Juicio al comandante Berdugo
AINHOA Collar, Beatriz Plaza, Rita Mª Rodríguez y Miguel Revueltas, alumnos del IES 'Bahía de Almería', tutelados por la profesora Carmen Rubio, han recibido recientemente de manos del ministro de Educación y Ciencia, Ángel Gabilondo, un premio nacional de investigación otorgado por la comunidad educativa de Madrid. El joven equipo optó por un tema multidisciplinar doblemente atractivo: el tratamiento historicista de un crimen -el de la actriz almeriense Concepción Robles- de gran calado social y popular en una pequeña capital de provincias. Y de otro, el análisis de un caso de violencia de género con resultado de muerte en el primer cuarto del pasado siglo XX, y sus connotaciones con la actual lacra machista. Un trabajo elaborado desde el rigor, serio y contrastando sus fuentes, exento de folcloristas tratamientos esotéricos, de "fantasmas del teatro Cervantes" y otras chorradas paranormales con cabida en Cuarto Milenio, programa televisivo mínimamente creíble. ¡Manda narices que el sensacionalismo de un joven, tan osado y crédulo como desinformado, haga olvidar al imaginario ciudadano el alevoso asesinato por obra y gracia de sus almas en pena y espectros del Cervantes!
LA MUJER Y UN DOBLE CRIMEN
María de la Concepción del Pilar Fe Juana Robles Pérez nació el 7 de octubre de 1887 en el número 14 de la calle Real de la Almedina; hija del concertista de guitarra Juan Robles (nieta por línea paterna de un fundador de la Banda de Música Municipal) y de Pura Pérez, de familia burguesa vinculada a la abogacía. El matrimonio marchó a Madrid y allí surgió la vocación teatral de la joven paisana.
Pronto ingresó en la compañía de Rosario Pino, María Guerrero y Fernando Mendoza y en la de María Palou y Ernesto Vílches, consolidándose como primera actriz dramática en la década inicial de la centuria pasada. En 1918 conoció y se casó con Carlos Berdugo Boti (con "b" de bandido), comandante de Caballería; de 45 años y 14 mayor que ella, viudo y con dos hijas. La convivencia duró escaso tiempo dado el carácter violento y celoso del militar. Sobrados testimonios (incluido un exhorto judicial) indican que Conchita ya sufrió malos tratos -verbales y físicos- durante una prolongada estancia en Granada, motivos más que suficientes para que se apartara de él y solicitara una demanda de anulación matrimonial. Junto a su madre regresó a Madrid, estableciéndose seguidamente en Valencia.
Se reintegró a su actividad teatral en la compañía Tudela y Monteagudo, con la que giró por España. A nuestra ciudad arribaron en enero de 1922 para cumplir un abono de diez representaciones. El día 21 estaba anunciada "Santa Isabel de Ceres", del dramaturgo Vidal Planas; basada en el sórdido submundo de la prostitución, con muy crudas y realistas escenas. Enterado su esposo -el mes antes habían dictado auto de separación-, radicalmente opuesto a su regreso a las tablas, la siguió hasta Almería. La noche del crimen, el hermoso teatro Cervantes recién inaugurado tenía totalmente cubierto su aforo dada la expectación y el morbo de que venía precedida la obra. Carlos Berdugo se introdujo subrepticiamente en el coliseo y oculto entre bastidores esperó el momento de consumar su traición. En el primer acto, cuando Concha se disponía a salir a escena, se percibió de su presencia y de que empuñaba una pistola. Intentó protegerse detrás del aprendiz de la imprenta "Celedonio Peláez", Manuel Aguilar Ruescas, pero el malnacido disparó sobre ambos por la espalda. Concha Robles murió en el acto y el chaval a las pocas horas en el Hospital Provincial. El militar intentó suicidarse con la misma arma aunque no lo consumó.
La rabia y el dolor se apoderaron de una ciudad horrorizada por el doble crimen: un chiquillo de dieciséis años y una almeriense de treinta y seis, guapa, famosa y admirada. El entierro resultó una sentida y multitudinaria manifestación de duelo. Carlos Berdugo, a quien los doctores Arráez y Gómez Campana le extirparon el ojo derecho, fue atendido espiritualmente por el obispo Martínez Noval, al tiempo que recibía muestras de afecto del estamento militar (su padre fue general) y de influyentes familias castellanas. El juez de Instrucción le tomó declaración y, al parecer, se hizo cargo de una carta dirigida a sus superiores. La prensa local no recoge ningún telegrama remitido a las madres de las víctimas dándoles el pésame, ni que el pastor de la diócesis participara en el sepelio.
CONSEJO DE GUERRA
El asesino (ni presunto ni leches) estuvo acompañado por sus hermanas hasta que avanzado febrero -ya bajo la jurisdicción militar- fue recluido en el cuartel de La Misericordia. El 20 de abril, el capitán de la Guardia Civil, José Clarés, lo trasladó al hospital de Cartagena; al ser dado de alto pasó a la prisión militar de la Torre del Cuarte (Valencia). El 27 de mayo de 1924, bajo la presidencia del gobernador Militar, general García Trejo, se constituyó en la Capitanía General de Valencia el Consejo de Guerra que había de juzgar al comandante de Caballería Berdugo por la muerte de su esposa y del niño Manuel Aguilar (en el sumario figura como tramoyista y no como aprendiz).
El procesado renunció a asistir a la vista, permaneciendo en un despacho contiguo vestido de uniforme. En su declaración afirma, entre otras lindezas, "que la madre de la víctima influía en ella para que trabajara en el teatro; que se hallaba dispuesto a aumentar la pensión (…) y que la conducta equívoca de su mujer dio lugar al hecho". Sorprendentemente, el director de la Compañía, Alfonso Tudela, declaró en su contra; incluso, en el afán de denigradla, una agencia de detectives privada y pagada aseguraba "que vivía en Valencia en una casa de huéspedes de dudosa conducta; que es neurasténica, desequilibrada, de carácter voluble, coqueta y apoyada en su madre".
En esta línea siguieron numerosos infundios hasta que el fiscal los desmontó uno por uno, demostrando que en todo momento guardó una conducta honesta y decorosa. Se leyeron testimonios de la madre, de compañeras actrices, empresarios teatrales, del marqués de Tamarón; un certificado del alcalde de Granada "afirmando que la señora Robles observó una conducta ejemplar" y una prueba determinante: un contrato entre los esposos para vivir separados, de lo que se desprende que Berdugo autorizaba tácitamente a su mujer para que trabajara en el teatro.
Tras cuatro intensas sesiones, defensa y fiscal elevan sus conclusiones definitivas: parricidio con alevosía y atenuante de obcecación y homicidio en la figura del niño Aguilar Ruescas; el segundo, libre absolución ya que mató a su esposa ¡por amor! El 31 de mayo dictan sentencia contra Carlos Berdugo Boti: cadena perpetua por parricidio y catorce años por la muerte del chaval. El 16 de enero de 1925 el Tribunal Supremo de Guerra y Marina confirma la anterior y aumenta las indemnizaciones económicas a las familias. En abril, en una conducción de presos, llegó a Melilla para desde allí pasar al penal de las islas Chafarinas donde comenzó a cumplir condena.
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