Félix Clemente, pintor universal

Nunca pensó en dedicarse al arte, y mucho menos a la pintura, pero la vida le llevó por esos caminos de la cultura · Su obra es conocida también fuera de las fronteras nacionales, fuera de Europa

Félix Clemente observa el mar, fuente de inspiración de muchas de sus obras.
Félix Clemente observa el mar, fuente de inspiración de muchas de sus obras.
Ricardo Alba / Garrucha

10 de abril 2009 - 01:00

Nunca dejará de ser el niño que fue, que es, tan cristalino de tanto con la vida puesta de espalda, de tanto con la vista fija en la mar. Su arte se nutre de la robusta fragilidad creativa de gasas mecidas por el viento, de brumosos amaneceres; de su humanidad generosa y soñadora se aprenden lecciones de vida. Félix Clemente Gerez regresa al lugar de la memoria donde sueña el sueño de una infancia feliz, de un padre pescador, de una madre con tres cestas de pescado: dos en la cintura y una en la cabeza a veces sin roete. El niño Félix Clemente "ayudaba a mi madre por quitarle un peso; me dejaba en alguna encrucijada bajo un poquito de sombra con una cesta, ella se iba y me miraba mil veces con un cariño enorme, así ya no recorría tanta distancia entre las cortijadas de Garrucha". Él, en sus momentos de soledad se entretenía con la composición de los colores de la tierra y el blanco del salitre, dibujaba.

"Con la mar me enfadaba a veces porque hacía obras que a mi me parecían geniales y que luego venía la muy sinvergonzona y me las borraba. Siempre he dicho que la playa fue mi primer bloc de dibujo y la mar el primer borrador que tuve". Su vida, la vida de Félix Clemente ha sido modesta, humilde, simple, pero muy rica interiormente "nunca me sentí solo, no sé lo que es la soledad, a pesar de que a veces he estado entre un millón de personas. Soy una persona que he fabricado un mundo en el que caben todos y nunca veo maldad en las cosas". A los siete años, el niño que fue, que es, cuando comenzaba a descubrir el mundo, tuvo la suerte o la desgracia, quién sabe, de padecer una parálisis facial. Se dio cuenta al beber un cazo de leche de cabra y no poder retenerla en la boca. Ahí comenzaron años de encierro, de soledad de niño falto de juegos con niños, sin por ello ser solitario porque mientras hubiese un papel, una pared, y un lápiz negro, el niño era feliz.

Félix Clemente, reconocido mundialmente como un genio de la espátula en la pintura al óleo, buscaba chatarra para venderla y comprar pinturas, "las primeras que compré las guardé tanto bajo los cabos de las artes de pesca, de los calamentos, que el día que las busqué para pintar y no las encontraba vaya disgusto tenía". El valor de la amistad, de la convivencia, de la vecindad, custodia al niño Félix Clemente hasta el niño adulto Clemente Gerez, siempre la amistad, la entrega cuando llegaba la golfá del Levante y a cualquier hora de la noche las gentes se llamaban a las puertas para subir los barcos casi al malecón.

"Hoy el muelle está más seguro, pero la fraternidad de las personas está más insegura. He visto como se hundía el mortero y como mi madre, por las calles de atrás, vendía el pescado. Salía una señora con la bata reluciente y una de las criadas sin peinar a recoger el pescado. He visto como querían a mi madre las señoras y las criadas. Cuando llegaba mi padre de la mar le decía a mi madre: Ángela, esto es lo que ha dado la mar. Mi madre le decía: no te preocupes, Pepe, todo el pescado es bueno; para mi madre todo el pescado era bueno, incluso le decía a muchas personas que le compraban como lo tenían que hacer para que estuviera más sabroso. Puedo estar orgulloso de haber tenido una familia con una cuna de una sola sábana y una sola almohada, pero pequeña para que cupiera tanto cariño".

Clemente Gerez nunca se propuso dedicarse al arte, a la pintura, si bien la magia de la vida le puso en el lugar y momento precisos, "llegaron a rodar películas y como yo pintaba y dibujaba me metí en ese mundo y me lo tomé un poquito más en serio. Estaba deseando ir a la mili".

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