OJOS DE CASTILLO EN ALMERÍA. ¿Pero tú tienes avestruz ni ná?

Almería

De viaje por Almería. Nos cuenta el autor que, de los viajeros por la provincia y de sus escritos sobre sus impresiones por estas tierras, surgen las curiosas historias que nos narra

OJOS DE CASTILLO EN ALMERÍA. ¿Pero tú tienes avestruz ni ná?
OJOS DE CASTILLO EN ALMERÍA. ¿Pero tú tienes avestruz ni ná? / José Luis Ruz Márquez
José Luis Ruz Márquez

Almería, 04 de abril 2022 - 07:00

Hay un libro de viajeros por España, "Los curiosos impertinentes", cuyo título inspirado en el de una novela cervantina me ha parecido siempre de lo más acertado: pues por curiosidad y con impertinencia andamos aprendiendo desde niños hasta que ganados los años y perdido el interés, discretos y pertinentes, nos acabamos haciendo a no comer y ya saben ustedes lo que pasa cuando el mulo se acostumbra a eso.

No era niño sino médico curioso, tirolés como el sombrero, Jerónimo Münzer cuando se echó a conocer mundo con amigos y a través de un periplo propio de ricos y heroico como cualquier viaje del siglo XV, bajo el amparo de un salvoconducto de postín, el de los Reyes Católicos que le había procurado el emperador Maximiliano y con él entra en España por Barcelona para, levante abajo, plantarse en nuestra tierra que desde hace cinco años está tratando de virar con éxito escaso de mora a cristiana.

De aquella lejana impertinencia aún se puede alimentar nuestra curiosidad con sólo sentarse a la rica mesa de su libro Viaje por España(...) en la que yo me limitaré a catar los castillos que fue encontrando en su itinerario almeriense; iniciado en 16 de octubre de 1494 por "Ferra", que hay que ver lo duro y alemán, que suena con lo fácil que resulta llamar "Vera" a una población entonces casi fantasmal, encaramada a un cerro con un castillo arruinado, como el que sigue de Sorbas, y seguirá el de Tabernas, con sus lienzos en parte demolidos en un pueblo con todas las casas de mulsulmanes, salvo una de cristianos bajo cuyo techo pernoctará el viajero.

El 18 de octubre ya está ante la alcazaba de Almería que al conjuro del pase mágico abre sus puertas para llevarlo a presencia de Fernando de Cárdenas, quien tiene la alcaidía de la fortaleza en nombre de su pariente el gran Gutierre de Cárdenas. Hombre culto, con el acento napolitano de su nacimiento habla latín, en cuya lengua guía al visitante, le presenta su esposa y le muestra el palacio árabe, ahora su morada, ya débil y con ganas de caerse… nada que ver con la obra del tercer recinto de la fortaleza que naciendo está del trabajo de los esclavos engrilletados que en un gótico ya virando a renacimiento han mandado levantar los reyes por seguridad y prestigio y en una de cuyas torres el castellano muestra al viajero un gran avestruz negro como el sobaco de un grajo.

Ilustración
Ilustración / José Luis Ruz Márquez

A la mañana siguiente por la misma puerta de Purchena por la que había entrado dos días antes, sale el viajero Andarax arriba en busca de Guadix… ya a la altura de Terque ve a su izquierda alzarse imponente la fortaleza de Marchena, vieja cabeza recién abandonada del señorío del gran Cárdenas, que antes había sido de Cydi Yahya al Nayar infante de Almería, nieto de los reyes de Granada; desde allí unas cuantas leguas por el río Nacimiento hasta hallarse en Fiñana, otra vez rebuscando en las alforjas hasta dar con el pergamino mágico que le abre la puerta de su alcazaba y la afabilidad de su alcaide Rodrigo Bazán, que a él le parece vizcaíno cuando -caliente, caliente- navarro es, antepasado del célebre marqués de Santa Cruz, quién por divertir al doctor viajero le azuza los perros a un osezno y propone en su honor cacería de jabalíes para acabar enseñándole un avestruz de plumas grises…

Dos castillos visitados por Münzer, dos avestruces mostrados. Salvo los cantores nunca fueron buenos los pájaros como animales de compañía y menos estos tan grandotes que nunca estuvieron con el hombre por entretener sino por utilidad, por su función de alarma. De no haber estado derruidos -aposta, por la falta de cristianos para servirlas y en evitación de que se convirtieran en aliadas de árabes sublevados- los castillos de Vera, Tabernas y Marchena también hubieran contado, por importantes, con avestruz.

Con ese pajarón que mete la cabeza en tierra, como el crío nuestro bajo las sábanas, por miedo al temido "avestruz del saco" que ese será, digo yo, "el coco" del avestrucico… aunque a diferencia del niño el ave antes de taparse tiene la gentileza de avisar del peligro detectado por su vista, siempre atraída por las cosas brillantes, como la de la urraca, solo que no las quiere para atesorarlas en su nido sino denunciarlas por medio de alguno de sus cantes que son muchos: unos cortos au! au! o cu! cu!, otros largos ah! aaah! aaah!, cuando no se pone a hacer gárgaras pues el avestruz, flamenco patoso, canta por todos los palos aunque, eso sí, por todos mal y él lo sabe… y lo avisa no pareciéndose en nada al canario y en menos al ruiseñor.

Y es que sólo ha llamado Dios por la vía del arte de la vigilancia a este grandísimo pajarito que, aunque parece nacido para muñeco de peluche o dibujo de cómic, patrón lo hago yo del centinela y el maquillador por sus agudos ojazos de castillo y sus largas pestañas de rimmel… y aún del modista de glamour por sus plumas que a punto estuvieron hace un siglo de llevar la familia a la extinción.

Y si el avestruz era tan efectivo para lo del oteo y el escudriño cabe preguntarse por qué no figuró de plantilla en cada una de las torres vigías jalonadoras de nuestro peligroso litoral, para acompañar al torrero y avisarle con dos golpecitos de pico en el hombro cada vez que de día divisara la punta brillante de la pica del atajador o el punto negro, negrísimo, del barco pirata recortado sobre la plata del mar; o sobre las olas nocturnas el destello de la imagen de la mismísima Virgen del Mar… que de haber sido así, desde 1502 estaríamos contando de otro modo la aparición de Torregarcía. Pero no estaba este caro radar con patas largas y plumas de adorno al alcance de cualquier torrecilla: él era de fortaleza a la que aportaba con su presencia un alto grado de prestigio… y lo sabía y muy engreído y orgulloso estaba por ello, tanto que no extrañó a nadie que, en cierta disputa entre dos castillos por razón de su importancia, se oyera al principal preguntar, despectivo y a voz en grito, al otro: ¿Pero tú tienes avestruz ni ná?

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