Faura en Vélez Blanco: los escudos de la Magdalena
Almería
Con tan solo dos de sus muros y la torre en pie, la iglesia de la Magdalena se irgue con orgullo añejo por los tiempos vividos como mezquita, parroquia y ermita
Eran los años setenta y andaba recopilando material para mí libro Los Escudos de Almería; subía hacia el castillo de Vélez Blanco cuando a mitad de camino me encontré con la iglesia de la Magdalena de cuya existencia ya me habían dado noticia los textos y por ellos la sabía mezquita, primera parroquia luego degradada a ermita hasta que la incuria la llevó a la ruina en que ahora se hallaba, solo en pie la torre y dos de sus muros.
Su decadencia, piedra y maleza, zarza y cascote, era el reclamo perfecto para el dibujante romántico y eso me sentí: en su interior; sobre el montículo formado por la bóveda desplomada, con la vista busqué escudos en los paredes, pero ni trazas había, no ya de ellos sino de ninguna labra que no fuera la plana de su cantería… decepcionado me acerqué a la boca oscura del arco de la torre y por ella entré; encandilado por la luz intensa de julio y media mañana, tardé un poquito en ver que aquel espacio era una capilla... y en ella blanqueaban cuatro pequeños escudos uno en cada ángulo de la torre, en el arranque de los nervios cruzados que en su día sostuvieron la cúpula.
Sentí una alegría inmensa pero, espinas de la rosa, los cuatro blasones estaban mutilados con la saña que solo sabe emplear un tontimalo, pero aún así dejaban ver el buen empleo que se había hecho del mármol macael en unos sencillos pero preciosos escudos que dibujé y aquí traigo para ilustración del texto y ahorro del fárrago de su descripción heráldica; si ahora monocromos, líneas adelante la luz de la identificación les irá aportando el color que por heráldica les pertenece…
Sin perdón por la autocita -pues ya me dirán ustedes cómo demonios les podría relatar una frustración propia sin acudir a lo mío- cuando por fin publiqué el libro de los Escudos en 1986 dejé patente mis dudas de que estos blasones pudieran pertenecer a los marqueses; solo uno, el de las tres matas, el principal por repetido, lo atribuí a ellos y lo hice solo porque guardaba un cierto, y puñetero, parecido con el escudo que en la torre con las tres ortigas se imponía con toda su certeza fajarda… los otros tres, eran para mí un enigma al no casar en nada con la heráldica señorial.
En la Revista Velezana 14 «Los escudos de los Vélez» de 1995 ya identifiqué el blasón veinte años antes de que el Sr. Roth me corrigiera, en su tesis doctoral sobre Vélez Blanco... y lo supe: rojo y en blanco de plata las siete cabrillas del cielo entre las dos lunas, que eran las armas de FAURA, un linaje que aunque no por sangre sí estaba ligado por lealtad a los Fajardo a través de una relación que venía de lejos. Primitivamente aragonés, se asentó en el reino de Valencia en tiempos de Jaime I y de allí pasó, escrito Fabra, al de Murcia donde se tornó Faura, y a él pertenecieron los hermanos Gaspar y Juan, ganadores de la villa de Villena a su marqués Diego López Pacheco, una especie de condotiero levantino y levantisco que acudía presto con sus mesnadas al mejor postor, que en 1476 era el rey Alfonso V de Portugal entonces empeñado en meter el dedo beltranejo en el ojo común que tanto ve, cómo ve tanto, de Isabel y de Fernando.
La toma de Villena en aquel año y la colaboración en la de otras plazas, a la vez que les valió a los Faura el favor real, les deparó también la confianza de los Fajardo, adelantados del reino de Murcia; cuando en 1511 el primer marqués de los Vélez nombra por vez primera alcaide de Vélez Blanco lo hace en la persona del caballero Diego de Faura; merced renovada a su hijo Alonso antes de 1550 en que lo hallamos en el cargo y otorgando poder a su hermano para vender los bienes heredados de sus padres en Murcia.
El escudo de oro con los tres escudetes rojos con mata verde y bordura de seis escudetes, son las armas de ESCARRAMAD, el linaje de Catalina, la señora casada con Alonso de Faura de cuyo enlace nació Diego, el ya citado primer alcaide de Vélez; los Escarramad de su linaje, aunque con primitiva raíz catalana, venían de Aragón cuando se establecieron en Murcia donde destacó Alfonso, alcalde de la ciudad en 1382. Caballeros jurados y regidores perpetuos de la ciudad, llegaron a ejercer de teniente de adelantado por los Fajardo.
El cuarto blasón, de oro con una banda negra, representa las armas del linaje de SANDOVAL, propio de Catalina mujer que fue de Diego de Faura Escarramad primer alcaide del castillo de Vélez Blanco.
Sandoval, valle sando o valle de Sande; para unos fue pueblo burgalés que tomó su nombre del apellido y para otros al revés, la clásica competición huevo-gallina que nunca ganará nadie. Lo cierto y poco que se sabe es que este linaje muy presente en toda España se asentó en Murcia, de donde pasó a Andalucía con las guerras de su conquista…
En la Magdalena compartieron eternidad un tiempo los dos primeros alcaides con los dos primeros marqueses que irían, para algo la hicieron, a su capilla de la catedral murciana; no sé por qué se demoró tanto en salir para allá el primer marqués encontrado en 1834 esqueleto descomunal bajo el pavimento, o eso es lo que dice Madoz o más bien uno de sus muchos informantes que yo no he visto a nadie que tanto hable con boca ajena como don Pascual en su útil Diccionario al que le cabe el deshonor de ser el primer "pelotazo" editorial de España.
Poco importa dónde dieron con sus huesos fauras y fajardos; no es cuestión de cuerpos enterrados sino de espíritus insepultos… así es que gorra fuera, cuando camino del castillo nos detengamos ante la iglesia ruina de la Magdalena donde moran, ánimas, los dos alcaides y los dos primeros marqueses… sobre alivio de cuesta será homenaje a los cuatro responsables, cada uno desde su sitio, de la escalada de orgullo y buen gusto que le acabaría deparando a los Vélez la belleza, gótica y renacentista, barroca y neoclásica que hoy lucen con la romántica juventud de sus quinientos años cumplidos.
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