Flores blancas para despedir a Alicia

El padre de la pequeña, Enrique González, ha tenido que recibir atención médica debido al choque emocional que ha supuesto la muerte de la niña · Ni la lluvia ni el frío impidieron asistir a los vecinos

En torno a 500 personas llenaron la iglesia de Santa María en Sorbas acompañando al padre de la pequeña asesinada presuntamente a manos de su madre.
Berta F. Quintanilla / Sorbas

17 de febrero 2010 - 01:00

Eran las once en punto de la mañana, y sonaban los primeros acordes del Ave María más triste que jamás haya sonado en Sorbas. Música para decir adiós a un ángel, que llegó rodeada de flores blancas y de más de 500 vecinos que no quisieron dejar sólo a Enrique González, su padre, inmerso en un profundo dolor.

La pequeña Alicia, de cuatro años, ya descansa para siempre en el cementerio de Sorbas. La iglesia de Santa María, en pleno corazón del municipio, juntó a más de medio millar de personas que siguieron con atención el breve sepelio, de media hora, pero en el que no faltó la emoción.

Fuera, el ambiente era de silencio. Un manto que cubría el ánimo de los presentes, paraguas en mano. Despliegue de seguridad, agentes de la Guardia Civil y la Policía Local controlando para que no sucediera nada extraño. Eran muchas las emociones, la rabia contenida. El regidor de la localidad, José Fernández, fue el encargado de trasladar a los medios allí presentes el sentir popular. "El padre está en estado de shock. Ha sido un golpe demasiado fuerte... tardará mucho tiempo en asimilarlo". No en vano, él, que "adoraba a su pequeña" según los residentes, fue quien encontró en la casa el pasado domingo, los cuerpos de las tres personas. El de su ex pareja sentimental, Marina G. G., la madre de ésta y la niña Alicia.

"En este momento fue cuando empezaron a atenderle, se hizo necesaria la asistencia médica", señaló Fernández. Al amparo de la solidaridad de los vecinos resaltó que la situación de este hombre de 40 años, electricista de profesión, "es complicada, porque ahora está muy arropado y por nuestra parte no va a dejar de estarlo pero en cuanto lo asimile todo y ordene lo que le ha pasado... le dará el bajón".

Mientras el alcalde está hablando, un hombre de pelo blanco se gira en medio de la plaza. Es el abuelo de la niña, ex funcionario del Ayuntamiento, que ha querido ser el encargado de velar por la intimidad de la familia. "Como allegado a ella, os pido por favor que nos tengáis en consideración", apuntó.

La misa continuaba. El cielo, aunque ya no lloraba, continuaba encapotado. Y en Sorbas hacía frío. Termina la celebración. Bajo un silencio absoluto sale el féretro de la iglesia, flanqueado por el medio millar de personas que han acudido a acompañar a un padre destrozado. Cabizbajo, sale el padre junto a los amigos y familiares. Ya queda menos. Las flores blancas vuelven a acompañar el cuerpo de la pequeña camino al camposanto.

Decenas de residentes tomaron sus coches, siguieron la comitiva fúnebre y estuvieron al lado de aquellos que conocieron a la fallecida, que disfrutaron con su risa de cascabel. "Estamos fatal, hija, ¿es que no lo ves?", dice una mujer con los ojos enrojecidos al amparo de un enorme paraguas de color rojo. "Conocíamos al padre y al abuelo, son gente de toda la vdia de aquí... y Sorbas es muy pequeño", sigue diciendo. Cierra el paraguas y entra en un coche blanco. Comienza la caravana. Cerca del desvío al cementerio, queda a mano derecha, dos agentes de la Benemérita intentan que no se colapse la vía. A partir de ahí, momento sólo para los familiares y amigos más íntimos. Un no estarás sólo que rueda de boca en boca. La pequeña Alicia, de cuatro años, descansa en paz.

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