Cruz Roja aporta "el toque humano" en la Operación Paso del Estrecho

La institución lleva a cabo su labor a través de la guardería y del módulo de atención sanitaria Las intervenciones más comunes son del "síndrome del turista", como piernas hinchadas y miembros entumecidos

Anás lee un cuento en la guardería de Cruz Roja.
Anás lee un cuento en la guardería de Cruz Roja.
Miriam F. Simón

13 de agosto 2014 - 01:00

Son muchas horas de espera en las que hay poco que hacer para entretenerse. Anás juega con una rana hecha con papiroflexia, con la cabeza pintada de verde. Presiona el papel y ésta salta. Su hermano pequeño, Rayan, observa con disgusto la escena. El mayor le ha quitado el animal, y en cuanto puede vuelve a hacerse con él. Si quiere divertirse, Anás tendrá que encontrar otra cosa. Aya juega en una casita de plástico, indiferente al anfibio.

Son tres hermanos procedentes de Marruecos que han pasado las vacaciones en España. Otra de las tantas familias que forman parte de la llamada Operación Paso del Estrecho, por la que ya han sido embarcados más de 150.000 pasajeros en el que se conforma como el segundo puerto más importante de Andalucía, solo por detrás de Algeciras.

No todo el tránsito son cifras y horas de espera. "El toque humano" lo aporta Cruz Roja, como lo calificó Enrique Muñoz, voluntario de este organismo que trabajó en esta señalada fecha desde el 25 de junio hasta el pasado lunes 11 de agosto. Muñoz dedica su labor al módulo de atención sanitaria, donde se encuentran hasta cuatro integrantes y un enfermero o enfermera -derivados del Servicio Andaluz de Salud-.

Las dos trabajos que lleva a cabo Cruz Roja son la de atención a enfermos y el de guardería, donde descansan Anás, Aya y Rayan mientras sus padres van a buscar comida. Al cuidado de los niños se encuentra Manuel Francisco Fenoy, con quien los pequeños se divierten. "Aunque el idioma es una gran barrera", explica Fenoy. Estos tres hermanos sí que hablan español como segunda lengua, aunque hay muchos otros que sólo se expresan en francés, alemán o italiano. Y ahí empieza el problema. "Hay veces que tenemos suerte y hay algún padre que puede traducir", el resto de de ocasiones con un poco de inglés y, sobre todo, con signos. "Ese es el idioma universal", comenta sonriendo.

En la guardería tienen varios instrumentos para que los pequeños jueguen y se entretengan. Columpios -tanto uno dentro como otros fuera del recinto-, perritos para pasear, un pequeño futbolín, carricoches y muñecas, casas de plástico y fichas para colorear, cuyas obras, de Bob Esponja y Dora la Exploradora en su mayoría, adornan las paredes del recinto. Allí leen, juegan y aprenden a hacer barquitos de papel, aunque puestos a jugar con la papiroflexia, se van detrás de la pequeña rana.

"También hacemos otras actividades", comenta Fenoy. Cuando hay niños suficientes hacen carreras de relevos y juegos con la pelota. De media tienen unos 12 pequeños bajo su custodia, aunque este año se ha notado menor intensidad en el tránsito de pasajeros. En el calendario tienen señalados los días clave, como finales de julio y principios de agosto, así como los fines de semana. "Entonces hemos llegado a tener 40 niños". Mientras, son grupos pequeños los que corretean y se asoman curiosos por la ventana, esperando a que comience una nueva actividad.

"Se ve respecto a otros años que hay menos gente, pero se ha notado mucho la afluencia", explica Muñoz. En el módulo de atención sanitario atienden todo tipo de enfermedades y problemas, aunque en ocasiones tienen que derivar a los pacientes al hospital, para lo que disponen de dos ambulancias.

Desde este edificio, los casos más habituales por los que atienden a los turistas son miembros entumecidos, piernas hinchadas y, en general, gente cansada de los largos viajes de horas y horas en los que apenas descansan.

Procedentes de Alemania, Francia, Países Bajos o Bélgica "vienen obsesionados por subirse al barco", explica Sali Clemente, una de las enfermeras que trabaja en la operación por el SAS. No son los únicos casos, ya que son muchos los que vienen sin billete. Entonces, tienen que dormir en los coches o bajo los toldos que puedan aportar algo de sombra y que hagan más llevadera la espera a las altas temperaturas estivales. "Aunque cada vez son menos", apunta Jorge Abad, voluntario de Cruz Roja.

Siguen siendo, aún así, muchos casos por mareos, gastroenteritis, dolores de garganta, lipotimias y deshidrataciones. Como el caso de un bebé de dos meses, cuyos padres venían desde Holanda. Un viaje de tres días en el que al pequeño le cambiaron la alimentación, por lo que llegó con un problema de hidratación. "No beben mucho para no tener que parar a orinar", explican.

Van con prisa por volver a casa. Desde Alemania una mujer que venía a Almería para embarcar olvidó la insulina, siendo diabética. El caso les llegó fuera del horario de los traductores, con lo que tuvieron que entenderse como buenamente pudieron. "Con gestos le preguntamos si se había tomado la medicación", explica Abad, "nos dijo que llevaba tres días sin inyectársela". Tenía 415 de azúcar, una situación grave por la que tuvieron que trasladarla al Hospital Civil. En el puesto de atención sanitaria no le podían poner la insulina rápida dado que había cenado y le causarían más daños, con lo que le atendieron con el equipo más completo que poseen las instalaciones médicas.

Desde Cruz Roja, también ayudan a embarcar a personas con movilidad reducida o por otras cuestiones, tal y como pasó con una adolescente con trastorno autista. "En ese caso tuvimos que ponerle el cinturón de seguridad porque intentaba escaparse", explica Valentín Georgescu, otro de los voluntarios de la institución humanitaria. Los familiares de la joven no podían con ella, por lo que solicitaron la ayuda de los trabajadores.

Tal es la obsesión de algunos por subir al barco, que incluso llegan a anteponer la vuelta a casa por encima de la salud. María José Cabrera, voluntaria a la que sus compañeros apodan con cariño como "la mamá", cuenta el caso de una mujer con una hemorragia interna cuyo marido demandaba embarcar. "En esos casos yo se lo hago saber al Capitán. Le explico la situación y no les deba embarcar", cuenta Cabrera, aunque pueden cambiar de billete. "Yo les dejo dos opciones: o sí o sí", explica con una sonrisa, poniendo la salud por encima del viaje. "También hay casos en los que se quejan de que les atienda mi compañero, que es enfermero", relata Clemente. En esos casos, les intentan explicar que, aunque sean varones, son el equipo médico que debe atenderles. "Estamos muy satisfechos por ayudar", cuenta Enrique Muñoz. "Sólo queremos que ese regreso a casa, sea lo más seguro posible".

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