Lamento de Saetas (III): Ciego pedigüeños

lLa prensa solía afear a ciegos y menesterosos que cantasen letanías de la Pasión de Jesús

Saeta al Sepulcro en Casa Puga. Niño de las Cuevas.
Saeta al Sepulcro en Casa Puga. Niño de las Cuevas. / D. A.
Antonio Sevillano

27 de marzo 2018 - 02:31

Del contenido de las "pedigüeñas" letras que ciegos y menesterosos entonaban (siglo XIX-XX) en el exterior de los templos, la prensa sólo apuntó a que eran letanías narrativas de la Pasión y Muerte de Jesús. Cancioneros y hojas volanderas que sus autores (troveros populares) colgaban en las fachadas parroquiales para su venta (Eusebio Arrieta, en el Semanario Popular, cita la de Santiago Apóstol). En cambio, el redactor de la noticia sí se sentía satisfecho de "las incontables mesas petitorias, a cuyo frente lucían bellas señoritas". O que "por la tarde (jueves Santo) nuestras gentiles paisanas, tocadas con la clásica mantilla que recuerda a la España de las manólas y los chisperos, recorrieron las Estaciones y pasearon por nuestras calles". Nos consta que el párroco de Oria, Félix García, recopiló textos y tradiciones comunes a otras localidades andaluzas. Versos que recrea con descarnado realismo y que coincidirían, presumiblemente, con las antedichas letanías:

El que no vive el amor

de la Doctrina y la Fe

clavará siniestro pie

de Jesús Nuestro Señor

Golpeaba con furor

un clavo fuerte y mal hecho,

al clavar el pie derecho

de Jesús Nuestro Señor

Cuan profundo fue el dolor

al ver el hombre, inhumano,

clavar la siniestra mano

de Jesús Nuestro Señor

De fiereza y de valor

los sayones dieron muestra,

al clavar la mano diestra

de Jesús Nuestro Señor

Considera pecador

que la lanza de Longino,

abrió el costado Divino

de Jesús Nuestro Señor

En el primer tercio del siglo XX fue habitual la contratación en el teatro Cervantes, Trianón, Variedades o Apolo de un crecido número de tonadilleras y cancionetistas de excelente factura artística. Extendiéndose la práctica, al coincidir su estancia en Semana Santa, de montar cuadros específicos al objeto de dar cabida a las saetas. Valga una gavilla de reseñas en distintos locales y años:

María Albaicín la emperatriz del cante y baile gitano... Seria, sentimental y sugestiva en sus incomparables Saetas...

Aurora Imperio y La Sultanita, admiradas por el arte de su Cuadro Andaluz y Saetas

Pilar Gienense diquela que es un primor... Pero donde obtuvo un éxito triunfal, clamoroso, fue en la saeta a la Virgen de las Angustias. Desde la actuación de Emilia Benito no habíamos escuchado saetas semejantes ¡Así se siente!

Pepita Llanes, interpretando con sabiduría fandangos, fandanguillos, granaínas y saetas...

Al escenificar un cuadro plástico representativo del Santo Entierro, toma parte la especialista en saetas, Niña de Linares, artista de voz bonita y bien timbrada.

En los pasados años Veinte, La Crónica Meridional anunciaba que "para la próxima Semana Santa se contratarán a afamados cantaores de saetas sevillanos " (presumiblemente Amalia Molina y Rosarillo de Triana).

Dicho lo anterior, debemos significar que los desencuentros entre saeteros y autoridad cofradiera vienen de lejos, aunque sus responsables trataron oportunamente de justificar los hechos. Unas muestras elegidas al azar en fechas anteriores al incivil conflicto bélico del 36/39 lo corroboran:

El hermano mayor de la Real Cofradía del Santo Sepulcro, Eduardo Pérez Cano, se dirige (1928) a los periódicos rogando la publicación de una nota informativa:

"... Que por la manera de marchar la procesión y hacer las para

das, pues las órdenes para ello van transmitiéndose de atrás a adelante, es decir de cola a cabeza, resulta materialmente imposible, so pena de cortar la procesión y de hacer que se interrumpa la buena marcha de ella, el pararla donde algunas personas, animadas del mejor deseo, desean para cantarles unas saetas a las Sagradas Imágenes. Se ruega por tanto a los señores espectadores que no exijan esas paradas".

O la carta del responsable máximo de La Soledad, Antonio Ramón Hernández (1931), dolido por la información, a su juicio inexacta, aparecida en Diario de Almería en la que criticaban no haber detenido la "carroza" ante el bar La Macarena (calle Real esquina a plaza del Lugarico, hoy Masnóu), donde solían concentrarse los aficionados:

El hecho de que el trono de la Virgen no parara precisamente en la puerta del bar La Macarena, haciéndolo como lo hizo dos o tres pasos más abajo, no parece lógico que pueda justificar la protesta airada que señala el articulista, toda vez que por tan pequeño detalle no se privó a la muchedumbre de ofrendar las saetas a la Virgen, aparte de que el tal lugar, por su angostura y proximidad a varias casas "non sanctas", no sea el más indicado para las manifestaciones de devoción y piedad.

Paralelamente, la ciudad fue testigo de determinados incidentes a cuenta de la oportunidad o no de interpretarlas. Motivados por la difícil situación político-social que atravesaba el país y la intransigencia de ciertos grupúsculos:

Durante la procesión (Soledad, 1931), que iba con verdadero orden, se promovieron carreras dos veces, sin motivo alguno. La primera en la calle Real en el sitio más estrecho, porque algunos querían que parara la Imagen para que cantara saetas un individuo, lo cual no se hizo. De lo que protestaron varias personas, siendo los primeros en correr algunos penitentes que iban encabezando la procesión.

Y la segunda:

También algunos "graciosos" corrieron para causar alarma, como así ocurrió, en perjuicio de los dueños de los cafés y bares localizados en el Boulevard y Paseo del Príncipe...

De nuevo a las puertas de La Macarena, zona especialmente conflictivo, se reproducen los incidentes al paso del Entierro (1934). Saetas sí, saetas no, es el pretexto para desencadenar alborotos. Por último, como si de una constante cíclica se tratara, vuelven los altercados. Ahora es en el Paseo (a la altura de confecciones La Verdad), cuando un hombre se dispone a cantar durante el cortejo del Entierro; equiparable a lo sucedido con La Soledad en 1931.

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