Parque Nicolás Salmerón (I) Del buen beber y comer
Crónicas desde la ciudad
Además de los alzados puntualmente en su explanada del andén de Costa y Malecón, antes y ahora la fachada habitada del Parque goza de gran estima entre los almerienses por sus bares y restaurantes
CONSERVANDO cada tramo sus propias características, la mancha boscosa del Paseo de San Luis y parques Viejo y Nuevo se unifican hoy el parque Nicolás Salmerón. Superada la primera fase de su remodelación, el Ayuntamiento espera finalizar en breve la segunda intervención en el jardín botánico. Obras por valor de millón y medio de euros de subvención gubernamental a través del Fondo Estatal para el Empleo y la Sostenibilidad. Es precisamente a lo largo de este frente urbano -hasta el de la rambla de Maromeros- por donde nos moveremos en una primera ruta evocadora -de las varias posibles-, jalonada por legendarios templos dedicados al buen beber, comer y ociar. Un florido catálogo de tascas y "puestos" común a cualquier milenaria ciudad portuaria mediterránea en que marinería, viajeros, visitantes ocasionales y vecinos del lugar tienen asegurados el condumio y diversión sana o golfa, en locales recomendables o antros de perversión. A título de información: el Padrón municipal de arbitrios de 1912 contempla hasta 28 personas físicas sometidas al impuesto sobre bebidas espirituosas y vinos ubicados en el extenso sector que tratamos. No obstante, el presente capítulo lo dedicaremos a la oferta en superficie y campo abierto, excepto el kiosco "El rincón de Pepe" -tras pasar el monumento a Navarro Rodrigo- que lo posponemos al sábado siguiente.
BALNEARIOS
Mediado el siglo XIX, cuando el hoy muelle de pasajeros era un playazo abrigado frente a C/. La Reina, Carlos Jover Fuentes abrió El Recreo -asimismo sede y custodia de barcas del Club de Regatas-; elitista balneario donde cumplían a rajatabla la más estricta moral victoriana, con separación obligada entre hombres y mujeres durante la práctica de natación, remo u otros ejercicios. Frecuentado por la burguesía local y foránea, disponía de un amplio salón a modo de Teatro Lírico en el que se escucharon magníficos conciertos de guitarra del almeriense Julián Arcas Lacal. En 1890 el gobernador autorizó a Jover (en realidad se trataba de renovar la licencia) a "construir en este puerto un establecimiento de baños de mar con las necesarias condiciones de seguridad", obligándole a disponer "otros dos barracones para las familias no pudientes". Pasadas las décadas, sus hijos Carlos y María lo trasladaron -el popular Balneario Diana, también desaparecido- a comienzo del Paseo Marítimo.
Paralela trayectoria siguió el Club de Mar en la centuria siguiente: desde Pescadería al emplazamiento actual, con puntos de atraque y restaurante. Nicolás y Cristóbal Castillo montaron la cocina y bar en 1956 y la traspasaron seguidamente a Luis Sierra, alma máter del acrisolado local marinero en el que fueron famosas sus cenas-bailes de Feria y Nochevieja amenizadas por excelentes orquestas. La calidad de su carta de pescados y recetas almerienses sigue invariable de manos de los hijos que le sucedieron.
AGUADUCHOS Y KIOSCOS
El Malecón y Paseo de San Luis, configurados en dos alturas separadas por un talud vegetal y verjas andaluzas de forja, pronto se vería ocupado por "chiringuitos" en los que el paseante saciar su sed. En abril y mayo de 1891 el Ayuntamiento aprueba sendas solicitudes formuladas por María Giménez y Juan López Úbeda sobre "construcción de un kiosco que sirva como aguaducho para la venta de refrescos y helados"; uno se alzó en la parte Sur (junto al mingitorio público) y el otro en el Paseo, a espaldas del Hospital; acordes con la forma y medidas dictadas por la comisión de Ornato. Fueron los primeros estables en superficie, aunque en Feria y procesión de la Patrona solían sumaron distintos tenderetes ambulantes, pero estos fueron los precursores en el despacho de zarzaparrillas y sorbetes de nieve, bajada en caballerías de las sierras cercanas y conservadas en pozos cubiertos de paja ¡Eran los modernos frigoríficos a disposición de nuestros sufridos ancestros!
Superando generaciones aterrizamos en los duros y miserables años de posguerra. En 1960 Pepe el Clavelón cerró su bar, "El clavel de Oro" de la plaza Flores, esquina a la calle Torres y bajos del palacete derruido que fue de los Gómez Benavides (actual cafetería Torreluz), para abrir el "Kiosco Almería" en el Parque Nuevo (dedicado al fundador de Falange Española). Se trataba de un refugio antibombardeos construido por la Junta de Obras del Puerto siguiendo el modelo diseñado por el arquitecto Guillermo Langle para el resto de la ciudad, debidamente acondicionado. Con servicio matutino y vespertino, disponía de mesas y sillas distribuidas en los aledaños del templete, descubierto, destinado a la Banda de Música Municipal. Desconozco si, con el nombre duplicado, se trataba de la cafetería-bar "Pez Espada" anunciada ya en programas de la Feria-1961. De cualquier manera, Pepe el Clavelón fue amigo y socio en el negocio de Félix Marín Lupión, a cuya iniciativa se deben los catering en camiones-comedor puestos al servicio de las productoras cinematográficas cuando el esplendor de la "Almería tierra de cine" en los pasados sesenta-setenta. Incluso existe constancia de que Pepe dobló como especialista al actor Lino Ventura en secuencias arriesgadas durante el rodaje (en el Puerto, 1971) de "El bulevar del Ron".
LA HORMIGUITA
El hoy floreciente negocio es fruto de la constancia, honradez y fe en sus propias posibilidades de un hombre con limitaciones físicas. Antonio Miguel Mullor era ciego. Un vendedor ambulante que para sacar adelante a la familia se estableció con un puesto de chucherías, venta de periódicos y cupones de la ONCE en un anchurón de la Puerta del Mar, frente por frente al Sanatorio de Gómez Campana, Agencia Páez (empresa de transporte en la que trabajaba mi padre y conocí al modesto "empresario") y tienda de efectos navales de Manuel Perals. En una doble altura enlosada de desgatada cantería voceaba las listas de Iguales desde que rompía el día. Y antes aún de acogerse a la Organización de Ciegos otras mercancías menores (golosinas, chicles, frutos secos) y prensa durante el verano. Y en invierno, como las hormigas, cerrojazo cuando la fría brisa de la mar arreciaba. Fue el añorado José Manuel Gómez Angulo -al que Dios lo tenga en su santa gloria como solía decir mi no menos santa madre- quien primero le echó una mano tras recurrir a su hermano Paco, aún no alcalde pero con vara alta en el Ayuntamiento. Corría 1965.
Este se mantuvo en pie hasta que hace cinco lustros -ya con sus hijos Manuel, Miguel Ángel y Antonio al frente del mostrador- lo derribaron y levantaron el de nueva traza tal y como lo conoce su numerosa clientela. A la sombra de los frondosos ficus y palmeras, el lugar resulta apacible y el trato cordial -con Miguel Ángel y Caty, su esposa, a la cabeza- en la barra o en los numerosos veladores que lo jalonan. Desde que amanece, con los ponches y "palomitas", hasta que la noche se hace inmensa en la última copa, la oferta de desayunos, raciones y tapas es variada y a precios decentes.
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