Convento de Las Adoratrices (II)
Tras la primera estancia de una década en sendos domicilios del Centro Histórico, las MM. Adoratrices ocuparon un flamante inmueble (convento, residencia, colegio) en las proximidades del Quemadero
Aomienzos del XVI la arquitectura religiosa cobra un marcado protagonismo en el heredado callejero almeriense. Desde la fuerte carga simbólica que marcan las nuevas relaciones de poder, los cubos fortificados de la Catedral y las torres-campanarios de conventos e iglesias dominan desde su sobresaliente altura la construcción civil. Con el Repartimiento, los reyes castellanos mandaron erigir cuatro parroquias (Sagrario, Santiago, San Pedro, San Juan), a las que se sumó San Sebastián extramuros, y tres monasterios masculinos: Dominicos, Franciscanos y Trinitarios; además del femenino de Las Claras, sustituidas por Las Puras. Sin duda, una generosa oferta religiosa al servicio tan sólo de los 500 vecinos (2.500 personas) venidos a repoblar la ciudad otrora musulmana.
Avanzando en el tiempo, la presencia de la Compañía de María nos permitirá enlazar el siglo XIX con el XX gracias a Las Adoratrices y a Enrique López Rull, arquitecto de ambas.
LLEGADA SILENCIOSA
Aunque farragosa, la profusión de datos es a menudo necesaria para poner en antecedentes al lector cuando se trata de fechas lejanas. Al inicio de la centuria pasada, Almería, una pequeña capital de provincia, censaba a escasos cincuenta mil habitantes; sufría malas comunicaciones pese a la inauguración del ferrocarril, aunque sí un floreciente comercio marítimo (exportación de uva, mineral de hierro, esparto). La industria, inexistente, salvo los talleres-fundición de Francisco Oliveros; agricultura, ganadería y pesca de subsistencia, deficitarias prestaciones urbanas y el sector servicios limitado a talleres gremiales y comercios. Panorama no muy halagador para residentes y visitantes. El paro galopante obligó a miles de familias a emigrar de una capital en la que vivía -muy bien por cierto- la burguesía local formada por un minoritario grupo de funcionarios, profesiones liberales y adinerados terratenientes.
Con ese paisaje a la vista, una mañana de templado invierno de 1909 descendieron del tren correo de Madrid dos discretas mujeres vestidas de hábito y toca. De la Estación marcharon al convento de las monjas del Servicio Doméstico en la calle Infanta, junto a la Casa del Gobernador y Palacio de los vizcondes de Almansa, hoy Archivo Histórico.
Existían congregaciones femeninas dedicadas a la enseñanza o a la atención de hospicianos, enfermos y enajenados mentales, pero no a jóvenes que sin medios para subsistir -o empujadas por la hipócrita sociedad de golpes de pecho y misa de doce a queridas y tugurios infestos por las noches- se veían abocadas a la prostitución. De su Archivo General leemos que el sacerdote Manuel Rodríguez visitaba frecuentemente en el Hospital a "las mujeres de mal vivir que habían ingresado para curar sus males y que, una vez sanas, no tenían otro camino que volver al vicio, despreciadas de todos". En esta labor le ayudaba Dª Josefa Jáuregui, "señora perteneciente al Patronato para la represión de la Trata de Blancas". Arrepentidas o no, pero privadas de un techo donde guarecerse. Ni en la ciudad ni en las Trinitarias y Adoratrices de la cercana Granada.
En un encuentro con Vicente Casanova Marzol (obispo de Almería de 1908 a 1921 y posterior cardenal) Josefa Jáuregui apunta los pasos a dar para solucionar la grave carencia. Éste conversa con la Superiora General de las Adoratrices, Madre Guadalupe, dando como fruto la llegada en tren de las hermanas Pilar Vives y María de la Anunciación -a las que se sumaron dos colegialas de la Casa Trinidad- para tantear sobre el terreno la viabilidad de una residencia. Transcurridos varios días se instalan en "una casa pequeña y mala, como de barrio", contigua a la ermita de San Antón y que a su vez le sirve de capilla, proporcionada por el prelado.
El 20 enero de 1910, coincidiendo con la tradicional subasta del "marranico" de San Antón, el obispo celebra la misa mayor. Al finalizar se dirige solemnemente a los asistentes: "Hoy quedan canónicamente establecidas las Religiosas Adoratrices en Almería".
Sorprendentemente, del acto no se hizo eco el diario católico La Independencia (tampoco La Crónica Meridional). En San Antón permanecieron hasta mayo ya que "la casa es tan húmeda que todas las hermanas acaban por enfermar". Gracias a la ayuda prestada por el farmacéutico Juan José Vivas Pérez (Almería, 1852-1924) marchan a un piso amplio de la calle La Reina donde ya pueden recibir a chicas en régimen de internado. Aquí residirán dos lustros.
ENRIQUE LÓPEZ RULL
El arquitecto almeriense (1846-1928), responsable de la Diputación y Obispado, es de capital importancia para entender lo construido durante los siglos XIX y parte del XX; a la altura de su homónimo Trinidad Cuartara. A él se deben, por exponer algunas realizaciones suyas: Casino Cultural, Círculo Mercantil y Teatro Cervantes, Compañía de María, iglesias de la Sagrada Familia y Corazón de Jesús, barrios de La Caridad y Misericordia, Plaza de Toros (con Cuartara), etc. etc. Es a López Rull precisamente a quien las Religiosas Adoratrices encargan en 1918 un Asilo para jóvenes Desamparadas en la calle Gran Capitán.
El correspondiente legajo Municipal y su inscripción del Registro de la Propiedad nos permiten conocer en profundidad el proyecto. "El paraje elegido puede considerarse como uno de los mejores de esta localidad y por su situación contribuirá al mejoramiento de las prácticas religiosas, por ser este lugar el más distante de los templos dedicados al culto (…) En sus tres pisos se instalarán capilla… grandes clases para la enseñanza oral y gráfica, espaciosos dormitorios y enfermería aislada, refectorio y un servicio completo de lavaderos, baños y retretes". La obra fue dirigida por el maestro Alfonso Pozo sobre un solar de 2.142 metros -terreno montuoso limitado por el barranco de las Bolas, cuevas del Cerro, Ave María y Encantada Alta-, adquirido a los herederos de Gerónimo Redondo y Carmen Duimovich en doscientas cincuenta mil de las antiguas pesetas.
Su estancia almerienses ha estado siempre orientada a la enseñanza general y profesional de jóvenes externas o internas. Además de atender a su fin primero y fundacional: la atención de mujeres en flagrante situación de riesgo, forzadas a la prostitución o como consecuencias de malos tratos. En la actualidad cinco son las mujeres que noche tras noche -junto a monjas Oblatas- consuelan (termos de café y bebidas reparadoras, preservativos, medicinas) a quienes se dedican a tan triste menester en Bayyana, Pescadería o carretera de Sierra Alhamilla. O acudir, acompañadas de voluntarias, al Acebuche a facilitarle cualquier gestión administrativa. Una centuria en que la historia de Las Adoratrices sobrepasa con creces la capacidad de dos páginas de periódico. Habría que abrir una ventana a su faceta artística de bordadoras (mantos y palios, estandartes), la espuria transformación del recinto en cárcel y/o hospital de sangre y militar, el traslado del tríptico de pinturas de la capilla a Málaga y el de la Escuela Profesional "Virgen del Mar" al colegio La Salle. Pero todo no cabe.
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