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José Mª Martínez de Haro: "Quién me iba a decir, cuando me fui de Garrucha, que viviría tantos momentos históricos"

José María Martínez de Haro en el paseo del malecón de Garrucha. José María Martínez de Haro en el paseo del malecón de Garrucha.

José María Martínez de Haro en el paseo del malecón de Garrucha. / Marian León

Frente al mar, en pleno malecón de Garrucha, hay una casita de planta baja pintada de color terracota. Al cruzar la puerta da la bienvenida un coqueto salón con chimenea donde un sillón de rayas rojas y blancas da la espalda a un amplio ventanal, por donde se cuela la luz y la brisa del Mediterráneo. En las paredes conviven los cuadros de flores pintados por Olga, su mujer, con las fotografías que resumen toda una vida. En una de ellas, José María Martínez de Haro posa sonriente, trajeado, junto a su hijo recién bautizado y un hombre que marcó su vida: Adolfo Suárez González.

La vida de José María Martínez de Haro no es la de un hombre cualquiera de los años 40 nacido en el Levante Almeriense. "¿Quién me iba a decir a mí, cuando me fui de Garrucha, que iba a vivir tantos momentos importantes?", se pregunta ahora, cuando está a punto de cumplir 80 años. Este periodista almeriense pudo vivir desde dentro algunos de los momentos más importantes de la España de la Transición, siendo director del gabinete de Comunicación del presidente del Gobierno Adolfo Suárez, primero, y trabajando con Leopoldo Calvo Sotelo después.

Pero todo comenzó en Garrucha, el día de Nochevieja de 1943. A las 23:30 horas nacía José María, "uno de los pocos garrucheros de pata negra", como él mismo se define (sus padres y sus abuelos eran del pueblo). Vino al mundo en la cama de sus progenitores, porque entonces no se iba a parir a los hospitales. "Mi madre siempre me contaba que me lavaron y bajó a seguir cenando", dice el veterano periodista.

Su padre tenía una casa de banca y un almacén. Era un hombre de negocios que comerciaba con las mercancías que llegaban al puerto garruchero. "Sabía inglés, algo muy raro para una persona nacida en el siglo XIX", recuerda José María Martínez. Quizás influenciado por él aprendió dos idiomas, inglés y francés, algo que le abrió muchas puertas en el futuro.

Martínez de Haro ama el mar, al que regresa siempre que puede. Martínez de Haro ama el mar, al que regresa siempre que puede.

Martínez de Haro ama el mar, al que regresa siempre que puede. / Marian León

Los primeros años de vida de José María transcurrieron en Garrucha, entre barcos, rocas, salitre y productos llegados desde tierras lejanas. Luego, con unos diez años, sus padres decidieron enviarlo interno a estudiar al colegio diocesano de Almería, ubicado en la plaza de la Catedral. Allí hizo el bachiller elemental y el superior, pero cuando tenía 15 años falleció su padre y tuvo que regresar para trabajar en los negocios familiares y echar una mano a la familia. 

José María quería seguir estudiando, pero su madre no podía pagarle una carrera. "Era una viuda de aquella época, imagínate", dice. Su espíritu emprendedor hizo que a mediados de los 60, cuando tenía 21 o 22 años, pidiera un préstamo y le comprase a su tío un almacén de ultramarinos y coloniales, en la playa de las Escobetas, para convertirlo en una discoteca. Allí, donde hoy está el restaurante Boracay, abrió la discoteca Acuarios, que regentó hasta que tuvo el dinero suficiente para poder irse a Madrid a estudiar Periodismo. "Alquilé el local y me matriculé en la Escuela Oficial de Periodismo, a la vez que daba clases particulares de Historia, Francés, Geografía y Humanidades a niños de bachiller", recuerda. 

¿Pero cómo iba a despuntar un periodista de Garrucha en Madrid?, se preguntó. Abrirse camino entonces en aquel mundillo no era fácil —tampoco lo es hoy—. Por eso hincó los codos y se propuso ser el mejor. "Conseguí el premio extraordinario fin de carrera, es decir, ser el primero de mi promoción", un reconocimiento que habían logrado antes Luis María Ansón o Vicente Cebrián (padre de Juan Luis Cebrián). Lo hizo con un trabajo final sobre los sistemas parlamentarios en Europa, con el mérito añadido de hacer dicho análisis con el dictador Franco aún vivo. Su buen hacer llamó la atención de Ansón y de Emilio Romero (director de la Escuela Oficial de Periodismo) y enseguida comenzó a trabajar como articulista y editorialista.

De aquellos primeros años en la profesión recuerda que llegaba a escribir hasta tres artículos diarios para diferentes periódicos y revistas, algunos de ellos con el pseudónimo "Indalo". Y es que tenía que ganar dinero como fuera, porque tras titularse en la escuela decidió empezar la licenciatura de Periodismo en la recién creada Facultad de Ciencias de la Información. 

