Lamento de Saetas (II): Andalucía Cantaora
Crónicas desde la Ciudad
Obra de profesionales, la saeta flamenca se inspiró en melodías mozárabes, judías y romaníes
Viendo Jesús que su muerte
la tenía tan cercana,
llamó a su Madre, prudente,
y con discretas palabras
se despidió de ésta suerte:
Quedad con Dios, Madre mía.
Vuestra bendición espero,
que ya se ha acercado el día
que enclavado en el madero
se cumpla la profecía.
En el marco de las Bellas Artes, desde siempre el pueblo andaluz ha sentido marcada predilección por la Música. Y una parcela nada desdeñable le corresponde al cante, toque y baile flamenco (Patrimonio Inmaterial de la Humanidad). Está suficientemente contrastado que en el transcurso de su historia el artista se nutre de melodías populares de muy variados orígenes y contenido: mozárabes, bizantinos, judíos o romaníes. Tanto como de la sacra, lírica culta o semiculta. Este magma heterogéneo desembocó en un crisol purificador, configurándose en estilos matrices o en formas susceptibles de ser acompañadas a la guitarra. Otro grupo se expresa a “capela”, emitidos sin apoyatura auxiliar rítmica: el grupo de las tonás, de vital importancia en el campo que nos ocupa. Todos ellos merced a la capacidad creativa de unos pocos elegidos (mujeres y hombres) en distintas épocas y circunstancias.
Pese a las varias teorías sustentadas, resulta imposible fijar a estas alturas el momento preciso en que la saeta plana, escasa de matices y relieves, se sustituyó por "perlas" estilísticas perfectamente pulidas y rematadas. El protagonismo pasa entonces a ejercerse por profesionales. La súplica o ruego a Jesús y María se vehiculiza a través de la seguiriya, tonás, martinete o carcelera. Es la tesis generalmente aceptada. Tesis de la que en cierta medida discrepamos ya que si efectivamente es por estos "palos" como habitualmente se ejecutan en la actualidad, en sus comienzos no ocurrió exactamente así; abriéndose el abanico a otras variantes. Un significado escritor de la Generación del 98, Eugenio Noel, afirmaba en su libro Semana Santa en Sevilla que él las había escuchado por fandangos, malagueñas y ¡tarantas! Reprobando, eso sí, lo que consideraba una desviación del folklore andaluz y de la concepción ortodoxa del Cante.
Discrepancias al margen, debemos enumerar, aunque sólo sea selectivamente, a una legión de figuras consagradas de todos los tiempos que durante su periplo profesional derrocharon sabiduría y conocimientos en el siempre comprometido ejercicio del "cante por Saetas":
Enrique el Mellizo, Manuel Torre, Niño de Gloria, Tomás y Pastora Pavón, Manuel Centeno, Manuel Vallejo, Canalejas de Puerto Real, Pepe Marchena, Rocío Vega “Niña de la Alfalfa”, Antoñita Moreno, Perla de Cádiz, Antonio Mairena o José Menese.
Sin embargo la mayoría de estudiosos omiten sistemáticamente -por razones que desconozco- a otras cantaoras que igualmente las enaltecieron. Caso de las raciales tonadilleras que monopolizaron el primer tercio del siglo XX: Amalia Molina, Rosarillo de Triana, Emilia Benito, Custodia Romero o Niña de Linares.
En cuanto a su interpretación, a nadie se le escapa el riesgo que entraña su puesta en escena. A la dificultad de dichos estilos y singularidad del momento (no olvidemos la carga de emotividad que puntualmente soporta el saetero), se le suma el inconveniente de realizarlo al aire libre, con ruido ambiental, condiciones atmosféricas adversas, incensarios, etc. Y por encima de todo el tener que encarar los tercios sin el apoyo melódico y tonal que le proporciona la guitarra. Pese a que se den otras formas métricas, por lo general se trata de coplas de cuatro o cinco versos octosílabo. Pero sería muy prolijo ahondar ahora en los orígenes, insisto, de su etapa preflamenca, de indudables raíces árabes, bizantinas y judías.
ALMERÍA POR SAETAS
Cuatro sayones le siguen,
veinte soldados le aguardan,
y tras Él las tres Marías
llorando van enlutadas
(Francisco Villaespesa)
Decepciona adentrarse en la casi nula bibliografía local. La religiosidad popular y el segmento musical que abordamos es un apartado por el que pasan de puntillas los historiadores provinciales. Sólo algún que otro artículo costumbrista, no demasiado fiable por cierto. Las referencias contenidas en Estatutos y Normas constituyentes de antiguas hermandades y cofradías son igualmente inexistentes. Y casi nada en el vaciado de la hemeroteca decimonónica. Pero estamos razonablemente seguros de que la tradición saeteril se remonta a tiempos muy pretéritos y de que su esplendor corrió en paralelo al resto de provincias andaluzas.
Nos apoyamos en un hecho debidamente documentado en actas y legajos archivísticos: desde el siglo XVI la presencia de gitanos o payos es habitual en celebraciones eclesiales, llámese Navidad, Corpus u su Octava. ¿Por qué no hacerlo extensivo a Semana Santa? No hay razones sociales ni antropológicas que abonen un discurso en contra. Cuestión opinable sería en cambio las formas y la estética expresiva, basada en un corpus literario de contenido religioso. En cualquier caso, me mantengo en el aserto de que Almería en poco podía diferir de sus hermanas andaluzas. Abono mi tesis en la constatación de una práctica frecuente, aunque poco conocida, en nuestra ciudad. A caballo de las dos centurias anteriores fue habitual la presencia a las puertas de los templos de una legión anónima de ciegos y desheredados de la fortuna -castigados por una sociedad tremendamente injusta- entonando cánticos lastimeros en demanda de unas míseras monedas.
Seres desgraciados a los que la prensa local, cínica y mínimamente solidaria, hostigaba con advertencias a las autoridades para que desaparecieran del paisaje callejero, dada la impresión negativa que a su juicio causaban a propios y extraños. Congratulándose cuando (1918) no se hacían visibles:
Una de las notas más salientes fue la ausencia de pobres en las puertas de las Iglesias, que otros años, en filas interminables, cantaban la Pasión de Jesús
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