La Milagrosa busca voluntarios en Almería: “Hay más pobres que nunca”

Caridad

El comedor social de las Hijas de la Caridad atiende a más de 110 usuarios

Lo hace con pocos trabajadores y una veintena de voluntarios, pero son necesarios más de medio centenar

Usuarios del comedor social de La Milagrosa, en Almería capital. / Javier Alonso

Lázaro vive de la voluntad. Lo intenta. Presume del tatuaje que lleva en el brazo derecho. Es una guitarra. Para él, lo representa todo. “Es lo único que tengo. La guitarra y la libertad de elegir el lugar en el que la toco. Es lo que me ayuda a ganar algún dinerillo”, explica mientras come en el comedor social de La Milagrosa, en pleno centro de Almería capital.

Lázaro y más usuarios del comedor junto a Mari Ángeles, Madre Superiora de Las Hijas de la Caridad. / JAVIER ALONSO

Casi la totalidad de mesas del salón están llenas. Los usuarios que se conocen se sientan en comunidad. Hablan de cualquier cosa, como en cualquier sitio. “Somos amigos, aunque a veces confunden mi nombre. Me llaman Lorenzo”, dice Lázaro, el guitarrista callejero, que apenas roza los cuarenta. “Mi nombre es más común como apellido”. Y así aclara la confusión.

“Los problemas de la calle se traen aquí. Y hay días en los que tienes que decir a alguien que no está para entrar al comedor"

Hay charlas. Y risas. Y no debe sonar raro. Es un comedor social para personas necesitadas, pero tal y como explica María de los Ángeles, la Madre Superiora de las Hijas de la Caridad, la gente está feliz porque cuando entran se sienten en casa. En la calle no, allí son invisibles la mayoría del tiempo. Cada uno tiene su nombre”.

Pero también hay peleas: “Los problemas de la calle se traen aquí. Y hay días en los que tienes que decir a alguien que no está para entrar al comedor. Puede llegar bebido, incluso ‘puesto’... y así no se puede entrar porque la convivencia hay que asegurarla. Ellos saben muy bien las normas”.

Mari Ángeles, la Madre Superiora, en la cocina junto a María y María del Carmen. / JAVIER ALONSO

Aun así, la comida apenas dura. Se come rápido. “Es normal, llegan con mucha hambre”, dice María de los Ángeles. Por eso, antes de que el reloj marque las 13:30 horas, la mayoría ya ha terminado.

Trinidad y Rosario Rubio ya están limpiando las mesas. Son dos voluntarias, ya en edad de jubilación, que prestan su ayuda al comedor social desde hace 13 y 16 años respectivamente. “¿Dónde voy a estar? ¿En mi casa viendo la tele?”, dice Trinidad, a quien la cámara del fotógrafo asusta y pide que no se le hagan fotos. Pero habla. Y mientras habla cuenta que ayuda porque se siente bien y porque hace el bien. Misma afirmación que repite Rosario escasos momentos después.

“¿Dónde voy a estar? ¿En mi casa viendo la tele?”

Ahora son en torno a una veintena de voluntarios,pero hacen falta más de cincuenta. “Hoy han sido seis, pero hay días en los que acuden dos o tres”, argumenta María de los Ángeles Es por ello que la madre superiora realizó un llamamiento. Se necesitan personas en el comedor.

Zona de reparto de comidas. / JAVIER ALONSO

Hasta allí se desplazan a comer más de un centenar de usuarios diariamente. Concretamente, durante estos días, 110. “Durante la pandemia dejó de venir gente y también se han ido otros. Hemos tenido que realizar un llamamiento para ejercer este servicio con calidad, no se puede servir de cualquier manera. Hay que hacerlo con dignidad y con calidad”, sostiene María de los Ángeles.

Ahora son en torno a una veintena de voluntarios, pero hacen falta más de cincuenta.

En las entrañas del comedor están María y María del Carmen. Dos cocineras para más de un centenar de usuarios. “Solo cocinan ellas dos, pero cocinan mucho y cocinan bien”, dice la madre superiora mientras señala lo poco que ha sobrado de las albóndigas en salsa del día. “Aquí venimos a las siete de la mañana y lo preparamos todo durante el día, es como mejor saben las cosas”, añade María.

El problema es que, además de voluntarios, también falta personal: “Las subvenciones nos han bajado a la mitad. Y cuando faltan subvenciones son las Hijas de la Caridad las que tienen que buscarse la vida. Yo busco hasta debajo de las piedras”, sentencia María de los Ángeles.

Rosario, voluntaria desde hace más de 16 años. / JAVIER ALONSO

Por suerte, la solidaridad no desfallece y las colaboraciones desinteresadas siguen vivas: “Llegan ingresos de personas. Hay quien mete todos los meses 50 euros. Otra persona ingresa al mes 400 euros... y hace dos años hizo una donación de 6.000 euros. Lo hizo en mano. Hay quien da 20 euros porque no puede más, ¡pero bastante es!”, añade la madre superiora. Incluso la Liga de Fútbol Profesional (LFP) colabora con la comida de Navidad con 3.000 euros cada año.

“Hacemos hasta dos segundos todos los días, porque también tenemos a personas de religión musulmana. Y aquí se respeta la fe de todas personas”, agrega la madre superiora.

En el comedor social hay gente con todo tipo de pasado y presente, sin embargo, la madre superiora sentencia que el 80% de las personas que llegan lo hacen por haber tomado decisiones equivocadas, en definitiva, por su mala vida. “La mayor pobreza es no tener cabeza. Empiezan por el tabaco y terminan con la droga. Aquí hay una joven que habla tres idiomas, ha sido azafata... no sé qué le habrá podido pasar en la cabeza... aquí está”.

Pero las infortunios son muchos: “Hay vagabundos, gente que cobra 400 euros y no les llega, hay muchas personas que llegan en patera, no tienen papeles, no pueden trabajar y, lógicamente, no pueden comer. Las hijas de la caridad están ahí para cualquier tipo de pobreza”, explica María de los Ángeles.

Mercedes y Mari Ángeles, la voluntaria de más antigüedad junto a la más reciente. / JAVIER ALONSO

Incluso aquellas personas que se ven en la ruina por primera vez: “La mayor pobreza la traen lo que San Vicente llamaba como pobres vergonzantes. Los que habían estado muy bien y ahora no tienen nada. Los que siempre han estado en la calle llegan a acostumbrarse. Es una pena, pero es así”.

Y si antes fue la pandemia lo que aumentó las necesidades, ahora también lo es la subida de los precios.

Y si antes fue la pandemia lo que aumentó las necesidades, ahora también lo es la subida de los precios: “Llegan personas diciendo que no tienen para comer porque han subido el precio de la comida. Es gente que nunca se ha visto en la necesidad de pedir y ahora vienen a pedir. Están al límite. Todos los casos son estudiantes por la trabajadora social y si alguien lo necesita, ahí estamos para ayudarlos a salir del hoyo”.

También hay un aumento en el número de mujeres. “Antes no venían apenas mujeres, ahora hay muchas más. Hay hispanoamericanas, musulmanas y también españolas. La última es una chica que se ha separado y no ha tenido más remedio que venir”.

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