Manzana: el simbolismo de una calle

Almería

En plena zona de la movida, carece de residentes; durante años sirvió de urinario público, escaparate y despacho de mercancía ambulante

Manzana: el simbolismo de una calle
Manzana: el simbolismo de una calle / D.A.
José Manuel Bretones

Almería, 16 de enero 2022 - 07:00

En la calle Manzana de Almería solo hay un pub. No vive nadie; tampoco hay tiendas. Por no tener, carece hasta del letrero con su nombre. Alguien lo hurtó hace décadas y en el Ayuntamiento nadie ha reparado por su ausencia. El recuerdo, el padrón fiscal y las aplicaciones de los móviles mantienen viva su nomenclatura. Ni el sacerdote-historiador José Ángel Tapia en “Almería piedra a piedra” supo definir si su nombre se debe a una fruta o al conjunto de viviendas de una zona. Y para más inri, el Consistorio aprobó que la capital mantuviera en su callejero otras llamadas Manzanares, Manzanera y Manzano. Vamos, un lío; muy propio de esta fruta tan señalada desde aquel mordisco del Paraíso y a la que siempre culpan de pudrir al resto de manjares. Siempre será el símbolo del pecado y de la tentación.

La que nos ocupa, calle Manzana, está en plena zona de la movida. La calzada apenas tiene unos metros de longitud y comunica Trajano con Antonio Ledesma, antigua del Ángel. Se encuentra justo a espaldas de un inmueble construido en 1940, que esta semana ha comenzado a ser restaurado de arriba a abajo, donde permaneció durante lustros la farmacia de Julio Puertas López. Ésta se mudó hace tres años a un gran centro comercial de las afueras y desde entonces su ínfimo local permanece vacío, sin actividad, con varios letreros bien hermosos de “se vende”.

En los setenta, se escuchaba el teclear de los niños que aprendían mecanografía con Manuel Benavides Díaz
Vista de la calle
Vista de la calle / D.A.

También están cerradas a cal y canto tres ventanas enrejadas que dan a la pequeña callejita. En otro tiempo, allá por los setenta, cuando los postigos se abrían se escuchaba el tecleo de las máquinas de escribir de la academia de Manuel Benavides Díaz. Los niños aguardaban su turno sentados en el suelo de la pequeña calzada mientras otros alumnos golpeaban con fruición las teclas de aquellas viejas “Olivetti” o “Empire Aristocrat”. Seguían los sabios consejos de Manuel y, sin mirar, escribían unas palabras inteligibles copiadas de una cartulina arrugada y con un leve barniz de la sobrasada de las meriendas. Decenas de chavales aprendieron en verano mecanografía en aquel minúsculo espacio sudando tinta china, porque entonces el aire acondicionado era un lujo inalcanzable; el único airecillo era el de levante que entraba por las rendijas entreabiertas que daban a la calle. Sería, supongo, “el turbio frescor de la manzana” del poema que escribió García Lorca.

En 1973, Manuel Benavides lanzó una promoción interesante ya que regalaba dos meses de enseñanza mecanográfica a quienes le compraran una máquina de escribir. Las más demandadas fueron la “Olivetti Studio 46”, que llevaba una cinta de tinta roja y negra, y la “Hermes”, que pesaba poco y era fácilmente transportable. Cuando Manuel se jubiló usó el local Ángel Horacio Morales, un señor sudamericano que imprimía camisetas, llaveros, tazas, bandas de cumpleaños y hasta calzoncillos y braguitas para las despedidas de solteros. De allí salieron nikis serigrafiados con frases picantes, fotos indecorosas y gestos indecentes grabados en pro de un rato de risas.

