Crónicas desde la ciudad

Isabel II, una visita frustrante y ruinosa (y II)

  • El entusiasmo de las jornadas previas se trocó en desencanto ante la fugaz estancia de SS.MM. Ningún beneficio reportó la visita a la provincia, salvo un considerable "loro" a las arcas municipales

LA reina "de los tristes destinos" protagonizó 30 intensos años de la historia de España: desde su nacimiento en octubre de 1830 a la Revolución de septiembre de 1868, La Gloriosa, que la obligó a desterrarse a Francia. Hija de Fernando VII y de la napolitana María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, accedió al Trono cuando a los tres años falleció su padre, no sin antes derogar este la Ley Sálica que impedía reinar a las mujeres. Una disposición que dejó fuera de la sucesión dinástica a su hermano el infante Carlos María, provocando las fratricidas "guerras carlistas" entre isabelinos y seguidores del Pretendiente. Isabel II fue coronada a la edad de 13 años tras un largo periodo de Regencia de su madre quien, por otra parte, la sometió a sus dictados hasta que logró emanciparse del yugo cristino. A los 16 casó con su doble primo hermano, Francisco Asís de Borbón; matrimonio sin amor ni respeto mutuo, impuesto por razones de Estado y subordinado a los intereses de Francia e Inglaterra. Un desastre en lo personal dada la homosexualidad de él y sus ansias de poder. Consecuencia de ello y del ardor amoroso femenino exhibido, su vida íntima resultó escandalosamente desordenada. En lo político, encadenó ininterrumpidas disputas entre absolutistas y liberales, moderados y progresistas, cambios de Gobierno, asonadas militares y guerra de Marruecos. Mientras tanto, la Nación sufría impotente las derivas del desgobierno, alejada del bienestar que la revolución industrial comenzaba a procurar al resto de Europa.

Andalucía

Obligada a reconquistar el respeto de sus súbditos, programó tres visitas por el territorio nacional. La tercera -septiembre-octubre, 1862- a Andalucía y Murcia (Estas hermosas comarcas merecen la tención de ser visitadas por la Soberana… Andalucía reclama con urgencia este viaje ya que es una demarcación poco o mal conocida en la Corte). Eran fechas de relativa estabilidad parlamentaria y económica, aunque el analfabetismo crecía, las comunicaciones resultaban impracticables, el Clero gozaba de los beneficios del Concordato, la miseria aumentaba y la corrupción y el derroche campaba entre su propia familia, camarilla de Palacio, grupos políticos y financieros sin escrúpulos ("A Almería la Administración central no la atiende cuan corresponde"). En este interregno de calma chicha, el 12 de septiembre un tren real partió de Madrid en busca de Despeñaperros. Hasta el 29 de octubre no regresarían vía Cartagena. Del periplo se editaron tres Crónicas: la de la Biblioteca Nacional contiene un excelente álbum de fotografías; la de Fernando Cos-Gayón (existe un ejemplar en el Archivo Municipal, rarísimamente consultado) y la más conocida, de Francisco María Tubino, en los fondos de Diputación.

Un viaje que suscitó agravios entre las provincias por la disparidad en cuanto las pernoctaciones: de la no presencia en Huelva o las escasas horas de Almería a las diez o doce noches en Sevilla y Granada. En la vorágine de dispendios incontrolados que distinguió a aquella Monarquía, la comitiva superaba los ochenta individuos: ministros, militares, mayordomos y ayas, confesores, médicos, cronistas, fotógrafo, cocineros, secretario (Miguel Tenorio era el padre de tres infantas) y sirvientes de toda condición y rango. A título de anécdota cabe señalar a un maestro de canto, peinadora y ¡cuatro mozas de retrete! Al matrimonio acompañaban dos de sus hijos: Alfonso, príncipe de Asturias, y la infanta Isabel. En Madrid quedaron, dada la corta edad, María del Pilar y María de la Paz Juana. En total fueron cinco los descendientes (más seis fallecidos a los pocos días o semanas de nacer) fruto de sonados devaneos y favoritos.

Amanecer brumoso

Procedente de Málaga, la escuadra de once buques de guerra y vapores fondeó en la bahía la mañana del 20 de octubre. La bruma había dado paso a un luminoso día otoñal cuando una falúa -acercándose al costado del "Isabel II", que enarbolaba la insignia real- se dispuso a desembarcarlos en un muelle expresamente construido. Desde el día anterior -narra Tubino- todo era animación y júbilo en Almería: los habitantes de la Provincia habían acudido en grandes masas a la Capital, inundándola con sus legiones. La provincia de la que era gobernador José Lafuente Alcántara contaba con trescientas mil almas, treinta mil censadas en la capital regida por el alcalde Francisco Jover. Las calles estaban llenas de gente -prosigue el cronista-; lo mismo sobre las playas que en las plazas… Y al llegar la noche (del día 19) levantóse de aquella muchedumbre un rumor de mal contenido alborozo que se traducía en cantares indígenas acompañados de las clásicas guitarras. Esta cita, seguida de la que anoto, muestra el gusto y afición por un Flamenco que ya se fraguaba en estilos definidos:

…Había preparadas muchas parejas de niños y aldeanos para que bailaran ante palacio, pero opúsose la Reina, pues decía que el sol debía incomodarlos muchos y que no era justo exponerlos a su influjo… (Tales parejas actuaban asiduamente en el Salón-café "El Sol", en la plaza de la Administración Vieja de Hacienda).

Tras pisar tierra, el séquito fue agasajado en el pabellón lujosamente forrado de sedas, damascos y alfombras. Digno de elogio fueron igualmente las engalanadas casillas del Carabineros y Aduana. Seguidamente, arcos de triunfo, columnas, un kiosco-tienda confeccionado primorosamente de esparto en el que se ofrecían toda clase de frutas de la tierra; más otro exponiendo la riqueza minera de la provincia. Ambos recintos adornados con pinturas de Andrés Giuliani. En una carreta tirada por seis caballos enjaezados, la comitiva se dirigió la catedral. El camino aparecía cubierto de guirnaldas y banderas en las fachadas de las casas más principales; entre ellas las dispuestas en previsión de que hiciesen noche en Almería. En la seo el obispo Anacleto Meoro ofreció un tedeum de gracias previo a acomodarse en la residencia dispuesta en el palacio del Gobierno Civil y Diputación (instalados en el convento de Las Claras).

Aquí se desarrolló el grueso de los actos oficiales. Incluida la recepción a alcaldes de la provincia, estamentos civiles y educativos y a los "Diputados que le presentaron una torta o "pellón" de plata que valía cinco mil duros; ofreciéndola a S.M. como prueba de la riqueza minera de la provincia y de la justicia de sus reclamaciones, encaminadas a dotarla de caminos y carreteras". Tras el almuerzo, sin acudir al Ayuntamiento, se encaminaron al templo de los Dominicos, donde prometió vestidos y un manto para la Virgen del Mar. La última parada antes de embarcar rumbo a Cartagena fue en el Hospital y Casa-cuna, donde la lectura de un poema por una niña hospiciana solicitando la libertad de su padre encarcelado emocionó a todos los presentes. Poco más dio de sí el "Bienvenido Mr. Marshall" isabelino, salvo la asignación de ciento veinte y seis mil reales a repartir en limosnas. Almería siguió igual de pobre y olvidada como hasta entonces, pasando de la ilusión al desencanto y frustración.

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