María Nazaret
Lunes Santo de cariño de una madre hacia su hijo y del dolor que a veces le hace pasar la misma vida
Durante la Semana Santa cofrade podremos disfrutar de muchos pasos con las diferentes advocaciones de María.
Cada una diferente, no hay dos iguales, pero si hay algo que los une y que no marca ninguna diferencia, es la imagen de María.
María con diferentes manos y caras. Con más lagrimas o menos lágrimas. Con manos entrelazadas, con rosario en ellas, o con su hijo en su regazo, todas son únicas, pero todas son una: María de Nazaret.
Las múltiples advocaciones de María que veremos durante esta semana no sólo son un patrimonio cofrade. También nos remiten a una sociedad, su territorio y su cultura. Pero es importante volver a resaltar que no son múltiples «María» que compitan entre ellas. La devoción popular, vinculada muchas veces a una advocación concreta, nos refiere siempre a María de Nazaret, la madre de Jesús. Al reconocerla como Madre de Dios, la fe de la Iglesia proclama que, en Jesús, Dios se hace presente en nuestra historia y al proclamarla Virgen, la fe de la Iglesia subraya que es Dios, Padre de Jesús, quien toma la iniciativa absoluta y sorprendente en la historia humana de salvación.
María es una mujer que cumple su promesa, María muestra la fidelidad y lealtad de Dios hacia los humildes, pequeños y doloridos que descoloca a quienes se sienten fuertes y poderosos. Todo esto hace que el pueblo cristiano desde sus orígenes le tienen un cariño, una devoción y una altísima consideración. María, una mujer pobre de la pobre ciudad de Nazaret, ha sido incorporada a la piedad de los pobres, que acudían a ella en busca de protección y consuelo.
Muchas personas bautizadas que han recibido a lo largo de su vida apenas unas formaciones básicas de la fe cristiana han tenido, sin embargo, siempre un profundo afecto y respeto por la Madre Escucharán decir, y tal vez algunos de ustedes que leen este artículo lo digan: "Madre de Dios y Madre nuestra". En estas palabras hay devoción, cercanía, oración. María está presente en toda la vida de Jesús, acunándolo en el pesebre, preocupada y buscándolo cuando no aparecía, siguiéndolo por los caminos, traspasada de dolor en su camino al calvario. María a los pies de la cruz, pasando un momento muy difícil sin saber qué pasa, con la agonía de que a ella también la pueden matar, pero está esperando firme al pie de la cruz. Sufrió momentos de dolor supremo, cuánto dolor de una madre. Que te arrebaten a tu hijo y que lo maten. Una sin razón, un dolor tremendo. Pero María siempre estuvo ahí, no huyó, no se escondió, siempre estuvo junto a su hijo, en el momento más doloroso e injusto, nunca condenó. El amor de una madre, que se refleja en muchas madres de nuestros días. Madres de todo el mundo que sufren a los pies de una cama, huyendo con sus hijos de una guerra, viviendo con dolor las angustias de sus hijos.
Esperando junto al teléfono que una llamada le diga "tu hijo está bien". Llamada que nunca llega, llamada que te da la peor noticia. Estas son las cruces de nuestros días, cuántas Marías al pie de la cruz, firmes, sin condena, con el amor a su hijo siempre visible y haciendo que sea lo importante. Y así se han vivido en estos tristes días de la muerte de un inocente. Una madre que quiere que el odio se transforme en amor porque el mundo está lleno de mujeres y hombres buenos. Mujeres y hombres que llevan por bandera la verdad, que son capaces de sentirse en la piel de los demás, que no participan de las injusticias. Mujeres y hombres que no miran a otro lado, que no se acomodan, los que riegan siempre su raíz. Mujeres y hombres que tienden la mano porque su corazón es bondad. Pidamos a María de Nazaret, que el buen espíritu le gane la partida al malo, gracias al amor de una madre. Así lo quiso Patricia de Gabriel y así debe de ser. No te olvidamos "pescaito" ni a todos los "pescaitos" que han sufrido y sufren en el mundo.
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