Carmen de Burgos Seguí 'Colombine' (II)

crónicasdesdelaciudad

17 de diciembre 2017 - 02:31

Cuandocon 34 años Carmen de Burgos marchó (1901) a Guadalajara a tomar posesión de la plaza de profesora en la Normal de Magisterio, la rebautizada literariamente como Colombine ya exhibía un considerable bagaje cultural y dominaba los rudimentos de la profesión periodística, aprendidos en la redacción de las revistas dirigidas por su marido, Arturo Álvarez, en la tipografía que en calle Las Tiendas detentaba su suegro, Dº Mariano, respetado ciudadano de quien conoció el ideario republicano que Carmen enarboló políticamente durante toda su vida. En busca de un futuro más prometedor -personal e intelectual- para ella y su hija Mª Dolores, atrás dejo familia, un malcasamiento y la tumba de tres criaturas dolorosa y prematuramente fallecidas. Pero nunca olvidó a su Almería natal -a la que regresó en distintas ocasiones- ni el paisaje andaluz y nijareño de su infancia y pubertad, descrito primorosamente en el llamado Ciclo de Rodalquilar novelístico. Y antes aún en Ensayos Literarios, primero de sus títulos en prosa y verso

LA ESFERA

Amén de cuantiosas novelas, ensayos, biografías y traducciones, Carmen de Burgos publicó miles de artículos en prensa, en los que reiteradamente Almería sale a relucir por contrapuestos motivos. Así, en el núm. 37 del semanario madrileño La Esfera, correspondiente al 17-VII-1917 (enlace de la Biblioteca Nacional facilitado por mi amigo Emilio García Campra), aborda el tema de la uva y el esparto como recursos económicos de la depauperada provincia sureña en el marco de la Iª Guerra Mundial:

Los problemas económicos que plantea la guerra -escribe Colombine- nos hacen mirar con interés las industrias y productos españoles en los que antes apenas nos fijábamos. Nos sucede como a esas mujeres muy viltroteras que cuando se ven obligadas a no salir de casa empiezan á revolver los armarios y los baúles y se sorprenden de encontrar lo que tenían en ellos guardado. Así es como yo recuerdo en estos momentos a Almería, mi tierra nativa, esa Almería que es pobre porque hay en ella una desidia de raza que la mantiene inmovilizada, a pesar de su entraña rica y fecunda, de la que sólo se ha tomado lo más superficial para mantenerse, dejándose llevar de la indolencia mora.

Dos fuentes de riqueza de Almería, cerradas ahora por la guerra, son la exportación del esparto y de la uva. El esparto y la uva son dos cosas tan características que se graban fuertemente en el recuerdo. Gran parle de la provincia, todos los pueblecitos de las orillas del Andarax, viven de la uva. Se ha tendido una extensa red de alambre

sobre los campos para sostener los parrales; y el cultivo de la vid, con sus cavas, sus podas y sus curas, constituye todo el año la mayor preocupación hasta recibir, como premio, la exuberancia de la cosecha. Esa cosecha de los racimos dorados, que, unida á las espigas, son el atributo de la mayor fecundidad de la Naturaleza.

Hay un momento en Almería en el cual parece que la tierra se ha vuelto uvas; que se ha llenado como por encanto de uvas grandes como acerolas. La recolección se hace cuidadosamente; no es uva destinada al lagar, es uva mimada con esmero. El limpiarla constituye una fiesta de risas y alegría, con esa gracia del pueblo andaluz que parece que juega cuando trabaja. Mozos y mozas se agrupan cerca de los grandes montones de racimos, y las manos morenas que parecen acariciarlos, cortan las uvas malas, las que tienen esas manchas rojas que son como un clavo que penetra en la pulpa y que, semejante al cáncer, se la ha de comer a ella y extenderse a las demás. Estas mujeres prácticas saben distinguir entre esta mancha honda y la mancha superficial. Los racimos limpios y frescos van a los grandes barriles, llenos de aserrín de corcho, donde acabarán de encontrar su sazón, madurando y dulcificándose esa uva de embarque, dura y pellejosa, que tiene toda la esencia ferviente de Andalucía. Y por eso es jugosa en medio de su rudeza y su aspereza, y está llena de agua en su cápsula apretada y dura. ¿Qué se hará ahora de esa enorme cantidad de racimos? Se pudrirán, sin poderse embarcar, en el fondo de sus barriles rústicos, desangrándose y secándose en ellos. Esta uva no sirve para alimentar al pueblo, que no se puede alimentar sólo con ellas, y no sirve para nuestras poblaciones porque nosotros tenemos otra llena y aromática, superior á la de embarque, la cual sólo podía causar Ias delicia en los países donde no podía ir la otra y que ahora añoran la delectación con que se las comían una á una. Porque esas uvas sólo se pueden comer una a una y con cuidado de no atragantarse. Hay que conocer la importancia que tiene su exportación en Almería para comprender lo extensa y lo profunda que va a ser su crisis.

ATOCHARES DE MISERIA

La del esparto no es tan importante, aunque contribuye a su miseria. El esparto parece que es la planta más humilde, la más modesta; un retoño salvaje de los montes despoblados, brotando de la raigambre, duro y sequerizo, sin frescor en la hoja ni siquiera al brotar. Es algo que no necesita cultivarse, no hay que hacer más que cogerlo en las tierras abandonadas. Sin embargo, no es libre para poderlo coger; los montes están todos acotados y mientras no se da la orden para arrancar de la atocha el esparto en sazón, nadie puede aprovecharse de él. Da pena ver a hombres y mujeres por las laderas de los montes arrancándolo penosamente para ganar un mísero jornal. Después de estos obreros del campo, pasa á los obreros de la ciudad, los que limpian y empaquetan. O los que labran con él cuerdas, guitas, pleitas, crinejas, táscales y tomizas para todas las aplicaciones que del esparto se hacen: espuertas, aparejos de bestias, asientos de sillas, esteras y hasta ese rudo calzado primitivo que tanto se usa y que lleva el nombre de esparteñas.

No se puede pasar por el Barrio Alto, donde más se trabaja el esparto en Almería, sin sentir ese fuerte olor tónico y acre que desprenden sus hebras doradas y ardientes. Tiene algo de labor de presidiario la labor de los esparteros. Es sórdida y miserable. Hay que limpiar y emparejarlo para formar las pacas o tejer las labores. El polvo picante ciega á los obreros, dando lugar a la triste frase de «tierra del esparto y la legaña»; y la costumbre de cogerlo con los dientes raja la boca y agríeta los labios. Pero así y todo, el trabajo da para vivir, y los esparteros trabajan con una resignación y un desgaire alegre que recuerda á las cigarreras. Son gentes sobrias que se conforman, por todo alimento, con su "pimentón con verse", ese caldo que llaman así porque se ve en el fondo del plato, al través del agua clara, la cara del que come. Pero ahora ha de aumentar la miseria de ese pobre pueblo, puesto que cesa casi por completo la exportación y allí no saben darle su aplicación más noble, convirtiéndolo en ese bello papel que forma las portadas de Nuevo Mundo (se refiere a la revista gráfica del grupo La Esfera).

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