Palomares despide a las víctimas del tiroteo y el detenido entra en prisión
Familiares de los fallecidos aseguran que "por el asesino no sienten ninguna pena, pero su familia no se merecía lo que les ha hecho, porque esto es una ruina para todos" · Piden a gritos "que se haga justicia"
"Si el asesino hubiera sido gitano y los muertos payos, hoy no podríamos estar aquí ninguno". No se ocultaban al decirlo, miraban de frente. En el Cabezo de Palomares centenares de personas gitanas se congregaban ayer en los alrededores de la vivienda en cuyo interior los familiares y amigos de las víctimas muertas a tiros el pasado martes lloraban inconsolablemente la pérdida de tres seres enormemente queridos.
El aliento quedó suspendido en el momento de la salida de los tres féretros. Fueron introducidos en los coches fúnebres e inmediatamente se formó la comitiva, tanto a pie como en coche, hacia la iglesia de Palomares.
Ante la parroquia, la Guardia Civil y la Policía Local. Y ante el despliegue mediático los nervios del momento. Lo dicho que nunca debió decirse. "Tampoco nada justifica una muerte". La familia no quería televisiones, pedía justicia y así lo gritaron ellos y sus acompañantes. Fueron momento de tensión, pero aún más de dolor.
En el interior de la iglesia, la celebración de la misa funeral fue seguida por un gran número de fieles procedentes de toda la comarca del Levante almeriense. Las plegarias del sacerdote seguidas con atención por los asistentes amortiguaban los gritos de "¡asesino!" que manifestaban los que se habían quedado en la calle porque en el templo no cabían.
El alcalde de Cuevas del Almanzora, Jesús Caicedo, y el alcalde pedáneo de Palomares, Juan José Pérez, aunque ya lo habían trasladado por la mañana a los familiares más directos, mostraban su sentido pésame en el zaguán de la iglesia a aquellos familiares llegados de otros municipios.
En los corrillos, la conversación giraba en el mismo sentido: "esto es un sin sentido, todavía no nos hacemos a la idea. Por él, por el asesino, no sentimos ninguna pena, pero su familia tampoco se merecía lo que les ha hecho. Ha sido una ruina para todos".
En su homilía, el sacerdote entonaba un emocionado recuerdo por las almas de las víctimas, a la par que llamaba a la concordia. Ninguno de los presentes, bien dentro de la iglesia, o en la calle, dijo una palabra de venganza. Amalia, una de las hermanas de la fallecida, hubo de salir a la calle durante unos instantes para tomar aire.
Con la bendición del cura finalizó el funeral. Era el momento de trasladar los féretros al cementerio del municipio de Sorbas. Todos querían portar los ataúdes a hombros, querían llevar sobre sí los últimos instantes de existencia material de las tres personas fenecidas.
Unas voces se alzaron sobre las demás. Eran las del padre, hijos y hermanas que querían quedarse a solas con sus seres queridos. Poco a poco, en silencio de respeto, los demás se encaminaron a la salida. Allí, en la calle, aguardaba el resto de la compaña. Una de las hermanas se encaró con las cámaras de televisión y los telediarios de ayer lo dieron. Fueron los nervios, los incontrolables nervios de una difícil situación, de una situación límite.
Dicen que por ser gitanos ya tienen un plus en contra: "da lo mismo, lo primero que ponen es que somos gitanos, como queriendo decir que ya es algo malo, y no es verdad. ¿Qué había sus cosas? pues yo no lo sé, pero si las hubiera no es para matar a tres personas a sangre fría. Al fin y al cabo ha matado a tres gitanos, que no es lo mismo que matar un payo a otro. A veces tienes la idea de que te tratan como inferior sólo por algunas de nuestras costumbres. Muchos tienen miedo de ir a los tribunales porque ya llevan una mancha, la de ser gitanos".
José acaba de leer la carta de los apóstoles con voz firme y clara. La puerta de acceso al coro está cerrada por razones de seguridad, dice el párroco que le han dicho los agentes de la Guardia Civil desplegados en la zona.
Una vez acabado el acto íntimo familiar, los féretros fueron de nuevo introducidos en los coches fúnebres. Lentamente emprendieron camino a Sorbas, municipio de donde eran oriundas las víctimas.
"Si no le importa, queremos que sea un acto sólo para la familia, no es que tengamos nada contra usted, pero ¿verdad que lo entiende?", manifestaba uno de los familiares con los ojos llenos de lágrimas y el gesto de dolor dibujado en el rostro. Se entiende, naturalmente que se entiende.
Mientras unos enterraban y daban el último adiós a sus familiares con el corazón en un puño, el autor confeso del triple crimen, José Antonio Z. G., relataba los hechos al juez instructor del caso, en el Juzgado de Instrucción número 3 de Vera. LLegó a media tarde tras terminar su declaración ante la Guardia Civil. El juez decretó su ingresó en prisión sobre las 22:00 horas.
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