Del Imperial al Palco de Vilches

Crónicas desde la Ciudad

Camarero, banderillero, asesor artístico… José Cruz López (Almería, 1933-2007), Pepín Cruz en los carteles, cultivó su afición taurina con igual intensidad que el concepto de amistad y honradez

Del Imperial al Palco de Vilches
Antonio Sevillano / Historiador

09 de octubre 2010 - 01:00

HAY quien opina que las necrológicas publicadas en prensa abusan del elogio gratuito. Algo así como "tó el mundo es güeno", o bien "hay que morirse para que te reconozcan los méritos". Tienen en parte razón, aunque en lo que a mi respecta procuro -salvo cuando la inmediatez del obituario lo exige- no conceder piropos gratuitos cuando el debe negativo del individuo es igual o superior a su haber positivo. No es el caso del recordado Pepín Cruz, de quien el pasado miércoles 29 de septiembre se cumplía el tercer aniversario de su fallecimiento. Tiempo el que jamás he escuchado una palabra que mermara su memoria de hombre de bien.

NACIMIENTO Y PROFESIÓN

Casi como un regalo de Reyes, José Cruz López vino al mundo en la mañana del sábado 14 de enero de 1933. Ocurría en la modesta casa del abuelo paterno Antonio, peón de albañil: calle Quintana nº 4, entre la de Las Cruces y El Zagal. Su padre, Francisco, camarero del café Colón, y su madre, Encarnación, junto a cuatro hijos, tenían su domicilio en la cercana calle Acosta.

Avenida Vilches camino del hotel Simón el niño vio a hombros a Manolete, Domingo Ortega o Luis Miguel Dominguín. Eran tiempos en que los paisanos o afincados en la ciudad Juan Luis de la Rosa, Guerrerito, Damián Ramón, Pepe Alcántara, Posadero, Ciérvana, Cuqui, Caravieja, Juan Leal o Chatillo llenaban de público los tendidos. La proximidad a la plaza de toros influyó naturalmente en su desmedida afición posterior. Se lo comentaba con lágrimas en los ojos a Mercedes Rodríguez y Esther Rigaud:

"Yo me acercaba a la entrada para ver llegar a los toreros y me parecían dioses vestidos de celeste y oro, bajándose de sus cochazos; aquello era sublime. Pero me tenía que quedar fuera, llorando… Escuchaba los aplausos y los olés e imaginaba lo que estaría ocurriendo. Cuando salía todo el mundo, entraba y veía las faenas en mi mente. Eso parece cuento pero es realidad… ". Esa imaginación fértil no decayó con los años. Destacaba Jacinto Castillo, entre sus mil anécdotas: "Yo lo que no olvidaré jamás es la vuelta al ruedo que di en Las Ventas… Hombre, Pepe, y tú cuando toreaste en Madrid, exclamaban los desprevenidos. Nunca -remataba- pero lo he soñado. A ver si alguno de vosotros es capaz de soñarlo".

Con doce años y en plena posguerra, o eras hijo de rico o gerifalte del Movimiento y estudiabas, o a trabajar. El prestigioso bar-restaurante Imperial de la Puerta de Purchena lo acogió en nómina desde aprendiz hasta su jubilación, en el que como camarero sirvió las mesas con total diligencia. Aquí tuvo a Joaquín García -su hijo Quino tiene escrita y leída una conferencia sobre Pepín- su protector y guía. Los propietarios del Imperial, Nicolás y Cristóbal Castillo, satisfechos de su profesionalidad y sabiendo las ansias del mozalbete de llegar a figura del toreo, le permitieron cierto tiempo libre para entrenar en La Molineta y asistir a capeas y revolcones por pueblos de Almería y Jaen.

