Juan Luis de la Rosa, artista

Crónicas desde la Ciudad

A las cuatro de la madrugada de tal día como hoy de 2006, Juan Luis de la Rosa Oña fallecía en su domicilio de una aguda crisis coronaria. En este 4º aniversario lo evocamos con respeto y cariño

Juan Luis de la Rosa, artista
Antonio Sevillano / Historiador

19 de diciembre 2010 - 01:00

ES ley escrita en el genoma del Universo: se nace, se muere y nos olvidan. El tiempo es una máquina feroz que inmisericorde y sin prisas destruye cualquier rastro temporal. A unos antes que a otros, y lógicamente más pronto fuera del ámbito familiar y/o del círculo de íntimos que procuran preservar su memoria. Después el vacío. Salvo quienes acumularon méritos suficientes para dejar su huella en letra impresa. O perpetuándose en un galardón que lleve su nombre, como el que tiene instaurado la peña El Duende al "mejor toreo de capote" durante el abono de la Feria agosteña. Me refiero, claro, a Juan Luis de la Rosa, artista de perfil poliédrico donde los haya, que abordó distintos "palos" y a todos le sacó el mejor de los sonidos (toreo, pintura, flamenco).

Hay quien está convencido de que fue la reencarnación epígona de aquel "Juncal" de la serie televisiva protagonizada por Paco Rabal. O quizás que su nacimiento en la calle Talía -próxima al teatro Apolo- ya presagiaba el que las Musas le distinguirían con su varita máquina. De cualquier manera, tal como reza la quintilla redoblada que le escribió por tarantos el compositor y amigo Pepe Nieto, el romántico bon vivant se marchó, con ochenta años, al firmamento de estrellas donde dicen habita toda una tauromaquia de paisanos vestidos de luces y gloria:

Le esperaba Nacional,

ya está Juan Luis en el cielo,

le esperaba Nacional,

junto a Juanito Gimeno,

Enrique Vera, Juan Leal

y Manolo el Posadero

DE LOS PAÑALES AL FÉRETRO

Nacido el 31 de mayo de 1926, era hijo de José (funcionario de Aduanas) y Rosalía. Juan Luis era el tercero de los hermanos Alicia y José de la Rosa, compositor popular y profesor de la banda de música de Cruz Roja. Acomodado en el hogar paterno de la calle Las Cruces vivió una infancia feliz. Tras asistir a una escuela de la rambla Alfareros -donde era compañero de la recitadora Matildita Morales- se matriculó en Pintura y Dibujo de la Escuela de Artes (sección Pintura y Dibujo) y allí le sorprendió la guerra incivil. De aquellas enseñanzas bebió su afición madura. Entre sus lienzos recordamos los retratos de Relampaguito, Manolo Chopera y Pepe el Habichuela, entre otros.

En un barrio tan influenciado por la proximidad de la plaza de toros, surgió, como la de tantos otros chiquillos (su amigo "Posadero", por ejemplo) la vocación taurina a la que ahora acudiré.

En los años cincuenta pasó a residir en Madrid, defendiéndose, ante la falta de oportunidades, como agente comercial. De una primera relación sentimental nació su primogénita, Carmen Fenoy; después vendría su matrimonio con la cantaora granadina Josefa Fernández "Fina de Granada", quien le hizo padre de María José y Juan Carlos. Los últimos años los vivió con su segunda esposa, Piqui Vasallo, fiel y generosa compañera de la postrera etapa.