Años después, esas ventanas con vistas las comenzó a abrir un artesano zapatero cuya destreza enmendaba cualquier agujero en sandalias, mocasines o botas que les confiaran sus clientes. Tampoco da vida a la calle Manzana aquella tienda de ropa alternativa llamada “Gold” donde encontrabas camisetas ibicencas por diez euros y bermudas de flores exóticas y anclas marinas por veinte. El acceso era por Antonio Ledesma, pero su ventanal enverjado a Manzana funcionaba como un auténtico catálogo de precios y productos. También le daba vida a la zona la “Boutique Jarapa” que, aunque estaba en Trajano, los modelitos de su escaparate se veían desde lejos.

Calle Manzana
Calle Manzana / D.A.
Los vendedores de macetas y chumbos se apostaban en la calle, ocultos de las miradas de la autoridad municipal

Y es que esta vía sin viviendas ni residentes ha tenido siempre la voluntad de ser un gran escaparate. Las cinco vitrinas de “Electrodomésticos Manrique” que daban a la calle Manzana fueron lugar de ensueño y regocijo de los peatones desde 1975. Todos se quedaban extasiados ante las pantallas encendidas de los últimos modelos de teles en color “Lavis”, “Emerson” o “Zenith”, que se veía en “Chromacolor”; una cosa que nadie sabía qué era, pero hacía presumir mucho.

Durante la República, antes de que se construyera el inmueble donde abrió la tienda, en los bajos de la vieja casa existía una fábrica de serrín de corcho que gestionaba José Ibarra Pérez; al lado estaba la corsetería de Juana Navarro Aguilar, una experta en el ramo que ya en 1909 anunciaba sus fajas y corsés en la prensa local “a precios módicos”.

A principios de los noventa un pub llegó al espacio que ocupó Manrique. “Dial 3” se presentó como un lugar de moda con buena música y copas de calidad. Pero los excesos de algunos usuarios de “la movida” tornaron a la callejita en convertirse en el símbolo del urinario público. Escondida y con poca luz, Manzana era el sitio preferido de los guarros que no tardaban en bajarse la cremallera o en potar sin miramientos. Aquellos desmanes llevaron al Ayuntamiento a calificar a la vía como “zona saturada”. Fue en 1993, a iniciativa de una concejala llamada Antonia Amate, pero el tiempo demostró que era una etiqueta que justificaba al político sin más valor efectivo. Durante años, el suelo y las paredes recibían todos los fines de semana los desechos gástricos de unos marranos, que hoy serán abuelos. Ahora, ese local ha abierto su entrada por Manzana, pero se denomina de otra forma; sus sillas, toldos, sombrillas, mesas, taburetes o estufas ocupan la casi totalidad del espacio público como una extensión del interior. Cuando van clientes, la calle está saturada y apenas puede atravesarla un carrito de la compra.

El bar de copas ocupa el bajo de un inmueble construido hace 82 años que tiene acceso por Trajano, 3. En su primera planta nació en enero de 1992 la agencia de publicidad “Estrategia Creativa” de las hermanas Vico; luego, abrió una gestoría, cuyo letrero abandonado ya está carcomido por el sol.

Hubo otra época en la que durante el día circulaba tanta gente por Manzana que, en verano, las gitanas que vendían chumbos aparcaban sus carritos de bebé llenos del producto y allí mismo les quitaban las espinas delante de los clientes. Yo he llegado a ver, empotrado en la calle, una furgoneta Ebro cargada de macetas, al vendedor subido en la caja gritando y un remolino de señoras con un billete de veinte duros en la mano peleándose por el poto más verde y frondoso.

Así era, y es, este trocito de la ciudad; modesto, escondido y desconocido. Calle Manzana: un homenaje de Almería a Guillermo Tell y su hijo, al cual le puso una en la cabeza y le disparó la flecha; a Eris, Tetis y Peleo por la manzana de la discordia de la mitología griega; a Atenea, Afrodita y Hera, las tres bellas diosas que se pelaron por la fruta; a la bruja; a Blancanieves; al Mac de Steve Jobs; al sello discográfico de The Beatles; a Issac Newton y, evidentemente, a Adán, Eva y la maldita serpiente. Vamos, son tantos que no tocan ni a una losa de la calleja.

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