Es una de las víctimas recientes de los asaltos a los cortijos de La Cañada. Pero no es una experiencia nueva para Pedro Parra. Incluso podría decirse que es un experto que ni siquiera recuerda con exactitud el número de robos que ha sufrido en los últimos años. “Me han entrado tres veces en el trastero, y cinco o siete veces en la casa. Perdí la cuenta”, comenta.

Su cortijo es un caramelo para los delincuentes porque, según explica, se encuentra en un localización sensible, dado que su vivienda linda con un invernadero y con un descampado, la combinación ‘imperfecta’ junto a la ausencia de luz. “Se esconden en cuestión de segundos sin que puedan ser vistos”, se lamenta Parra, quien se ha visto obligado a ir reforzando las medidas de seguridad en su cortijo.

Ha instalado nuevas rejas, más gruesas, ya que de las seis que hay en su casa, “cinco me las han destrozado”. Describe que los delincuentes han ido especializándose con el transcurso de los meses al igual que él ha ido ingeniándoselas para ponerles más difícil el acceso. “Llevan gatos y herramientas fuertes, y ahora utilizan un caballo eléctrico que han debido de robar, porque están cortando las rejas”.

Además de sistemas de videovigilancia, Parra se ha puesto literalmente manos a la obra para elevar el muro perimetral. “Lo estoy haciendo de tres metros de altura”, apunta con la esperanza de que pueda servirle de protección” este vecino, quien ha sido también el creador del grupo de whatsapp “Libre de robos”, que aglutina a unos 130 vecinos de estos cortijos de La Cañada y, a través del cual, se organizan las patrullas ciudadanas que cada noche salen a vigilar los caminos rurales.