Piedad nazarena en el barrio de la Almedina con el Rosario del Mar

La cofradía salió del Hospital para hacer un bello recorrido por el casco antiguo

Piedad nazarena en el barrio de la Almedina con el Rosario del Mar
Rafael Leopoldo Aguilera / Almería

28 de marzo 2010 - 01:00

Desde primeras horas de la tarde, Sábado de Pasión, vísperas de la Semana Santa, cuando el sol tamizaba el horizonte mariano y marino de la ciudad de Almería, desde la Alcazaba y el barrio de la Almedina, a las 18 horas, desde la Capilla de Santa María Magdalena del Real Hospital Provincial de Almería, comenzó a realizar la primera de las Estaciones de Penitencia de la Semana Mayor, la Cofradía de Jesús de las Penas en el abandono de sus Discípulos y la Virgen del Rosario del Mar, abriéndose de par en par las puertas de corazón del vetusto barrio de la Almedina al tiempo sagrado de la primavera.

Cientos de personas se agolpaban en la Real Capilla, esperando ansiosamente un encuentro multitudinario, una sinfonía de amor y de aromas, un jardín encendido por los faroles y cirios llevados piadosamente por un centenar de cofrades nazarenos revestidos con el sagrado hábito penitencial de túnica, antifaz negro con capa y cíngulo marfil que acompañaban a las sagradas imágenes, pregonando a los cuatro vientos su fe, desgranando, misterio a misterio doloroso del Santo Rosario.

La Almería cofrade, cuando el incienso nublaba el sol, se congregaba en el peso de la antigüedad de la ciudad, entre las estrechas calles y laberínticas del casco antiguo del recorrido, para contemplar con fervor y devoción, plegarias y oraciones hechas saetas, la imagen de Jesús de las Penas, armonía y finura, señorío de Almería, que con sereno y bello rostro, en aroma de paz, y que exhala con sencillez, desde lo más profundo del sentimiento cofrade, esculpido por la gubia del maestro Álvarez Duarte, nos adentraba en los Misterios de la Fe y el Amor, con la suavidad y maestría de los costaleros, dirigidos por el Capataz General Rafael Morcillo Molina y el capataz José Carmona Lozano, a los sones musicales de la grandiosa Banda de cornetas y tambores de Santa Cruz de Almería.

Las calles eran un ir y venir de cofrades, intentando situarse en los sitios de más honda belleza, sobre todo por su paso por el Cuartel de la Misericordia, de belleza impresionante, impregnado el ambiente con el olor de la flor de los naranjos y la mirada atenta de la Torre de la Vela, y los sones de la Banda de Música Manuel Garín de Linares, el Paso de la Virgen del Rosario del Mar, que con crespón negro en la delantera del paso por el fallecimiento de la cofrade María Lozano, con la pena de su cara y la hermosura de sus manos, iba perfumando Almería, levantando oleadas de alegría, porque da lecciones de esperanza con cada una de sus benditas lágrimas que chorrean por sus mejillas de gloria.

Caído el atardecer humedeante, solo se veía un mar de luces en la sombra de la noche almeriense, la Cofradía avanzaba sin avanzar, haciendo de su recorrido, por toda la arteria pasional del casco histórico, un sentimiento de silencio que solo era roto por algunas saetas a Jesús de las Penas con túnica blanca y profusamente adornado con lirios morados y un montículo verde donde soportar la tercera de las caídas, y con la cadencia de amor de la pisada de los costaleros, despertando la admiración de cuantos le presenciaban.

Tras Él, contraste de dolor y gozo, obra más divina que humana, modelo clásico de perfección y canon, la Virgen del Rosario del Mar, obra de Álvarez Duarte, y tocada su vestimenta con las manos primorosas de Álvaro Abril y adornada profusamente por floristería Astrid, en la noche morena de la ciudad, con el sortilegio de sus labios entreabiertos y con la penetrante, pero corredentora realidad de sus dolores, cuando llegó desde la calle Santa María de la Almedina a la plaza de la Catedral con la mirada atenta del Sagrado Corazón de Jesús desde el cerro de San Cristóbal, y tras las habituales oraciones de vísperas del Cabildo, alcanzó, entrada la noche, la plenitud de la Real Capilla, con las frescura de la brisa salada del mar y los vítores silenciosos de los miles de personas que se agolpaban en las calles decimonónicas para rendir tributación y veneración a las imágenes.

Emotivo paso de la hermandad penitencial por el Cuartel de la Misericordia y la Iglesia de San Juan, que fue recibido por la Junta de Gobierno del Cristo de la Buena Muerte. En la presidencia el hermano mayor Francisco Javier Muñoz del Pozo Iniesta.

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