La Plaza Vieja y Casa Consistorial que diseñó Don Juan Bautista Domínguez en 1841
Almería
Un gran proyecto urbanístico de hace dos siglos que pronto se verá culminado
Las obras de El Escorial, paradigma de tardanza, duraron 21 años, algo menos de los que lleva manga por hombro nuestra Plaza Vieja y Casas Consistoriales; y eso que Felipe II, además de El Escorial, tenía que atender a los múltiples quebraderos de cabeza que conlleva gobernar un Imperio donde “nunca se ponía el sol” y en constante guerra contra ingleses, franceses, holandeses, turcos, luteranos y moriscos. Poca cosa sí lo comparamos con los problemas que se han cebado con nuestra plaza, primero inducidos por la malquerencia entre la Corporación almeriense y aquella antigua Junta de Sevilla, después por los cambios y modificaciones devenidas bajo la presión cansina de pancartas y batucadas, alguna resolución judicial a propósito de la sombra que proporcionan los arboles y hasta la sacralización laica del pingurucho, convertido en tótem de la “memoria” desde el mismísimo BOE.
Hoy parece que por fin se ve el final, ya restaurado el conjunto de edificios que conforman nuestro Ayuntamiento y a punto de acometerse la reforma de la plaza aunque, lamentablemente y bajo presión, se ha renunciado al plan original que nos habría devuelto en parte la visión del conjunto acorde a los parámetros arquitectónicos y urbanísticos que ,“…en nombre del ornato público y la ilustración de la ciudad” regían en 1841 el proyecto de Juan Bautista Domínguez “Para obrar y hermosear la Plaza de la Constitución y las Casas Consistoriales” en línea con las características plazas mayores porticadas españolas.
Influido por el optimismo voluntarista característicos de los grandes proyectos urbanísticos de la burguesía liberal almeriense (1837 a 1855), en el plan de 1841 se daba por supuesto que los propietarios de los edificios que cerraban el amplio e irregular espacio a reformar, estarían dispuestos a costear a sus expensas la construcción de “…galerías de arcos alrededor de la Plaza de la Constitución y que sobre ellas edifiquen habitaciones los dueños de las casas que la circundan, con sujeción al diseño que se tiene a la vista…”. La misma solución se propone para el Ayuntamiento que se realinea con una nueva fachada porticada presupuestada en 36.000 reales (unos 54 euros de hoy si bien entonces su valor relativo era todo una fortuna); el otro gran edificio público de la plaza era la Diputación que ocupaba el viejo convento de las Claras tras ser desamortizado en 1837, para la que se propone reformar la fachada regularizando sus huecos y abrir arcos y galería en su planta baja.
Pero no todos los propietarios de edificios recibieron el proyecto con la buena disposición que la Corporación había supuesto, incluso algunos se opusieron frontalmente amenazando con llevar el asunto ante la Justicia, tal el Conde de Ofalia y Márquez de Heredia y D. Pedro Lledó entre los más ricos e influyentes que se niegan a levantar “los arcos que le correspondían” (cada uno costaba 400 reales, entonces el sueldo de un ministro y hoy 60 céntimos de euro en valor absoluto). Esto derivó en un grave problema ya que para soportar la presión de las nuevas fachadas era necesario que todos los arcos estuviesen levantados, apoyándose entre sí y repartiendo las cargas; en 1844 la situación se hizo crítica al abrirse grietas en varios arcos y amenazar algunos edificios, entre ellos el Ayuntamiento, con colapsar, lo que obligó a hacer reformas sobre la marcha y a la intervención del Gobernador.
Imposible resumir en un artículo la larga y accidentada reforma de la Plaza Vieja y de la Casa Consistorial que a trancas y barrancas tuvo que concluir D. Juan de Mata Prats en 1845 tras la baja por enfermedad de Juan Bautista Domínguez (en la época se rumoreaba que “la plaza lo llevó a la tumba”, una exageración pero no muy descabellada) aunque como puede observarse en la recreación grafica que se acompaña, la fachada del Ayuntamiento quedó “descolgada” respecto a los edificios privados a cuyos propietarios se les autorizó a levantar una tercera planta para compensar los costes. Esa evidente desproporción se enmascaró levantando dos torres con campaniles y un cuerpo retranqueado cubierto con tejado y cúpula central. Pero lo cierto es que la fachada “no terminaba de cuadrar” hasta que en 1892 D. Trinidad Cuartara proyectó una nueva reforma que, como era de esperar, se alargó tanto que tampoco él la vio terminada. Pero esa es otra historia.
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