Fantasía en el veinte aniversario del desfile de Moros y Cristianos

Miles de visitantes y vecinos de Mojácar llenaron las calles del pueblo para presenciar el paso de las agrupaciones en una tarde de color, alegría y vistosidad. Lucieron sus trajes en la Plaza Nueva

Los disfraces fueron el aliciente de una mañana plagada de espectáculos para a todas las edades.
Ricardo Alba / Mojácar

11 de junio 2008 - 01:00

A las siete de la tarde del pasado domingo las campanas de la iglesia de Mojácar repicaron 'Paquito, el Chocolatero', ¡eh, eh, eh! Sí, ha leído bien: las campanas de la iglesia, porque las de Mojácar son unas campanas muy particulares con merecido capítulo aparte.

Desde mucho antes, las calles del recorrido oficial estaban ya repletas de gente expectante -sudorosa también no en balde el sol apretaba lo suyo- entreteniendo la espera con pipas, palomitas, o con una jarrita de cerveza fresca. Los conocedores del asunto cambiaron el vehículo privado por el transporte público reforzado para la ocasión, y eso que ganaron porque aparcar en Mojácar es casi tan difícil como que el camello pase por el ojo de la aguja.

Los sones de la primera banda de música bajaban por la calle del Alcalde Jacinto para desembocar en la Plaza Nueva. La estatua levantada en honor a la mujer mojaquera, frente a la farmacia, era testigo imperturbable del desfile. El Cuartel cristiano de Los Cisneros abría la marcha, seguido de Los Templarios, que precedían a la agrupación de Los Bandoleros a quien este año correspondía la Capitanía.

Las cámaras fotográficas echaban humo, lo mismo que las palmas de las manos de tanto aplauso a cada evolución de las comparsas. Por momentos, brotaba el embrujo moruno de cuando las calles de Mojácar eran un ir y venir de chilabas, turbantes y velos.

Bajo sus rasos y sedas, brocados y terciopelos, botas de punta afilada y vuelta hacia arriba, las Kábilas de Moros Viejos, Aljama Mudéjar y Moriscos, agrupación ésta con la Capitanía este año, avanzaban al ritmo que marcaban las bandas de música venidas del Levante mediterráneo. Una y otra vez, incansablemente, 'Paquito, el Chocolatero' ¡eh, eh, eh! era coreado, bailado, por la multitud que tenía ganas de fiesta, de baile, de diversión.

Cada Agrupación se lucía en la Plaza Nueva: Danza del vientre, cruces y cambios en la cadencia de los pasos, marcha con parada en las curvas, alardes todos ellos para estimular el aplauso, para provocar desafíos a las otras Agrupaciones, para dar el espectáculo colorista, efectista y festivo, de un desfile de Moros y Cristianos que este año ha cumplido los veinte.

Después, a medida que el redoble de tambores se acerca a la Fuente, enclave estratégico mojaquero en el que finaliza el desfile, llega la hora de la conversación, del intercambio de impresiones, de los saludos hasta el año que viene en el mismo lugar. Tres días seguidos de fiesta piden también la llegada del momento tranquilo, de saborear calmosamente un chocolate con churros.

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