La Niña Dormida

Embaucadora. Pese a los años transcurridos aún se recuerdan las hazañas y predicciones de esta bruja influyente. Vivía en una casita de la Cuesta el Rastro, a las faldas de La Alcazaba

La Niña Dormida
Antonio Sevillano

04 de enero 2015 - 01:00

ECHADORA de cartas, sanadora, alcahueta, arregladora de virgos… Tales indecorosos atributos, y más, atesoró en tiempos pretéritos la Niña más popular y temida de Almería durante una larguísima etapa. Influyente en sus vaticinios de mal agüero y peores pronósticos, la conocí -como a otros tantos personajes de su cuerda-, por comentarios en voz baja en casa de mis padres, en largas y desvaídas noches sin televisión ni mayores entretenimientos para los adultos (exclusión hecha del parchís, la brisca y el cinquillo) que contar historias truculentas del tipo "el hombre del saco". Más que nada por acongojar a la chiquillería y así, con el miedo en el cuerpo, tenernos controlados. ¡Y aún se extrañan de que los traumas infantiles se nos pegaran a la chepa hasta la hora del obligatorio servicio militar! Una generación crecida, mal que bien, bajo el signo del hambre, la superstición y, según que patologías (ictericia, articulaciones desarticuladas, quebrancías y vientre hinchado), de la "medicina alternativa", de tapadillo: del mal de ojo a amores despechados, personas desaparecidas y venganzas inconfesables. Instalados en tal tesitura, de entre aquellas almerienses con "gracia" en sus manos, la Niña Dormida era capitana general de la adivinación, cuya influencia se extendía de la capital a parte de la provincia, a pesar de la fuerte competencia: de la primitiva cirujana de Moxácar en el s.XVI a Dª Adela, arregladora de huesos fuera de sitio, domiciliada en c/. Las Judías (colindante al Bar 42); Tía Josefa, de calle Las Cabras, en el Barrio Alto (experta en afecciones biliares) o Anita la de las Cartas, atrincherada en los populosos barrios de La Almedina y Las Perchas. Toda una orla de licenciadas y másteres del cuento y la magancia enriquecida al calor de crédulos papanatas. Y miren ustedes que en circunstancias excepcionales, sus servicios no eran precisamente baratos: mientras que Juan M. Alcaide Fresneda, curandero de Abrucena, cobró 300 pesetas (años Veinte) en un caso de cuernos y desfalco, La Niña exigió 500, un auténtico dineral para la época.

Tapia Garrido confundió a una vecina suya en Gran Capitán -frente al convento de Las Adoratrices- cuando se trataba de una suplantadora o, en el peor de los casos, emparentada con la matriarca empadronada en la Cuesta del Rastro. Es más, el título de "Niña" se hizo común a toda aquella algarabía del camelo impune. La auténtica pontificaba al igual que el oráculo de Delfos y le daba crédito una legión de incondicionales convencidos de su "sabiduría" interpretativa de lo divino y lo humano, de los designios del Señor y las bajezas del vecino. A la Niña Dormida la hice protagonista en la serie periodística "Queridos Diferentes" y del original alguien elaboró a renglón seguido una especie de fotocopia (regular, por cierto), una novela de ficción de igual título. Pero bien está que nos copien.

ÁNGEL CASTAÑEDO

El abogado y concejal Ángel Castañedo fue quien primero le dio cuartelillo en un libro, "Torerías de la Tierra", de obligada referencia taurina. El culto aficionado, al hacer la crónica de las calamitosas corridas de Feria de 1891 a consecuencia de la infame presentación del ganado de Saltillo (lisiados, mogones, tuertos), lidiado por Enrique Vargas "Minuto" y Antonio Arana "Jarana", se hizo eco de la maldición de la Niña: ¡Una gran desgracia caerá sobre Almería como justo castigo de Dios por el hecho repugnante y contrario a moral! El azar o que en el mes de septiembre las tormentas en Almería son recurrentes, el hecho es que el día 11 de aquel (mal)año, la capital y provincia sufrió una de las más devastadoras desgracias naturales que los anales recuerdan. "Contábase entre alarmantes aspavientos, al otro día de la corrida, entre comadres mañaneras de los barrios del Quemadero y Regocijos, el terrible vaticinio que había dado a la luz la Niña Dormida. Una maga metida en años, fuente de sobrenaturales e infalibles revelaciones para imbéciles y cacanúos y echadora de cartas para mocitas suspirantes de un querer"; rematando Castañedo con un rotundo: "Que gran caridad universal fuera recluir en una penitenciaría a estas vivas embaucadoras de oficio".

EDICIÓN DE LA MAÑANA

Dada su creciente fama mereció más de una editorial y hasta una curiosa consulta en el boletín religioso de La Unión Mercantil: "¿Será lícito consultar a la Niña Dormida? No señora, es pecado mortal. Además, la persona que consulta, sea hombre o mujer, pregona a voz en cuello su idiotez y debe ser encerrada en un manicomio… ". Pero fueron tres noticias (hay más) sobre las hazañas de la médium las que llamaron mi atención. En el desconcierto inicial del asesinato (junio, 1910) del niño Bernardo González -protagonista muy a su pesar de llamado Crimen de Gádor- su madre acudió, al parecer, al domicilio de ésta en el intento desesperado por encontrar el cadáver del infortunado crío. Antes, en julio de 1896, se vio obligada a comparecer en calidad de testigo al juicio por la muerte de José García (a) Tablante en el término de Níjar cuando este venía a Almería a que la Niña le informara sobre el autor de un robo en su cortijo. Y al final de sus días todavía le quedó fuerzas para desplazarse a Terque a requerimientos de Juan Diego "El Tití". Aquel vecino vivía convencido de que el Cerro de Marchena -justo debajo de una piedra de considerable tamaño denominada el Libro de Mahoma-, guardaba un cuantioso tesoro; al llegar a lomos de una mula y tras jerigonzas y rezos de ritual, "terminó por afirmar que se encontraban sobre un gran depósito de oro". No había, claro está, oro alguno, pero en oro debió cobrar la Niña su minuta y dietas. Rodolfo Viñas, fundador de El Pueblo, redactor de El Popular y del madrileño El Sol e impulsor de la UGT en la cuenca minera Serón-Bacares, firmó, siendo redactor de El Pueblo, un reportaje sobre la interfecta a quien visitó en su humilde casa, "tendida al pie de La Alcazaba, de cuyas entrañas salían los cimientos de la casita moruna". La guardaba un perro ladrador, un barrabás que imponía respeto a las visitas; especialmente en verano que es cuando la clientela crecía. Ya en 1913 nos la describe vieja y fea, de ojos pequeños y legañosos; gangosa, de cuya boca cavernosa salían palabras balbuceantes. Utilizó un tono benevolente para ponderar sus dotes adivinatorias, pero nos aportó escasos datos biográficos. Los mimbres recolectados por tanto no dan, que más quisiera, para confeccionar una decente hoja de filiación de Angelines -que tal era su nombre de pila- pero no tengo más datos. Solo que desapareció (o la hicieron desaparecer) en el ocaso de la dictadura primoriverista.

PD.- Una cosilla que se me ocurre para terminar: allí donde se encuentre, la Niña debe estar descojonándose de Canal Sur TV y del ridículo sufrido con las doce uvas desde la plaza de La Catedral. ¡Y eso que se desplazó el equipo titular... Si llega a hacerlo el banquillo suplente las retransmiten el viernes Santo!

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último