Pedrada mortal por un perrillo
Hoy en el recuerdo
En junio de 1908 un niño mató a otro en la Rambla Obispo Orberá cuando discutían por la posesión del animal. La autopsia del niño, publicada en el periódico 'El Radical', levantó muchos comentarios en la ciudad
LOS niños de la Almería de 1908 jugaban en la calle. Hace cien años, quienes no iban al colegio o tenían el día libre se entretenían como podían en las pedregosas plazas y calles de la ciudad. Poseer un juguete era sinónimo de convertirse en capitán general; por eso, las piedras, los trozos de madera, los árboles y los animales de las calles almerienses protagonizaban la diversión de las criaturas. Además, eran años malos para salud infantil; de cada mil niños que nacían en la capital 150 morían.
En junio de 1908 la Rambla del Obispo Orberá ya era una de las vías de acceso más importantes hacia el casco histórico. El Ayuntamiento tenía previsto adoquinarla porque el trasiego de gentes y comerciantes, camino del nuevo Mercado Central, era considerable.
Durante la tarde del domingo, 7 de junio de 1908, un grupo de chiquillos jugaba, precisamente, en la Rambla Obispo Orberá a la altura del convento de la Compañía de María. Entre ellos se encontraban Antonio Pelegrín Jerez Alonso, de nueve años, y Víctor Cassinello. El primero tenía un perrillo entre los brazos que mostraba con orgullo a sus amigos; Antonio Pelegrín se divertía con el animal al que amorosamente lo protegía en su regazo haciéndole travesuras inocentes.
De forma inesperada, según relatan las crónicas de la época, Víctor se acercó a Antonio con el ánimo de arrebatarle el perro. Decía que el animal era de su propiedad y que se lo quería llevar a su casa.
La conversación infantil se tornó en pelea y la pelea en agresión. Viendo Antonio Pelegrín que su rival pretendía a toda costa arrebatarle el cachorrillo defendió lo que consideraba suyo con gritos y empujones. Al no ser suficientes, Antonio cogió de la calzada una piedra y la arrojó contra el cuerpo de Víctor con el único fin de amedrentarlo para que no consiguiera su objetivo. El pequeño losco se estrelló contra la pierna de Víctor sin causarle más daño que el dolor del impacto. Pero conforme éste protestaba, repelió la agresión y lanzó otra piedra de mayor tamaño y con más fuerza contra el pequeño Pelegrín.
La mala fortuna hizo que, lo iniciado como una pelea a pedradas entre niños, terminara en tragedia. La piedra se estrelló brutalmente contra la región cervical del niño y le provocó la muerte casi instantánea. Antonio llegó a dar unos pasos segundos después del golpe, pero en menos de un suspiro el pequeño cayó al suelo sin vida, exánime.
La reacción de los amigos de Antonio fue loable. Sin saber que ya era cadáver, cogieron al pequeño en brazos y salieron corriendo hacia la zona del Mercado Central, donde sabían que había adultos y donde, posiblemente, encontrarían al padre de Antonio, llamado Ignacio Jerez. Éste se dedicaba a vender pescado y aunque no tuviera mercancía en el puesto por ser fiesta solía estar merodeando por allí.
Cuando la chiquillería llegó gritando con Antonio Pelegrín aupado entre los brazos las primeras personas mayores en comprender la tragedia fueron Francisco Chacón López y Salvador Torre. Los dos hombres cogieron el cuerpo del pequeño y salieron corriendo hacia la Casa de Socorro, el centro sanitario más cercano. Antonio Pelegrín iba ya muerto, pero quienes le evacuaban pensaban que podía ser un desmayo a consecuencia del golpe.
Rápidamente entraron en el dispensario y movilizaron a los médicos de guardia. Ese domingo trabajaban los doctores Antonio Fernández Palacios -posterior presidente del Colegio médico- y José María Cordero Soroa; el practicante era Manuel Sánchez Rodríguez.
El primero era un doctor experimentado, ya que obtuvo su título de Medicina el 5 de abril de 1873; en cambio, Cordero Soroa impregnaba en la consulta la energía propia de sus 27 años, ya que sólo llevaba ejerciendo desde julio de 1901.
"INÚTILES LOS RECURSOS DE LA CIENCIA"
Según relató el diario republicano "El Radical", mientras los especialistas intentaban reanimar al ya difunto chico se presentó en la Casa de Socorro la madre de Antonio Pelegrín, que fue alertada por unos vecinos. El desconsuelo de ver cómo perdía a su hijo provocó escenas de dolor en el interior del centro sanitario. Los doctores Fernández Palacios y Cordero Soroa aplicaron al cuerpecillo de Antonio distintos remedios de choque y le inyectaron varios componentes, pero desgraciadamente todos sin éxito. La pedrada había sido mortal. "La Crónica Meridional" explicaba el óbito del niño de esta forma: "fueron inútiles todos los recursos de la ciencia". Curiosamente, el doctor Cordero Soroa -que también fue presidente del Colegio de Médicos entre 1940 y 1946- protagonizó ese mismo día en el mismo periódico otra noticia, relativa a la apertura de su consulta en la calle Navarro Rodrigo.
Como es lógico, en aquella Almería de 1908 el suceso recorrió la ciudad como la pólvora y muy pocos de sus 46.000 habitantes no conocieron los pormenores de la tragedia. Por eso, se dijeron muchas cosas, pero lo cierto es que en una pelea de chiquillos el que peor suerte tuvo salió perdiendo para siempre, llevando la desgracia a su familia.
No obstante, para zanjar la cuestión, las autoridades judiciales ordenaron que al cadáver del niño le fuese practicada la autopsia. Pero fue todo lo contrario. De ella se encargó durante la mañana del 8 de junio el médico forense Juan Rumí Abad y de su diagnóstico informó el diario "El Radical" en su primera página: "lo más notable de este suceso es que reconocida minuciosamente la región cervical y vertebral no pudo descubrirse ni el más leve indicio de golpe ni la herida más insignificante"… Sin duda, el informe abría más la puerta para los comentarios populares, los rumores y las conversaciones más o menos intencionadas.
"El Radical" definió, pues, el suceso como de "una desgracia verdaderamente extraña" y reconoció que "mediaron en el hecho tan raras circunstancias que bien merecen darlas a conocer al público".
El otro periódico de Almería, "La Crónica Meridional" fue más conciso en las informaciones del suceso. Aunque difería en la edad de Antonio Pelegrín de la versión oficial -publicó que tenía 8 años-, el periódico fundado por Francisco Rueda López definía lo ocurrido como "un sensible accidente que impresionó vivamente al vecindario". Así fue. Durante meses la tragedia de la pedrada por un perrillo protagonizó los comentarios de bar y mercado de los almerienses de hace un siglo.
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