Adolfo Suárez en el bautizo del hijo mayor de José María Martínez. Adolfo Suárez en el bautizo del hijo mayor de José María Martínez.

Adolfo Suárez en el bautizo del hijo mayor de José María Martínez. / Colección de J.M. Martínez de Haro

La llamada de Adolfo Suárez

En aquella España del tardofranquismo convivían diferentes grupos políticos que "trabajaban sin hacer ruido preparando la sucesión de Franco", según cuenta Martínez de Haro. Estaban los democristianos, los liberales, los socialistas... Fue entonces cuando un día Emilio Romero, el que había sido su director en la Escuela Oficial de Periodismo, le dijo que un paisano suyo quería conocerlo: era un joven abogado llamado Adolfo Suárez, para aquel entonces aún un desconocido.

"Me citaron en su despacho de la calle de la Basílica número 19, quinto piso", recuerda con precisión Martínez de Haro. Tiene en la memoria cada detalle de aquel día que, a la postre, resultó decisivo en el devenir de su vida profesional y personal. "Allí estaba Adolfo Suárez y otras dos personas más; yo no conocía a ninguno de ellos, ni tampoco ellos a mí", aclara. "¿Usted sería capaz de resumirme ese trabajo que ha presentado en la Escuela de Periodismo sobre los sistemas parlamentarios en Europa?", fue la extraña pregunta que le hizo Suárez. "Pues sí, podría, pero me dirá usted para qué quiere oír eso?", respondió el periodista garruchero, extrañado. "Por el momento lo dejaremos en secreto", concluyó el que luego sería el primer presidente de la Democracia.

Durante unos 20 minutos Martínez de Haro le habló sobre los parlamentos europeos, mientras Suárez y esos otros dos hombres escuchaban con atención. Tres o cuatro días después sonó el teléfono fijo de su casa. Había una voz femenina al otro lado: "Le llamo de parte del señor Adolfo Suárez para pedirle que acuda mañana por la mañana a una reunión". No dio más detalles. "Me parecía todo muy extraño, así que llamé a Emilio Romero —aquel director de la escuela que era paisano de Suárez— y no me cogió el teléfono; nunca se me olvidará", dice ahora Martínez de Haro sonriendo.  

Allí se presentó, con mil dudas sobrevolando por su cabeza. Entró a aquel piso, cuyo comedor habían convertido en una sala de reuniones. En una mesa larga había 15 o 20 personas —algunos llegarían luego a ser ministros, pero eso no lo sabía entonces—. Suárez lo presentó ante los demás y dijo que lo habían convocado para hablar de los sistemas parlamentarios europeos. "Me empezaron a temblar las piernas", confiesa, así que les rogó que le explicarán para qué lo querían. "Es posible que te hagamos un contrato de periodista", le dijeron. Suárez y ese grupo de personas querían constituir Unión del Pueblo Español, otro de esos grupos que se preparaban para la llegada de la democracia.

Ese día comenzó una relación profesional y personal con personas que marcaron su vida. Adolfo Suárez, Fernando Abril-Martorell, Alfonso Osorio y tantos otros son nombres que permanecerán para siempre en el recuerdo y el corazón del periodista garruchero.

Martínez de Haro siempre ha sido un gran lector. Martínez de Haro siempre ha sido un gran lector.

Martínez de Haro siempre ha sido un gran lector. / Marian León

Martínez de Haro fue uno de los hombres fuertes de Suárez durante gran parte de su trayectoria política, primero como ministro-secretario general del Movimiento; más tarde, cuando el rey Juan Carlos I lo nombró presidente del Gobierno, y finalmente ya como presidente democrático tras las elecciones. Escribía las notas de prensa, los discursos... "En Presidencia trabajábamos 33 personas en un caserón de la Castellana (aún la sede no era La Moncloa), así que era raro el día que no llegaba a casa a las dos y media de la madrugada", cuenta. En apenas año y medio sacaron adelante la ley de amnistía general, la ley de reforma política, la legalización de los partidos políticos (incluida la del PCE en la Semana Santa de 1977) y la ley de convocatoria de las elecciones generales.

Del entierro de Franco al de Mao Tse-Tung

La vida de José María Martínez de Haro está llena de anécdotas que bien darían para escribir un libro. A finales de los 70 y principios de los 80 estaba muy cerca de donde pasaban todas las cosas importantes. ¿Quién podría imaginar que aquel garruchero que quedó huérfano siendo un adolescente estaría en los entierros de dos de los dictadores más importantes del siglo XX?

