Crónicas desde la ciudad

Convento de Las Puras (XVI): Natividad

  • Los bellísimos frescos de los siglos XVII-XVIII, restaurados por la Junta de Andalucía, enmarcan la especial y comunitaria cena de Nochebuena al son de cánticos, villancicos y panderetas

Convento de Las Puras (XVI): Natividad

Convento de Las Puras (XVI): Natividad

Que se colmen los campos

de amor, de paz y alegría…

¡Ay Belén, ay Belén!,

que por un día, Jerusalén

se convierte en Almería:

que también está en Oriente,

Oriente de Andalucía

(de José Carlos Seco. Versionado por Ana Mar García)

No es un hogar al uso. Sin embargo la festividad del nacimiento de Jesús de Nazaret se celebra en la clausura conventual con idéntica intensidad y calor humano que en el seno de cualquier familia andaluza. Siendo un espacio nada convencional, los sentimientos de paz y amor que ahí se respiran son, como mínimo, igual de sinceros. Pleno de deseos esperanzados frente a un mundo egoísta y deshumanizado que se ceba, inmisericorde, con el débil ante la cómplice pasividad de quienes deberían poner coto a tantas injusticias. Yo las he tenido presentes en estas noches no tan buenas para un alto número de familias afectadas por la maldita pandemia que nos inquieta por su letalidad. Y me unido a ellas -desde distinta orilla de pensamiento- en sus peticiones e ilusiones.

Panderetas

Como un día habitual, a las seis de la mañana tañe la campana avisadora dando inicio a una nueva jornada en la que se conjuga la oración con el trabajo, ahora solo doméstico. El secular labora et ora. Desde láudes a las 6,30 a completas antes de macharse a dormir. En el ínterin, una reglada horquilla de rezos: tercia, sexta, nona, vísperas y oficio divino. Cada hora, de diez a treinta minutos. Aunque el día 24 las puertas de la iglesia conventual abren a las 8 de la tarde para que vecinos y amigos acudan a la misa de Nochebuena. Dicha celebración en Las Puras ha gozado desde siempre -junto a la de la catedral- de especial atractivo entre la feligresía almeriense. Ahora es solo una, sin embargo antaño la liturgia permitía una triple eucaristía: “La primera conmemora el nacimiento de Jesucristo en Belén; la segunda, llamada de Aurora o del Gallo, solemniza el nacimiento de Jesús en el corazón de los fieles y la tercera, que se celebra ya con claro de día, el eterno Nacimiento del Verbo en el seno del Padre”.

Antiguamente mataban un cochinillo regalo de los hermanos de La Salle, en Las Chocillas

Tras la misa del Gallo se sucede la cena comunitaria en el refectorio. Frente a la frugalidad cotidiana, en esta ocasión el menú es un tanto especial. En él no falta la sopa de rape, queso, frutas frescas, turrón y pastas, según la receta de unas hermanas monásticas de Badajoz. Por cierto, están riquísimas y las venden (vendían) en cajitas a través del torno, entrando por el portón de la calle Cervantes. Todo a pequeñas dosis ya que los estómagos de la mayoría, por la edad o enfermedades crónicas, no permiten excesos gastronómicos. Cena entre charlas distendidas, sin prisas, aderezada de la música pascual de un tan eficaz como vetusto “tocadiscos”, regalo del sacerdote Andrés Martínez, en su momento párroco de Albóx que costeó la dote de “velo negro” con la que pudo profesar en su momento partaloense y actual abadesa María del Mar Reche. Música en el giradiscos y en las voces bien timbradas de las hermanas presentes, con la ausencia de quienes, por enfermedad, deben permanecer en su pequeño dormitorio. Canciones en las que se acompañan de panderetas, único instrumento sonoro disponible para adorar al Niño Dios. Terminado el ágape y después de contemplar nuevamente el belén instalado en el comedor-refectorio (el otro, más sencillo, lo montan en la iglesia), sobre las once de la noche cada una se recoge en su celda. Sabiendo que, como excepción, la campana de “diana” tocará una hora más tarde, a las siete; con tiempo sobrado para preparar la misa del día 25, a las diez de la mañana.

Villancicos

Aquel seisecillo nuevo,

Dominguillo el de Canjáyar,

que soldadito de Orpheo

sentó en esta iglesia plaza

Yo creía que al proceder de distintos pueblos de la provincia, las monjas cantarían los propios de cada comarca. Pero no. El largo tiempo en clausura, con el consiguiente distanciamiento del terruño, les ha alejado de la memoria las coplillas aprendidas en la niñez. En su lugar entonan los más actuales y conocidos. A propósito de los antiguos, repetiré párrafos escritos con anterioridad en las páginas de Diario de Almería.

Las Puras siguen manteniendo el día de San Silvestre el voto frente a los terremotos de c790

Para suplicio de filólogos, en determinadas circunstancias determinadas palabras se alejan de su raíz etimológica hasta transformarse en otra de significado bien distinto, a veces peyorativo. Valga el término “villano”, hoy hombre ruin o innoble cuando en su original acepción latina designaba al habitante de villas y aldeas. Por tanto, villancico nos viene heredado de pastores y labriegos y no de gentes de mal vivir. De extracción plebeya pasó a ser la banda sonora de la Navidad, aunque la verdad sea dicha, la repetición monocorde de alguno llega a ser irritante: cuándo dejará de beber y beber el cansino pez del río?, ¿es que no tiene hartura el animalito? El pueblo llano siguió cantándolos con letras religiosas o profanas sin limitarse a la liturgia navideña. Es más, en etapas de cierta permisividad dogmática regresaron a su punto de partida laico, introduciendo versos y estribillos en entremeses teatrales y tonadillas escénicas. Aunque el clero no aceptó de buen grado el banalizar, según ellos, los asuntos sacros con “producciones deleznables y alejadas del buen gusto”.

De cualquier forma, debemos distinguir tres grandes grupos temáticos: el barroco, el eclesiástico y el popular, frecuentemente incorporado a su respectivo folclore regional. Tradicionales son en Andalucía y Almería los “campanilleros” y “aguilandos” (por estos lares con “ele” en lugar de la “ene” de aguinaldos; ya contemplado en el dieciochesco Diccionario de Autoridades) propios, en sus inicios, de las cuadrillas de Ánimas y Auroros

San Silvestre

Amén del aceite, frutos o cereal que le correspondía de sus tahúllas en los pueblos del Río y que los aparceros traían cada temporada, la huerta del monasterio producía todo tipo de hortalizas al tiempo que mantenía granja de gallinas, pavos y conejos. A tales animales domésticos hay que sumarle, hasta hace un cuarto de siglo aproximadamente, dos marranillos que le regalaban cada año la Congregación La Salle (en Las Chocillas), cuando el Hno. Gabriel era su director. Ellas los criaban y el día de San Silvestre venía un experto veguero, o desde Alboloduy el padre de sor Trinidad, a hacer la matanza. Jornada de fiesta… agridulce. Resulta que las monjas cumplen el “Voto” instituido por los cabildos Municipal y Catedral en recuerdo de los violentos terremotos de 1790, y que hoy día son las únicas que lo mantiene. Además de rezos y un tedeum en iglesias parroquiales y catedral, obligaba al ayuno y abstinencia cada 31 de diciembre, festividad de San Silvestre. Así, que ahí tienen a mis disciplinadas mujeres cociendo las morcillas en perolas sin poder “catarlas de sal”. Como cuando a un niño le enseñas un caramelo y se lo retiras. Esto en décadas de hambrunas y bajo juramento de obediencia y pobreza.

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