El Ejido, naturaleza, sociedad y cultura del paisaje
El reportaje
El Ejido sigue siendo centro de encuentro, concentración de personas en busca de la cohesión social, un microcosmos que alberga culturas de medio mundo, reflejo de la notable renovación de España
Anadie se le escapa el espectacular desarrollo del municipio de El Ejido desde mediados del siglo XX, aunque ya con anterioridad venía apreciándose su constante transformación. Los indicadores económicos no engañan, inmerso en una época de cambio histórico, no del fin de la Historia como erróneamente predijo Francis Fukuyama a nivel planetario, la globalización de los mercados lleva a que sobre su territorio incidan las decisiones de los organismos de regulación internacional, de aquí la necesidad de proyectarse al exterior. Estas circunstancias influyen en la relación con su entorno, pero El Ejido sigue siendo centro de encuentro, concentración de personas en busca de la cohesión social, un microcosmos que alberga culturas de medio mundo, reflejo de la notable renovación de España durante el último cuarto del siglo XX y primeros años del XXI.
La Murgi romana con sus identidades y rupturas, simbolizará el espacio ejidense, las múltiples idas y venidas entre el ayer y el hoy, el diálogo de tiempos, de culturas y de tendencias, en una relación semejante a los vasos comunicantes: el papel preponderante y autónomo, desempeñado por el municipio murgitano, reaparece después de dieciséis siglos, largo camino que muy bien puede identificarse con los versos de Antonio Machado:
Caminante son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Los esquemas de percepción convierten el paisaje, tanto agrario como urbano, en punto de referencia, llegamos a la dimensión afectiva de los espacios personales, en los cuales los recuerdos y las narraciones de los mayores son fundamentales. La ciudadanía de El Ejido tiene conciencia de que los edificios singulares, del Boulevard y sus aledaños y el Teatro-Auditorio, son la punta del iceberg de un municipio en continua transformación, en el mismo encontramos también, a título de ejemplo, el Daimuz, el mosaico romano, el castillo de Guardias Viejas, la torre de Balerma, el faro de El Sabinar, el aljibe de Pampanico, pasando por las casas del Instituto Nacional de Colonización en Las Norias y San Agustín, y el complejo turístico de Almerimar. Varios de éstos, junto con otros, son testigos silenciosos de tiempos pasados y convierten a El Ejido en un municipio que, si bien, mira al futuro, se interesa al mismo tiempo por su pasado.
Las corrientes geográficas humanistas propugnan ver el territorio con los ojos de sus ocupantes, y desde la perspectiva de las necesidades y capacidades de los mismos. Pretendemos, por una parte, evocar el discurrir de la Historia de El Ejido a partir de la reflexión sobre su patrimonio, desde el arte, y, por otra, remontar el tiempo y penetrar en el pasado para intuir lo que vivieron y pensaron sus lejanos habitantes, mediante las preguntas y respuestas emanadas de las imágenes, despertando otras preguntas y otras asociaciones. Imágenes que debemos considerar como un conjunto unitario, interrelacionado en el proceso de definición de la forma, de configuración de El Ejido, municipio en el cual, por su riqueza de matices, frecuentemente las partes no nos dejan ver el todo.
Manuel de Terán, el sistematizador de la Geografía moderna en España, recordaba la frase de Joan Maragall: "dichosa la ciudad que tiene una montaña al lado", y apreciaba en ella un atractivo continuo, en el caso de El Ejido el aliciente se incrementa con el mar, al encontrarse el municipio entre la vertiente sur de la sierra de Gádor y el Mediterráneo, en el suroeste de la provincia de Almería. La identidad espacial de las personas conduce a la noción de espacio como referente simbólico e iconográfico, a un territorio emblemático, que tiene historia, pues nuestra percepción de él incorpora la memoria, y, en realidad cuando miramos al paisaje, convertido en punto de referencia gracias a los esquemas de percepción, estamos recreándolo, llegando a la dimensión subjetiva del espacio.
El ejidense no escapa al sentido de territorialidad de los seres humanos. La personificación del territorio, en el que vivimos y explotamos, contribuye a configurar nuestra propia identidad como individuos o colectividad, llegando a la personal identificación con un paisaje, de "amor a la tierra", y a sus imágenes más representativas, que pueden convertirse en símbolos de la propia personalidad.
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