López e Ibáñez firman en el Cabo de Gata su primera obra conjunta
Los dos genios de la pintura contemporánea llevan a cabo el estudio preparatorio para un retrato por encargo con el paisaje único de la Isleta del Moro como telón de fondo
Una marca en la arena de la playa delimita la posición exacta donde en la jornada anterior colocaron los caballetes. Son algo menos de las once de la mañana y, por increíble que parezca, los periodistas llegan antes a la cita. Al poco tiempo un vehículo compacto aparece por la senda que desciende hasta Los Escullos. De él se bajan dos genios de la pintura contemporánea. Uno ya consagrado con el Príncipe de Asturias de las Artes (1985) y otro que sigue con paso firme su estela como autodidacta de la pintura tras licenciarse en arquitectura.
Antonio López García luce un chaleco oscuro, combinado con camisa beige y pantalón marrón, que protegerá de las pinceladas con un delantal negro. Andrés García Ibáñez porta un jersey gris y unos vaqueros. Ambos tiran de gorra para esquivar la luz otoñal almeriense. "No es la luz, es Almería. Igual la luz no es diferente a la de otros sitios, pero sí el mar, sus montes, su carácter remoto, a algo antiguo y mineral. El agua tan azul, con esa intensidad, para mí es una novedad enorme", explica el maestro del hiperrealismo español mientras coloca el caballete de madera.
Un saliente rocoso cercano a Chamán les sirve como lugar de contemplación para lo que se traen entre manos, que Andrés Ibáñez desgrana. Se trata de un estudio preparatorio para un retrato que van a firmar entre ambos, la primera vez en la historia que Antonio López suscribe una obra pictórica junto a otro artista. Y han elegido el paisaje único del Cabo de Gata.
Obedece al encargo privado de una médica cordobesa que ejerce como ginecóloga en Almería: "Le hicimos una fotografía el año pasado y queremos ser coherentes con la luz, por eso hemos venido a la misma hora y en la misma estación".
Andrés saca la paleta que ha limpiado el día anterior y comienza a mezclar colores con el pincel; la rutina de Antonio es distinta, antes de ponerse sobre el lienzo limpia cuidadosamente su herramienta de trabajo. Los dos tienen como marco incomparable la línea costera de la Isleta del Moro, el paisaje sobre el que van a trabajar la composición será el telón de fondo del retrato, en el que la mujer aparecerá de cuerpo entero sentada entre las rocas en primer término y su marido e hijos en segundo plano. Un óleo sobre lienzo de 1'25 metros de ancho por 1'60 de alto que tienen intención de exponer junto a los estudios preparatorios antes de pasar a la colección privada.
Las casas de pescadores de la Isleta y las nuevas promociones se difuminan en el horizonte. Antonio López confiesa que de cerca tiene buena vista, pero a cierta distancia necesita gafas y a sus 81 años asume que tendrá que pasar por el quirófano para operarse de cataratas: "Lo importante es que no le pase nada a la gente joven, los mayores hemos vivido bien haciendo un trabajo estupendo", comenta el maestro, para quien dicho título no deja de ser un cliché honorífico: "Lo de maestro no es para creérselo. Es como si se lo dicen a un carpintero", asume con la humildad que lo caracteriza.
Los dos acaban de impartir un curso de realismo en Melilla, el primero que realizan en la Ciudad Autónoma a semejanza del que comparten desde hace seis años en Olula del Río gracias a una fructífera amistad que se remonta una década atrás: "Nos hemos encontrado hace poco -revela Ibáñez- pero todos los realistas lo tuvimos como referente, aunque los caminos son diferentes. Cuando yo estaba en Pamplona todos los jóvenes lo admirábamos por la calidad de su obra y por su gran consideración pese a la hostilidad con el realismo. Era nuestro héroe y sigue siéndolo porque el 'Grupo de Madrid' [hoy en día solo viven el propio Antonio, su esposa, María Moreno, y Julio López] marcará una época".
Uno y otro compartieron la influencia de familiares cercanos en el desarrollo de su vocación. Ibáñez la figura de su abuelo materno, José Ibáñez Fábregas; López, la de su tío Antonio López Torres: "Influye tener cerca a un pintor con un talento enorme. Otros nacieron en París y yo en Tomelloso, al lado de un artista grande al que sigo copiando. No sus métodos, sino como ejemplo de artista. Es el destino, hay que creer porque existe".
Con apenas 13 años Antonio entró en la prestigiosa Academia de San Fernando, en Madrid. "Le decían Antoñito", apostilla Ibáñez. "Entonces no hacía falta ni el bachillerato, a esa edad ya puedes entender lo que es la pintura y tienes capacidad para recoger la enseñanza. En la antigüedad empezaban muy pronto", recuerda López.
La mañana avanza entre pincelada y pincelada, trazando líneas que delimitan el monte cabogatero y esbozando un cielo salpicado por nubes bajas. El periodista recuerda entonces que acaba de subastarse una obra atribuida a Leonardo da Vinci, Salvator Mundi, nada menos que por 400 millones de euros, y se abre el debate. López duda de que corresponda al maestro italiano: "Si es un Leonardo, no tiene plenitud ni la carga de contenido de sus obras célebres. Cualquiera sabe, a lo mejor sí es, pero en esa época tenían muchos ayudantes". Ibáñez suscribe dicha teoría: "Es una copia de las que hacían sus discípulos. A Leonardo le costaba desprenderse de los cuadros buenos y hacía copias para los clientes. Pasa con La Virgen de las Rocas y La Gioconda. A lo mejor estoy equivocado…".
Un cuadro de Antonio López, Madrid desde Torres Blancas, una impresionante vista urbana de la capital española, se vendía en 2008 por 1'74 millones de euros en otra subasta privada, convirtiéndolo en el pintor español vivo más cotizado del momento: "Está en un museo de China inaugurado recientemente. Se insiste mucho en el precio, pero el valor de la obra no se puede medir y eso está alterando algo nuestro trabajo", reivindica López.
El susurro de las olas frente al Mare Nostrum romano es la banda sonora que los acompaña. "Hay más corriente, vemos el mar más oscurecido, violáceo y rosado". Es la jornada intermedia de las tres que van a compartir aprovechando la visita de Antonio a la provincia para recoger un premio de los empresarios del mármol.
El periodista y el reportero gráfico no quieren molestar más, pero antes de irse preguntan a Antonio por el surrealismo de su etapa iniciática: "Está en el fondo de mi trabajo desde el principio por temperamento y sensibilidad. Me dio la fórmula para expresar la magia de las cosas. No fue contagio de dos o tres años, sino señalar un lugar interesante en el mundo real. Como fórmula la abandoné hace años, pero lo mágico está en el paisaje porque el mundo es mágico. Esos pintores, al igual que los abstractos, nos ayudaron mucho a saber qué es la pintura, aparte del reflejo del mundo real. La abstracción lo dejó claro".
Es hora de irse y de dejarlos en su soledad, sobre la que reflexiona López antes de decirnos adiós: "Me gusta la soledad a ratos. Me gusta la relación con las personas y estar con los demás, pero necesitas estar solo para trabajar. Para la vida es mejor la compañía". Una foto con ambos inmortaliza el encuentro antes de partir. Mario recibe como regalo por su tercer cumpleaños un garabato de los dos. Ibáñez dibuja una flor; López, un árbol. "Pintar, papá, quiero pintar", dice Mario cuando lo ve recién llegado del cole. Y coge sus lápices de colores...
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