Don Carlos Jover y Vidal: bicicletas en el paisaje de Almería
Almería
El autor recuerda cuando llegó a la provincia de Almería y descubre, entre calles, toda una historia de velocípedos
Recién llegado a Almería desde el parque enfilé la calle Real y a la altura del Arco vi vallas, gente, polvo… y pronto confirmé lo que me temía: estaban demoliendo una antigua casa, una víctima más de la especulación que a partir de los años sesenta fue tachando nuestra rica arquitectura para escribir otra con letra pobretona. Con el descanso, se fue despejando el polvo y entre cascotes vi un garabato de hierro, -un velocípedo de una rueda muy grande y otra muy chica, el que habría vendido Maricastaña de haber tenido tienda de deportes en Almería en 1870- y lo imaginé en el punto de mira de los ojos niños de Francisco Villaespesa, poeta de la familia moradora de la casa que en ese momento estaba pasando a la historia en el más triste sentido de la palabra.
Cortado el paso, deshice camino al tiempo que la excavadora reemprendía los zarandeos que acabarían por convertir aquel garabato en picadillo… y entonces recordé lo que mi suegra contaba de su abuelo, don Salvador de la Cámara, quien en bicicleta iba y venía a su cortijo gadorense, aún vivo frente a El Abriojal, en el margen derecho de la rambla de Tabernas y al pasar por Rioja, a veces de noche, envuelto en un amplio guardapolvos claro que movido por el viento en la oscuridad, era visión inquietante, con un farolillo encendido sobre el manillar, más que para ver, ser visto. Y vaya que si lo veían… y lo tomaban por fantasma de esos que allí, en los pueblos del río, llamaban "ensabanaos"...
No sé si habrán observado que casi todos los grandes inventos surgen siempre del entretenimiento de gente lista sin nada tonto que hacer como Herón con la eolípila, la maquinita de vapor griega del siglo I, inútil hasta que acabó por convertirse, en el XIX, en motor del progreso, del barco, del ferrocarril... Pues tal cual, aunque en menos tiempo, ocurrió con la bicicleta cuando el joven barón Drais, tan alemán como desocupado, allá por la segunda década del siglo XIX inventó la "máquina de correr", toda de madera y sin otro motor que sus piernas dando zancadas… Vendrían luego los pedales en la rueda delantera y al final, en 1885, la cadena que es lo que definirá la bicicleta de nuestros días, nacida entre unos recelos a veces ridículos, como el equipo aconsejado por el diccionario Espasa para viajar en ella que incluía “una camisa de dormir, de seda”, y ¡un revólver! Que tuvo la bicicleta en sus inicios todo de inútil a no ser su uso deportivo: ya en equipo, como las carreras, o en solitario, como aquel almeriense que en diciembre de 1892 pedaleó de Granada a Motril para saltar a Málaga.
Y es en este momento cuando aparece en escena Carlos Jover y Vidal, hijo del dueño del balneario El Recreo del que había recibido, además de nombre, apellido y sangre alicantina, sus dotes comerciales… El mismo año en que nace la bicicleta moderna empieza Carlitos el Instituto para terminar don Carlos, convertido, antes de cumplir los veinte, en todo un empresario, el primero en poner anuncio en la prensa de Almería de 1894 para ofrecer “Velocípedos” deportivos y de paseo así como tándems de dos sillines… máquinas Ormonde inglesas que fue por las que optó aunque bien pudo haberlo hecho por las de Bélgica… y aún de Alhama que registró patente ciclista.
Empeñado en popularizar la bici en Almería, trata siempre de compaginar ocio con negocio, dos palabras que lejos de oponerse se complementan; y lo hace convencido de que no hay mejor cosa que predicar con el ejemplo y por eso exhibe la máquina mostrando su dominio apoyado en su juventud como el sportman que es, ya en competición clásica o de cosecha propia: las primeras sacadas de otras practicadas sobre caballo, las carreras de cintas, ahora sobre bicicleta, promovidas por sociedades tauro deportivas como La Capea en junio y feria de 1896, con el propio Jover, con Ezequiel Gómez, Arturo de la Muela, Etienne Priou y José León… En esta adaptación de la bici a la plaza, se crean curiosos pioneros alejados de la ortodoxia taurina, como Antonio Torrijo lidiador de un toro cuatreño al que rejoneó, ¡montado en bicicleta!, el 4 septiembre de 1898… Aunque lo habitual era que primara el festejo normal, como el organizado en la feria del año siguiente por el Club Velocípedo Almeriense: novillada, cintas a caballo… y a bici a cargo de Carlos Jover y Joaquín Vivas.
De cosecha propia parece el "veloussel" practicado en la plaza, entre novillo y novillo, el primero de mayo de 1898; que no sé en qué demonios consistía, pero al que intuyo juego de habilidad sobre la bicicleta ejecutado por un Jover, que en ocasiones era excursionista pionero a Laujar, Adra… En 1916, en Las Almadrabillas, creó el balneario Diana, sucesor de El Recreo, de su padre, desaparecido por las obras del puerto, y en el que siguió prestando sede al Club de Regatas, que no se alejó nuestro Jover de la orilla del mar y sobre ciclista, le quedaba tiempo para nadar bien, organizar regatas y aún salvar a alguien de morir ahogado, como ocurrió en 1924 en una acción que le proporcionó la Cruz al Mérito Civil. Me hubiera encantado traer a esta página su foto como ilustración para conocerlo y presentar a ustedes… pero no ha habido suerte. Que valga una bici, pelá y mondá, como representación de su alma.
Ver a ambos vehículos juntos, certifica la similitud del ya centenario velocípedo con el actual patinete eléctrico que no deja de ser una bicicleta tripulada por una estatua humana, aunque sin sillín, con el pescuezo largo y el rodar a pilas, venida al mundo para terror del personal en las aceras… Desde estas líneas propongo al Ayuntamiento que, por su entrega al pedaleo, propio y ajeno, le dedique a don Carlos Jover y Vidal una buena calle de la ciudad. A la espera quedo. Y de no obtener respuesta, en virtud del poder que me otorga la ley de la memoria buena, yo le dedicaré toda la red creciente del carril-bici. Es lo menos que merece quien, vidente y generoso, puso bicicletas en el paisaje de Almería.
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