En mayo de 1951 debutó de sobresaliente de espada en un festejo "económico": mano a mano Zurito y Chico de la Patrona, al que siguieron unos pocos más con el propio Justo y Pepe Viator. Con ese mínimo bagaje llegó su soñada presentación formal en la parte seria del espectáculo cómico-taurino musical "El Empastre". A las seis de la tarde hizo el paseíllo al frente de su propia cuadrilla para enfrentarse a "una escogida res de la acreditada ganadería de Doña Dolores Aspiroz, de Navas de San Juan (Jaén), con divisa verde y oro, que será lidiada, banderilleada y muerte a estoque por el valiente matador Pepín Cruz". Lástima que Juan Martínez "Volapié" no dedicase unas líneas a la gesta de nuestro sin par protagonista… Ocasión en la que aún no lucía el terno confeccionado por Manfredi (sastre que vestía a Manolete) para Chatillo de Almería y que Pepín le compró.

Cuando se refieren a "una escogida res" están hablando de deshecho de tienta, vacas cornalonas con más edad y arrobas que el Cable Inglés. Pepe las conocía bien porque era lo que soltaban en plazas de talanqueras como festejo cumbre de las fiestas patronales en pueblos dejados de la mano de Dios y de la Guardia Civil. De ello dan fe Chico de la Patrona y Chabola, "Quino" García y su cuñado Manuel Márquez "Posadero" (compadre de Pepín), Eduardo Marín y Chatillo; Alcaide y José Antº Martín, Ramón Magaña y Juan Luis, Juan Leal o Manuel Fernández "El Pollero"; amigos todos del alma y compañeros algunos de fatigas, ilusiones y sinsabores.

ANECDOTARIO

Pero en solitario su aventura no tenía futuro. Por eso se integró en las cuadrillas de los citados Chico de la Patrona, Pepe Viator, Guillermo Orozco y otros novilleros del momento (siempre en corridas sin picadores). Sobre todo a las órdenes de Magaña, pero dada su sincera e indisoluble amistad, lo de "a las órdenes" es pura metáfora. Llevándole de tercero le hacía rabiar obligándole a poner el par en su turno; aunque cuando se preparaba Ramón pedía el cambio, con la natural "mala leche" de Pepín frente la guasa (cariñosa y sólo por oírle) que se repetía una y otra vez. Pese a sus conocimientos de la lidia y de los terrenos, el tercio de banderillas era la cruz de Cruz: pasadas en falso, palitroques de uno en uno (¡joder, pues como los hacen en la fábrica, de uno en uno!)… Había un malafollá en el tendido que la tarde en que el lance no lo consumaba y se quedaba con ellos en las mano, desairado, le pedía a voz en grito: "Pepín, guárdame una banderilla para regalársela a mi niño…"; hasta que en una ocasión reunió en la cara del novillo, alzó los brazos (cortos, eso sí) y clavó el par en todo lo alto, se fue para el menda y le espetó: "Fulanico, dile a tu niño que esta tarde se va a comer una mierda".

No era raro que en el patio de cuadrillas Pepín repitiera a todo el que quisiera escucharlo: El palco tenía que estar por lo menos en Roma… Hombre, Pepe, y eso… Pues a ver si mientras se hace de noche, se va la presidencia y se suspende la corrida. Un palco que él precisamente ocupó, como asesor artístico, desde 1993 hasta su muerte, con tres presidentes sucesivos: José García, Pedro Jiménez y Marcos Rubio.

Le atraía la poesía y recitaba con ritmo y énfasis a García Lorca y Benítez Carrasco. Era mañoso y la marquetería, marcos, urnas y capillitas no tenían secretos para él. Y le apasionaba el teatro; por ello fue frecuente que acompañado de Eduardo Marín, Posadero y otros, representaran ante amigos y familiares pequeñas obritas y cuentos que Ruiz Marín se encargaba de filmar con su cámara. De natural tranquilo y mesurado, Pepín era tan poncista que sólo se sulfuraba en una tertulia cuando alguien hablaba mal y sin razón de su toreo. Su admiración nació el día que vio a Enrique dar unos muletazos a una erala -con tan sólo 14 años- en la finca de Jiménez Pascual, en Jaén.

Soñador, generoso, incondicional de los amigos, educado y respetuoso, gracioso y socarrón, José Cruz López falleció de una cardiopatía severa el 29/09/2007 en Torrecárdenas. Dejó viuda y seis hijos: Yolanda, Nuria, José, Trini, Encarni y Laura.

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