Calle del Relámpago: una maraña de esquinas y recovecos
Almería
En esta peculiar calle entre las de Murcia y Granada vivió Antonio de Torres, el inventor de la guitarra
“A mí no se me oscurece ná; ¿no ves que nací en la calle del Relámpago?” Esa frase no es mía, aunque podría serlo. Era lo que respondía el redactor de deportes del diario “La Crónica” Diego Miguel García Morel (1943-2019) cuando, allá por los años ochenta y poco, había que desarrollar el laborioso trabajo de elaborar a mano las clasificaciones futbolísticas de cada jornada. De madrugada, sumando puntos, goles a favor y tantos en contra de cada equipo y luego ordenarlos para que el lector se informara correctamente. Y aquella afirmación era cierta: el modesto locutor del Barrio de las Huertas que, en antena y en directo para toda España, llegó a callar y rebatir al intocable y todopoderoso José María García, “Butanito”, era como un resplandor en lo que se proponía.
Y es que en esa minúscula y laberíntica calle del centro de la ciudad han vivido y nacido ilustres almerienses de innumerables ámbitos profesionales y del saber. En la casa del número 4, el oficial Manuel Torres Morales inauguró el 10 de junio de 1891 una academia preparatoria para auxiliares permanentes del Cuerpo de Telégrafos, dotada de una amplia biblioteca. Un claustro de profesores de prestigio ofrecía clases a los numerosos alumnos y muchos de ellos se convirtieron más tarde en funcionarios.
A finales del XIX la calle del Relámpago era bulliciosa y estaba densamente poblada. Su céntrica ubicación, entre las de Murcia y Granada, permitía a los residentes acceder en dos minutos a la Puerta de Purchena. En aquel dédalo de fachadas y puertas habitaban maestros de escuela, albañiles, cocheros y amas de cría. Pero, también, se padecían los inconvenientes de un corral con aves que cacareaban sin descanso, un muladar con el estiércol de las bestias y a unos cuantos insociables que defecaban y arrojaban sus excrementos y los restos de pescado de las comidas por las ventanas. A pesar de ello, en febrero de 1892 el insigne almeriense Antonio de Torres Jurado (1817-1892) –inventor de la guitarra- se mudó al número 6 de la calle. Ocurrió nueve meses antes de morir y en aquella vivienda apenas aguantó unas semanas porque luego marchó a una casa de la Rambla de Alfareros, donde falleció la noche del 19 de noviembre.
Un pintor republicano y un empresario de perfumes
Allí vivió y se crio, en el número 4, un famoso pintor-decorador llamado Luis Lluc Rull. Estudió con brillantes calificaciones en la Escuela de Artes desde el curso 1893-1894 y estuvo muy identificado con el Partido Republicano, actuando de interventor en el colegio electoral que se constituía en la escuela de la calle Judía. En 1928 era un afiliado del Círculo Instructivo Benéfico Republicano, una entidad fundada diez años antes que instruía en clases nocturnas a trabajadores analfabetos.
A principios del siglo XX, antes de la Guerra Civil, la calle del Relámpago seguía siendo una maraña de esquinas y recovecos. La calzada era un pedregal y la tapia e inmueble que separaba la Torre de los Perdigones de la vía pública ofrecía un estado ruinoso. Tanto, que los periódicos de 1903 reclamaron del alcalde su “ineludible deber para evitar el daño a los peatones”, pero siete años después, las órdenes de derribo, apuntalamiento y desalojo de la casa número 9 ni se habían firmado. Y pasó lo que tenía que pasar. Uno de los vendavales que se desatan en Almería destrozó, el 2 de agosto de 1924, la techumbre de la Torre de los Perdigones y la albarrada que delimitaba el paso.
Con los escombros en el suelo, los vecinos pensaron que, si se hacía lo mismo con algunas viejas casas, la calle dejaría de ser una intrincada vía de estrechos callejones y uniría de forma recta las de Murcia y Granada. Por ello, en febrero de 1925 se inició un laborioso proceso administrativo que concluyó como tantas otras ideas en Almeria: en nada. El Ayuntamiento consideró excesivas las peticiones monetarias para las expropiaciones y dejó a la calle del Relámpago con el embrollo de esquinas que tenía y sin la soñada prolongación. Entre 1910 y 1945 se rehabilitaron o construyeron algunas de las viviendas que hoy aún existen, aunque varias –como la del número 12- se encuentran en un avanzado estado de abandono y deterioro.
A Relámpago también daba la puerta trasera del mítico “Bar La Oficina”, regentado desde abril de 1951 por Gerónimo García López (1914-1994) y su esposa Francisca Uclés Miralles (1915-2000) y cuya entrada principal estaba por la de Granada. Hace décadas existía un letrero negro pintado sobre la pared que indicaba este acceso secundario al bar, pero desde que cerró en marzo de 2005 la humedad y los desconchones lo han borrado de la faz de la calle. Lo que sí perdura es el recuerdo de sus clientes que se deleitaban con sus migas, arroz picantico y arenques.
Los moradores de aquel “cuatro esquinado” -como lo definió José Ángel Tapia en “Almería piedra a piedra”- se tuvieron que confirmar con el peculiar diseño de la calle y fueron vendiendo y otorgando en herencia las viviendas del enclave. Allí mantuvieron propiedades o residencia el talabartero Juan Pimentel Méndez y su esposa Matilde Lopez Sánchez, en el número 5; Joaquín López Carretero, en el 12; el empresario fundador de la “Perfumería Danubio” Vicente Baena Blasco (1910-1999) y su mujer Ángeles Rodríguez López; Rafael Torres Ríos; María Méndez Sáez; José Sánchez Ruiz o las familias de Isidro Lozano Méndez y José Terol Ruiz. El 15 de julio de 1975, el comerciante y residente en Relámpago Francisco Muñoz Torres, de 53 años, falleció en un terrible accidente de tráfico cuando viajaba en una furgoneta a Níjar, su pueblo natal; se salió de la calzada y volcó sobre el cauce de una rambla. Dejó viuda y dos hijos.
La inseguridad ciudadana de 1980 también golpeó a los habitantes del ya tranquilo rincón del centro. Hubo varios tirones y el 27 de junio, dos maleantes accedieron a un portal donde asaltaron, robaron y golpearon a una mujer que entraba con su hija de dos años. Uno de los “quinquis” detenidos fue Rafael Salvador Úbeda, “El Pecholata”. Éste, tres años más tarde, protagonizó un robo de armas de guerra en el cuartel de la Guardia Civil y en una nota manuscrita, con faltas de ortografía, falseó la autoría escribiendo que fue ETA, obligando a la banda criminal a desmentir la atribución del delito. En Relámpago hubo una panadería, la “Joyería Gracia”, que cerró sobre 2011, una frutería en la esquina con Murcia, la bisutería “Campanilla” y más tarde un negocio llamado “Luxury Cash & Brown”.
Como aseveraba al principio, podría certificar que en la calle del Relámpago nací por segunda vez. Porque, aunque yo remanezco de la cercana calle del Tesoro, el 20 de agosto de 1987 un sicario atentó con explosivos contra mi vehículo por ejercer la libertad de expresión como director de periódico. Gracias a Dios me libré de milagro; por los segundos que dura un relámpago en el cielo. Desde entonces, reafirmé mi independencia para opinar y llevo a gala lo que afirmaba mi querido amigo Diego García: “A mí no se me oscurece ná; ¿no ves que Renací en la calle del Relámpago?”
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