Cuando salga, nos regresamos a nuestro país". Por momentos le viene una nublada de lienzos antioqueños que le enmudecen la palabra y el ánimo.
La estación de autobuses de Huércal-Overa se vacía tras la marcha del autobús camino de Cataluña. Diego Fernando acepta el cobijo de la cafetería, fuera queda la chicharrera de lumbre imposible. A Diego Fernando le fue más mal que a perro en misa, como él mismo asiente "¡y tanto! Mire usted: el que no conoce las vacas, hasta la boñiga lo embiste. Yo hice el transporte porque el perdido busca el monte. La necesidad fue la primera. La segunda vez, una vez metido ya en la rueda es difícil salir. Te achantan con la familia y esas cosas. ¿Me entiende, sí?" Sí, se le entiende, mejor, se le adivina la angustia de llevar en su barriga un kilo de cocaína repartido en dieciséis bolas de látex, o sea, condones.
Los boleros y las boleras que por tres mil euros se juegan la vida, una vida que en su país apenas vale unos pesos. Son la carnaza, la distracción, el cebo, que desvía la atención de los grandes alijos. "El viaje en avión es más largo que largo. No sabes a qué le tienes más miedo: a que te reviente una bola, a que te pillen a la llegada, a que una azafata te delate. Sí, las azafatas saben cuando llevamos carga. Mire usted, en nueve horas uno no bebe agua, no se levanta al servicio, se suda como un pollo. Eso lo ven las azafatas y si alguna te la quiere jugar te la juega. Sabes que a dos o tres les va a tocar y esperas que Diosito no te haya dado la boleta". No hay dos sin tres y a la tercera Diego Fernando llevaba el gordo.
La policía lo metió en una habitación bajo la sospecha de que llevaba droga en su cuerpo. Naturalmente, Diego Fernando lo negó hasta que los nervios le aflojaron el temple. "Yo sabía que no podía aguantar las setenta y dos horas que te pueden retener. Así que les dije que sí, que pasaba por los rayos X. De allí me llevaron a un hospital, me dieron laxantes y, afortunadamente, expulsé las bolas que llevaba porque alguno ha muerto al romperse el látex; hace poco, cerca de aquí, murió uno". No recuerda el nombre del pueblo, Mojácar. "¡Eso es, Mojácar!, que lo supimos en la cárcel porque ahí llegan todos los comentarios". A Diego Fernando le pidieron doce años de prisión "pero la abogada de oficio que me pusieron y el fiscal conformaron que la pena fueran nueve años. El señor juez me lo preguntó: ¿sabe usted que va a pasar nueve años en la cárcel? Yo le dije que sí, que a lo hecho, pecho. Luego, ¿sabe usted?, han sido menos años y hasta hoy con la condicional que estoy recién fuera". Diego Fernando dice que tiene familia en Huércal-Overa, que no desea molestarlos, que en cuanto su compañera esté libre irá a por ella y en cuanto la ley los deje se irán a su país. Titubea antes de confesar que con lo ganado entre los dos pueden rehacer su vida con cierta holgura "no me va a creer, se lo digo fijamente a los ojos: es menos miserable pasar cinco años en la cárcel en España, que vivir en la miseria como los chanchos. Por favor, tenga la amabilidad de no poner mi nombre verdadero, más que nada por mis parientes que no quiero avergonzarles". Diego Fernando se pierde calle Guillermo Reyna abajo colgado del brazo de su soledad antes de que apaguen las luces.
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