Corpus Christi matutino (I)

Crónicas desde la ciudad

Un rescripto de la Sagrada Congregación de Ritos permitió en 1886 que la procesión del Corpus se celebrase por la tarde -tras el rezo de vísperas- en lugar de por la mañana como era tradicional

Corpus Christi matutino (I)
Corpus Christi matutino (I)
Antonio Sevillano / / Historiador

25 de junio 2011 - 01:00

CON el compromiso de no repetir lo ya escrito en años anteriores salvo lo estrictamente indispensable, este fin de semana toca glosar la festividad del Corpus. Y puesto que la Granada de carocas y tarasca ha sido -junto a Toledo y Sevilla con sus Seises- espejo en el que Almería se ha mirado desde tiempos nazaritas, en estas fechas lo primero es lo primero. Es decir, felicitar al Club granadino por su ascenso a Primera División; una categoría a la que los almerienses confiamos regresar cuanto antes, aunque vista la actitud de una plantilla descomprometida y mediocre -salvo tres gotas de calidad- y la cerrilidad de un presidente foráneo ensoberbecido que ha expulsado a la afición de la grada con su política de precios (en el pecado lleva la penitencia), difícil se presenta el futuro. De vuelta a la ciudad hermana, aún retenemos en la memoria aquella voz que cada dos domingos de hace casi cuarenta años iniciaba cansinamente su crónica radiofónica con un: "No hubo suerte esta tarde en Los Cármenes: Granada cero, Valencia dos, o Real Sociedad, o Atlético de Madrid, o… Y a aquel portero embutido de negro (Cándido Gómez "Candi") abroncando a sus defensas al borde del área; y a Aguirre Suárez, Montero Castillo o Fernández repartir leña… Insisto: felicidades. Regresamos sin más al jueves (domingo) que reluce (relucía) más que el sol, sin dispersarnos en batallitas y añoranzas.

ORÍGENES LITÚRGICOS

Para conmemorar solemnemente la institución de la Sagrada Eucaristía, la Iglesia católica estableció la fiesta del Corpus Christi, a celebrar al siguiente jueves a la octava de Pentecostés. Su origen se retrotrae a un suceso tenido por "milagroso" en el siglo XIII o, dicho en lenguaje eclesial, al "instrumento de que se vale la Providencia". Cuenta la tradición que la monja belga Juliana de Cornellón -nacida próxima a Lieja en 1193; elevada a los altares en calidad de santa al fallecer en abril de 1258 en un convento cisterciense-, enamorada del Stmo. Sacramento, sentía visiones celestiales. Con 16 años -narra prolijamente la Enciclopedia Espasa- "siempre que se ponía en oración le parecía ver la luna llena, pero oscurecida por un lado; imagen con la que el Señor quería representarle el luminoso ciclo de las fiestas eclesiásticas, menoscabado, empero, por una ligera deficiencia que había de llenarse con la institución de una nueva fiesta. Creyó Juliana ser esto una nueva tentación del mal espíritu, y rogó con mucha instancia al Señor la significación de aquella imagen; y éste le dio a entender que aquella sombra había de iluminarse con los esplendores de una fiesta que debía celebrarse todos los años en honor del Santísimo Sacramento. Ella había de ser la primera en celebrarla y en anunciar a los demás la voluntad del Señor de que todos la celebrasen".

Por una cosa u otra el tema se demoró en manos de miembros de la Clerecía hasta que llegó a conocimiento del papa Urbano IV, por cuya intercesión la onomástica se extendió a todo el orbe cristiano. A los seis años de morir la monja virgen, en septiembre de 1264 expidió la bula "Transisturus", "en la cual, después de ensalzar y conmemorar el amor de Jesucristo que resplandece en la Eucaristía, ordenó la celebración anual de la fiesta del Corpus Christi"; otorgando, además, numerosas indulgencias a los fieles que asistiesen a la misa y al oficio divino. Y así alcanzó a nuestros días, aunque la Bula nada decía de la procesión. Esta debió esperar un prolongado tiempo.

OBISPOS Y CATEDRAL

En Almería algo así como tres centurias. Hasta que en 1489 los reyes de Castilla, León y Aragón la tomaron pacíficamente de manos de El Zagal. Aunque los ínclitos monarcas no llegaron al extremo de en Granada, donde invitaron a sus moradores (no a los moriscos, claro) a que se divirtiesen tanto "que parezcáis locos", sí dictaron un Real privilegio en el que mandaban (no se sabe muy si al Cabildo catedral o al municipal) "invertir en la mencionada festividad la suma necesaria para que esta se realice cual corresponde". De esta manera debió ocurrir a partir del siglo XVI, cuando Catedral y Casas Consistoriales radicaban en La Almedina, para proseguir desde la nueva seo-fortaleza bendecida en el ensanche de La Musalla.

Fray Diego Fernández de Villalán (1523-1556), cuarto prelado de la Diócesis urcitana y primero en venir a residir a la ciudad, fue su inicial promotor. El fallecido canónigo archivero Juan López Martín cuenta en su obra póstuma -"La Iglesia en Almería y sus Obispos"; IEA y Unicaja, 1999) respecto al "padre" del Sol antropomórfico (mal llamado de Portocarrero) que campea sobre el "cubo" pétreo que protege la capilla donde está enterrado, que el culto al Santísimo Sacramento resultó una de sus preocupaciones pastorales. Para ello otorgó la escritura del censo impuesto sobre una finca de Pechina que rentaba 33 reales de plata al año.

Sigue Juan López, y a su episcopologio me atengo cronológicamente (entre paréntesis el tiempo que cada uno pastoreó la Diócesis), que el obispo González de Villalobos (1572-1587) presidió el cabildo y propuso, que la "octava del Corpus se celebre con exposición de su Divina Majestad… El cabildo asintió, acordando que se pusiesen media docena de hachas (cera) en la misa". Por primera vez se cita la Octava, pero nada indican sobre su procesión fuera del interior del templo.

Fray Juan de Portocarrero (1603-1631) remató prácticamente las obras de la nueva catedral iniciada por Villalán, alzando la torre-campanario y otras dependencias, salvo el claustro. Al presidir el cabildo en junio de 1608 propuso la hora y lugar "para que la Ciudad representase el auto (o comedia) sacramental que tenían en honor del Santísimo Sacramento". Como el auto había sido leído y aprobado por el provisor acordaron que se representara en el crucero, "después de la misa y antes de la procesión". Preparada y a expensas del Ayuntamiento fue interpretado nuevamente por los colegiales del Seminario, dirigidos por un preceptor, en el Corpus de 1616. Quedamos sin conocer la autoría del auto dramático (generalmente en un acto y de asunto religioso), tan en boga por aquellas fechas y que tuvo en Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca a sus máximos exponentes. En junio de 1626 "determinó el modo y solemnidad con el que había de celebrarse en adelante la fiesta del Corpus". Por último, en noviembre de este mismo año donó a la catedral unas andas de plata para la procesión y un palio de damasco carmesí bordado, "estableciendo que todo se guarde en el convento de San Francisco", Orden regular a la que pertenecía.

A falta de José María Orberá, con el que iniciaré la crónica de mañana, concluyo las pinceladas obispales con fray Manuel de Santo Tomás y Mendoza (1708-1714) y Claudio Sanz y Torres (1761-1779), del clero secular, prelado que compró y habilitó los baños de Sierra Alhamilla a los que tuvieron libre acceso los pobres y necesitados. Ambos regalaron una urna de plata para el Santísimo y una dotación económica para que se celebrara con toda solemnidad la octava del Corpus.

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