El Palacio de Almanzora: Y a Alá lo que es de Alá

Patrimonio

Palacio sin lustre. En el barrio cantoriano de Almanzora se yergue un caserón que ve los años pasar con más pena que gloria, sin que ello lo exima de una alta carga de digna historia

El Palacio de Almanzora / D.A.
José Luis Ruz Márquez

Almería, 30 de enero 2022 - 06:00

Un día de febrero de 1873: don Amadeo de Saboya, rey de España por la gracia de Dios, las Cortes y el general Prim, sube encantado al tren del exilio, no sin antes haber dado un par de rascones a las suelas de sus zapatos sobre el estribo del vagón para no llevarse en ellas ni un solo grano de arena hispana. Quítenle el Sa a su apellido y será boya, reparen en los de su esposa, doña María Victoria del Pozzo de la Cisterna, sepan que la más sonada de las caridades de esta piadosa reina fue una guardería para los hijos de las lavanderas del río Manzanares… y entenderán que el agua es la seña de identidad de este rey, sin ganas, de España.

Y un monarca tan pasado por agua ¿qué dirían ustedes que dejó en Almería? Exacto: un pantano, el de Benínar, aunque en proyecto al largo plazo de un siglo para hacerse realidad... y además un título de nobleza y ¿saben de qué? Efectivamente: de marqués con nombre de río: Almanzora… Tan hidratado, yo no me explico como el soberano no fue en su bautismo en vez de Amadeo Fernando, Amadeo Neptuno, en honor de su lejano compatriota el dios romano de todas las aguas, dulces y saladas.

Es llegar al barrio cantoriano de Almanzora y se te van los ojos a un edificio de grandes dimensiones que todo el mundo conoce por el Palacio porque lo es, sí, pero con algunos reparos a los que quiero ahora referirme. Hay quien dice que es obra de Ventura Rodríguez y a lo mejor es verdad, no seré yo quien lo niegue, pero ¿dejó el célebre arquitecto madrileño el edificio tal como nos ha llegado? A mí me da que no. Si hizo algo fue lavar y maquillar la cara del viejo caserón al que vemos sacar los pies del plano de Cantoría en el catastro del Marqués de la Ensenada de 1752 por cuya época, la del X marqués de los Vélez, pasó a formar parte del señorío en el que se mantuvo hasta que las leyes liberadoras del siglo XIX posibilitaron que fuera recayendo en diferentes propietarios que tenían en común ser herederos de Fajardo: la duquesa de Montalto, el marqués de la Romana...

El marqués de Almanzora: Antonio Abellán Peñuela / D.A.

Y así anduvo el caserón de mano en mano como la falsa monea -que algo de eso, en lo arquitectónico, acabó teniendo- hasta que en 1860 aparece en escena don Antonio Abellán y Peñuela, un cuevano (1822-1903) que es todo en la empresa, el ferrocarril, la minería del plomo y la plata, y la política: alcalde, diputado, senador del reino… Alcanzado la tarta de la fortuna decidido está a ponerle la guinda con todo un clásico: la propiedad de la tierra, el toque que hará aristocrática su prosperidad. De caserón sobre la vega, ha pasado ahora a villa neoromana merced a este patricio tardío y con bigotes que la remodela en 1872 con mucha ilusión y no pocos cuartos. Amplió las estancias y las ornamentó con trampantojos, cielos rasos decorados, pilastras, zócalos de mármoles... todo fingido, de yeso y escayola, como la segunda fachada… pues solo en la principal exterior puso el marqués ladrillo con noble mármol en puerta, molduras y por supuesto en su escudo con sus cuarteles de Abellán y Peñuela, y Casanova y Navarro de su mujer, timbrado con una corona marquesal y amparado por un manto que de lejos, solo de lejos, se asemeja al de la grandeza de España, que no le corresponde.

Y fue por esta actuación por lo que la casa grande de los administradores de un marqués efectivo, el de los Vélez, se acabó disfrazando, para prestigio de uno honorario, con una tramoya teatral y vulnerable a la que la humedad y el tiempo andan ahora rebajando los humos como si la castigaran por consentir el aquel cambiazomonumental y dejarse transformar en palacio al que algunos han hecho ahora muestra del Neoclásico en Almería, cuando solo es una recreación con desproporciones que lo alejan de autorías célebres.

Solían decir los artistas copiadores del arte antiguo que sus obras estaban hechas a "la manera gótica", "al modo barroco"... al "gusto neoclásico" hubieran dicho de referirse a nuestro edificio pues para neoclásico cabal le falta algo tan primordial como época y autenticidad, siendo en realidad un "neoneoclásico" algo así como el neoárabe que tan de moda se puso en el primer tercio del siglo XX, revistiendo las casas de mocárabes, columnas, arcos y almenas tan perfectas y granadinas como aparentes y falsas.

Aquel escenario teatral relumbró durante años con las recepciones de los marqueses que también eran -por ella, doña Catalina Casanova y Navarro- primeros condes de Algaida desde 1887; un ir y venir de levitas, chisteras, peinas y mantillas, criados y doncellas, landós y coches de caballo de tiros largos… en una animación que duró lo que duran los peces de hielo en un güisquion de rocks y sabino: un suspiro. Como en 1903 por el marqués, en 1914 la campana de la capilla del palacio dobló a muerto por la marquesa y aquel toque fue el de partida hacia la atrayente luz de la corte y a allá que fue la familia para hacerse decadente y comodona y al fin quemarse, como tantas, en la llama de Madrid en donde en 1970, lejos ya de sus orígenes, la marquesa dejaba ver a las claras que no sabía dónde estaba el lugar en el que radicaba el título que ostentaba como consorte: lo confundía con Cuevas y ni tan siquiera un siglo había transcurrido de la creación del marquesado de Almanzora. Sic transit gloria mundi.

Y tiene mucha razón el latín al recordarnos como pasa la gloria mundana, pero quedan sus obras que no todo es malo en la vanidad y a la vista está lo mucho que a esta le debe la historia del arte. Que el edificio merece vivir con dignidad, claro que sí, que vale la pena salvarlo de la ruina y restaurarlo, por supuesto... pero creo que debemos evitar el exceso de ponerlo de paradigma del arte neoclásico en Almería para que no resulte algo así como si a las dos casas levantadas en Cuevas por los sueños morunos del poeta Álvarez de Sotomayor las pusiéramos, como si de la Mezquita y la Alhambra se tratara, de ejemplos de la arquitectura árabe. Vaya para el sultán lo suyo. Y a Alá lo que es de Alá.

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