Corría 1975 y Francisco Franco ya estaba muy enfermo. Todos esperaban su muerte de un momento a otro. En Radio Pirenaica ya lo habían dado por fallecido varias veces. "Yo tenía varias notas de prensa escritas esperando el momento de añadir los datos finales", explica. Esos días llegó incluso a dormir en el despacho con Adolfo Suárez, a la espera de noticias. "Tú tienes que venir conmigo al entierro, porque sabes inglés y francés y habrá periodistas extranjeros que me querrán entrevistar", le dijo Suárez. Así que tenían preparados los traje negros y la corbatas: negra la de Suárez, azul la de Martínez. Y entonces sonó el teléfono: el dictador había muerto. Se pusieron los trajes, salieron del piso y subieron al ascensor. Suárez se quedó mirando atentamente el reflejo de ambos. "Esa corbata que llevas, José María, es preciosa; déjame que me la pruebe", le dijo. Se quedó con ella, dándole al periodista la negra. Así que la corbata de la marca Céline que lució Adolfo Suárez en un momento tan importante como el entierro de Franco era realmente de José María Martínez de Haro. "Nunca me la devolvió, pero un día me lo cobré, llevándome dos corbatas de las que tenía en su armario", recuerda con una sonrisa en la cara.

Poco menos de un año después fallecía el dictador chino Mao Tse-Tung. "Desde Presidencia se organizó un viaje, porque ya existían relaciones diplomáticas con China, y pedí que me incluyeran, porque yo hablaba dos idiomas". Martínez vio una oportunidad única de poder visitar un país del que tanto había leído pero que hasta entonces había estado cerrado a cal y canto. "Miles de personas pasaban por delante del féretro de Mao con antorchas, día y noche, y allí estuve yo", rememora. 

Decidió quedarse tres meses en China, hasta que estalló el conflicto bélico protagonizado por la viuda de Mao. "Cogí un tren y me fui a Cantón, lo más cerca que pude de Hong Kong, que era británico". Allí, tuvo que caminar durante más de 4 kilómetros con la maleta a cuestas para llegar a territorio británico y salir del país. Consigo llevaba una pequeña cámara de fotos Minox con la que había captado imágenes de los bombardeos en el puerto de Shanghái. "Se las vendí a United Press por un buen dinero, tanto que me pude comprar un piso en Madrid", recuerda el periodista.

Martínez de Haro en la Muralla China. Martínez de Haro en la Muralla China.

Martínez de Haro en la Muralla China. / Colección de J.M. Martínez de Haro

Director de La Voz de Almería y asesor de Calvo Sotelo

A principios de los 80 José María Martínez dejó la comunicación política y pasó a trabajar para los Medios de Comunicación Social del Estado. Era una persona ya muy reputada, por lo que lo nombraron director en funciones de varios periódicos. Pero él tenía claro que quería regresar a Almería, así que lo hicieron director de La Voz. Apenas estuvo unos meses, pero fue suficiente para renovar ese viejo periódico y llevar la maquinaria más moderna de la época. 

Y llegaron las primeras elecciones autonómicas y Leopoldo Calvo Sotelo, que ya era presidente del Gobierno, viajó a Almería para presentar al candidato de UCD. Al ver allí a su viejo conocido, lo llamó aparte. "¿Tú qué haces aquí? Lo siento mucho pero esto te va a durar poco", le dijo, y lo nombró asesor dentro del Gabinete de Presidencia.

"Calvo Sotelo era el político más ilustrado que he conocido jamás", asegura. Cuenta que cuando llegó a La Moncloa se llevó libros y un piano que tocaba para relajarse. "Suárez era muy pillo, pero Calvo Sotelo era mucho más culto", dice. Aún hoy le profesa una sincera admiración. 

Cuando el PSOE ganó las elecciones del 82, Martínez de Haro presentó la dimisión, junto al resto de personal de confianza del presidente. Dejó así la comunicación política para siempre, dedicándose desde entonces a la empresa privada (trabajó en la multinacional británica Amstrad) y posteriormente dando clases de Derecho Constitucional en la Universidad Complutense (porque también se licenció en Derecho).

En todos estos años nunca ha dejado de escribir. Sus artículos de opinión se cuentan por millares. Actualmente publica en este periódico mostrando su audaz análisis político, ese que ya en los años 70 le valió para destacar entre todos los estudiantes de periodismo.

Por esa trayectoria brillante, por haber viviendo desde dentro lo que muchos de su generación solo pudieron ver por la tele o leer en los periódicos, y por su amor incondicional a su tierra, este jueves la Diputación de Almería le hace entrega del Escudo de Oro de la Provincia de Almería. Un galardón que recoge con orgullo, porque como dice con sus ojos azules clavados en el mar que le da la vida, "ante todo me siento profundamente almeriense". ¿Quién le iba a decir a ese chiquillo que se crio entre las redes del puerto de Garrucha que llegaría a donde ha llegado...?

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