Navidades confinadas en Almería: así te abate el coronavirus
CORONAVIRUS
Todo empieza con un mero resfriado, que avanza a picor de garganta, febrícula que provoca escalofríos corporales, mucosidad e incluso pérdida de olfato y gusto
La sensación es la de que un camión te pasa por encima, la segunda dosis de Moderna multiplicada por diez
Esta historia está escrita en primera persona porque la estoy viviendo en carne propia. Lo normal es que un informador transmita el relato de otro, pero a veces la cruda realidad te atropella y, sin querer, te ves en el foco con la necesidad de contar tu experiencia y la esperanza de que los incrédulos del coronavirus abran los ojos.
El miércoles 22 llevaba ya unas jornadas de vacaciones y al día siguiente tenía previsto partir a Olula del Río para pasar la Nochebuena en familia. En casa habíamos sorteado las cinco olas previas sin infectarnos, pero por precaución, en buena medida para evitarle cualquier susto indeseado a los abuelos, mi mujer logró comprar en una farmacia dos de los últimos test de antígenos que debían quedar en Almería capital.
Tenía una ligera afonía y opté por hacérmelo el mismo miércoles, siendo el resultado negativo, pero convenimos en que ella, con un leve resfriado, se testara un día después (el jueves yo tenía previsto viajar con los críos) ya que por motivos laborales mi mujer no podía ir al pueblo hasta el viernes. Esa mañana, al poco de levantarse, se hacía la prueba y el positivo era inmediato.
El reloj marcaba las 7 de la mañana y lo primero que hizo fue solicitar el ordenador a su empresa para poder teletrabajar. También lograba hacerse con varios test más a través de una compañera de trabajo, lo que facilitó que pudiéramos realizárselos a los dos niños y repetirlo yo mismo ese jueves. El resultado: negativo los tres. Asumiendo la que se avecinaba, me dispuse a hacer acopio de víveres en el supermercado tirando de mascarilla doble.
Las Navidades daban un giro inesperado. El impulso inicial fue subirme al coche con los pequeños asumiendo que íbamos a dejar a su madre sola en cuarentena, pero lo lógico es que al ser contactos estrechos estuviéramos incubando la enfermedad y todavía no hubiera dado la cara. Aún no éramos agentes contagiosos, pero más pronto que tarde lo seríamos. Entonces llamamos a los abuelos para decirles con bastante disgusto que no nos esperasen a cenar en Nochebuena.
Luego mi mujer iniciaba la odisea de intentar contactar con la atención primaria. Llamó una decena de veces al centro de salud Alborán sin que nadie le cogiera el teléfono. Por Salud Responde la cita más próxima era para el 5 de enero con el médico de cabecera. Finalmente conseguía que la atendiera una amable enfermera del mencionado centro, a la que le refirió el positivo en antígenos y quien, tras facilitarle unas pautas de actuación, también nos daba volante para hacernos todos la PCR este lunes 27. En ese impás de unas horas la línea que marca el positivo en el test de antígenos ya aparecía tenuamente dibujada en mi prueba y en la de los críos de 7 y 4 años.
A esas alturas mi mujer (pauta completa de Pfizer) mantenía los síntomas de un ligero resfriado con picor de garganta. Esa noche llegó la febrícula con escalofríos corporales, síntomas que con apenas un día de retraso yo (pauta completa de Moderna) también empecé a experimentar mientras los niños se mantenían asintomáticos pese a no estar todavía vacunados dada su edad.
Hiperbólicamente, la sensación general es como si un camión te pasara por encima, los efectos de la segunda dosis de Moderna multiplicados por diez, todo ello acompañado de mucosidad. Al tercer día, el sábado, mi mujer perdía el olfato y el gusto, algo que en mi caso ocurría en la jornada del domingo. ¿Cómo te das cuenta de que has perdido el olfato? En el instante en el que pelas un plátano o partes un limón y no hueles nada de nada.
Mientras tanto, y sin médico de cabecera con quien contactar, tuvimos que recurrir a nuestra buena amiga Rocío, doctora en Granada y ángel de la guarda estos días, para que nos tranquilizase vía móvil sobre posibles consecuencias en los niños y combatir los efectos tan cambiantes de esta caprichosa enfermedad a base de Paracetamol y Fluidasa, alternados con algún Ibuprofeno. En Nochebuena y Navidad hicimos el esfuerzo de montar una mesa vistosa para que los niños celebrasen la llegada de Papá Noel (suerte que fuimos previsores con los regalos), pero lo cierto es que los cuerpos no estaban para festejos.
La impresión que nos deja este episodio, del que todavía atravesamos el Rubicón, es la de estar subidos en una montaña rusa de sensaciones y que si no hubiéramos estado vacunados el ingreso hospitalario habría sido bastante factible porque aunque no alcanzas picos de fiebre altos ni llegas a tener problemas respiratorios, notas que tu sistema inmunitario, reforzado por la vacunación, está inmerso en una continua batalla contra el dichoso virus de la que solo sales tras escalar un pequeño Everest. Para colmo esta mañana de lunes mi hijo mayor se ha despertado con dolor de cabeza y ha vomitado la leche.
Aún no sabemos si nos cazó la variante Ómicron, fue Delta o incluso la primigenia surgida en China (quizá esta última por la pérdida de olfato y gusto) y probablemente nunca lo sepamos con certeza porque se secuencia un porcentaje muy bajo de las PCR que se realizan. Lo que sí nos ha quedado claro es que este virus no es ninguna broma, tal y como se han cansado de repetirnos los científicos, pero que a veces hemos frivolizado al no vernos sacudidos por el bicho. Cuídense, toda precaución es poca.
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