En los sesenta regresa a Almería y durante tres años es comisionista de la fábrica de perfumes propiedad de Juan José Durbán y de su íntimo Pepe Juárez. Época en la que viajamos en mi coche y de la que guardo vivencias como para escribir un libro. Concluida la aventura "perfumista" Juan Luis abrió en Aguadulce el tablao flamenco La Fragua. Su inauguración la noche del 15 de julio de 1973, estuvo apadrinada por los bailaores El Mimbre y Pepa Coral, hermanos de la sevillana y famosa Matilde Coral. Velada, como todas, de vino y rosas, escasa caja y derroche de simpatía y arte rodeado de amigos… y gorrones. ¡Ahí cantó, con aquella ronquera peculiar, como jamás le escuché después!; tablao por el que pasaron figuras del calibre de Mariquilla y Fosforito. A La Fragua le sucedió en la calle de San Eugenio en la capital -próxima domicilio familiar- El Brindis, bar traspasado a renglón seguido al bueno de Juan Martín y en el que se repitieron las noches eternas de cante y guitarra.

Al objeto de evitar olvidos imperdonables, sólo citaré los dos reconocimientos oficiales que obtuvo, ambos brindados por el Municipio de su tierra, retirado ya de los ruedos aunque ejerciendo como asesor artístico de la plaza de toros de la Avda. de Vílches: el 21 de marzo de 1979 el alcalde Rafael Monterreal le impuso el Escudo de Plata de la Ciudad, galardón compartido con los guitarristas Pepe Richoly y Gabriel Amate, además del cantaor abderitano Manolo de la Ribera. Más adelante, en enero de 2003 el Ayuntamiento democrático le distinguió con su Medalla de Oro

ALTERNATIVA

Aunque en el 39 se puso delante de una becerra, su debut se produjo en nuestra plaza en agosto de 192, anunciado en la parte seria del espectáculo cómico-musical La Giralda. En la Feria de Valdepeñas de 1945 mató su primera novillada con picadores y en junio de 1947, con sólo cinco festejos de los de a caballo, se presentó en Las Ventas de Madrid, con reses de Arauz de Robles, causando una grata ocasión pese a sufrir un varetazo (esto no le valió para llegado su momento confirmar el doctorado). En este escalafón sus paisanos lo aplaudieron el 18 de julio de ese año. Corrida en la que encartelado con Manolo González y Antonio Corona, Juan Luis sufrió la primera cornada seria de su carrera, inferida por "Amapola", de Moreno Santamaría y primero de su lote (el sexto lo mató el sevillano González)

Corría la Feria de Invierno cuando la comisión de Festejos capitalina incluyó en la programación una corrida de toros extraordinaria, cuyos beneficios fueron destinados a la construcción de la ermita de Torregarcía. Algún dinero debió perderse por el camino porque el propio Juan Luis me confesaba que no vio un duro ni para los gastos (con ellos corrió su apoderado Ulpiano Díaz). El cartel prometía: toros de González Martín, vecino de Madrid, para Octavio Martínez "Nacional", Enrique Vera y Juan Luis de la Rosa, que tomaba la alternativa. A su primero, "Volador", lo recibe con unos lances templados y mandones (¡ay, aquellas manos bajas y la cadera rota en la media verónica! del quite imposible); la faena va a más ante el delirio del paisanaje, pero el fallo a espadas le impide pasear los apéndices en la triunfal vuelta al ruedo.

El torero de la calle de Las Cruces se resarció en su segundo, con creces. "Rumboso" se llamaba el berrendo en negro, salpicado. De nuevo el capote de seda levantó pasiones. Brinda al buen aficionado Rafael Molina, sastre de la Casa de las Mariposas y responsable de Fiestas municipal. El crítico Juan Martínez "Volapie" concluía su crónica: "Da un estatuario inmenso (olés y música). Y de regalo una "pedresina", realizada con maravillosa perfección. Sigue luego por la derecha y tras dar varios pases eficaces, larga un pinchazo, luego otro hondo y el toro se echa. (Gran ovación, dos orejas y salidas a hombros)". Después una cuantas corridas más, pocas, por ruedos españoles y franceses. La cosa estaba muy difícil y te retiraste. E hiciste muy bien.

En cualquier caso, para que tus paisanos actuales sepan valorar quien fuiste en vida creo que con la entrega de hoy es suficiente. Saludos a los amigos comunes Posadero, Juan Leal, Chico de la Patrona y Pepín Cruz. Hasta otra onomástica, maestro

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