Pluma e historia de un maestro
Ángel Ruiz, maestro de profesión, ahora ayuda en Cáritas o crea árboles genealógicos
Admirados, respetados, valiosos y, sobre todo, primordiales. Así son los maestros, una profesión vigorosa a lo largo del tiempo, primitiva y futura, esencial para el progreso y la transformación de la sociedad, útil para inculcar valores. Esos debieron ser los objetivos de Ángel Ruiz Aguilera, almeriense maestro de profesión, ya jubilado, que antes pasaba el día entre niños y letras, y ahora entre árboles genealógicos, sus propios cultivos, el photoshop, la filatelia o a reunir a los compañeros de clase -procedentes de toda España, con los que compartió clases en la década de los 50.
Nació en Abrucena en 1942. Allí pasó su infancia, entre el frío de la nieve y la compañía de su familia y amigos. Con apenas diez años dio uno de los pasos importantes en su vida. Se trasladó a Almería, con su tía, para estudiar en el Instituto de Enseñanza Media (lo que ahora es llamado Celia Viñas). "Allí vi, por ejemplo, llegar a la división azul a Almería, hice grandes amigos que todavía sigo viendo, di clases de teatro bajo la dirección de Celia Viñas -un año antes de su muerte- jugaba al fútbol o paseaba con mis amigos", explica Ángel, quien guarda detallados recuerdos de aquellos años: "recorríamos el Paseo del Parque, que aún no estaba asfaltado. Al igual que pasaba en la Rambla Alfareros, cuando llovía fuerte tenían que poner un autobús para que la gente pasara de una punta a la otra de la calle lo ancho. Me acuerdo incluso de la prolongación de este tramo de la Rambla o de acuando la extensión de la capital apenas sobrepasaba la Avenida de la Estación", explica.
Cuando terminó sus estudios, Ángel ingresó en la Escuela de Magisterio de Almería, se presentó a las oposiciones, las aprobó, y rápidamente encontró trabajo en el municipio que le había visto nacer: Abrucena. Le tocó dar clase en Las Rozas, un punto alejado de la localidad, en la sierra, hasta el que tenían que acudir los pequeños. "Algunos tardaban incluso una hora en llegar andando. Venían de puntos a los que no había acceso mediante automóviles, así que no quedaba otra", agrega. La clase era única y aleccionaba a pequeños de todas las edades (entre seis y catorce años) en un mismo espacio. Así era la docencia de la época en la mayoría de los pueblos. Abrucena fue también el pueblo donde encontró el amor y a la mujer que le ha acompañado el resto de su vida hasta la actualidad.
Cuatro años después de su primera experiencia como maestro, en este caso en Abrucena, Ángel se trasladó al último pueblo de la Comarca del Nacimiento directo al Este: Gérgal. Allí fue testigo de una de sus anécdotas más llamativas. Tras jugar al fútbol con compañeros, tuvo que recorrer un camino junto a la carretera nacional que limitaba con el municipio. En ese momento, para su sorpresa, vio pasar un convoy. "Era el día del golpe de estado de Tejero, el 23 de febrero de 1981. Me enteré al llegar a la casa de un señor, que se acercó y me lo comentó. Lo cierto es que no pasé miedo, aunque era consciente del cambio que podía provocar la situación. Me fui a descansar y al día siguiente acudí a clase con total normalidad. Yo creo que se trataba de eso y al final, la normalidad terminó imponiéndose", afirma.
Tras una década en Gérgal, el último municipio donde tuvo la oportunidad de impartir la docencia fue Viator, durante 14 años. "Cuando me jubilé me entregaron hasta un reconocimiento, una placa. Era la primera vez que lo hacían con un maestro, así que, lógicamente, guardo buenos recuerdos de esta etapa"
Ahora, años después de jubilarse, Ángel mira atrás, rebusca en su profesión y encuentra alegrías, satisfacción personal, pero también cosas a mejorar: "No entendía la promoción automática. Me daba horror ver como los alumnos pasaban de curso quedándole asignaturas, por eso durante mis últimos años de carrera preferí dar clase a los más pequeños, para tratar de que cuando ascendieran de curso tuvieran una base sólida".
Ahora, Ángel Ruiz encuentra tiempo para numerosas actividades. La que más llama la atención es la voluntad de reunir a sus antiguos compañeros del INEMA cada año, los de la generación de 1953-1957. Llegan de varios puntos de la geografía nacional y les tiene preparados viajes por distintas zonas de la provincia. el año pasado les tocó ir a Lucainena y este año el destino ha sido Serón. "Les llevamos incluso a ver las casas donde estuvieron viviendo durante esos años de clase", manifiesta.
Abrucena sigue siendo su lugar de recreo. Allí tiene una pequeña finca de olivos (aceituna minuera y picual) de la que cuida cada fin de semana. Pero no es lo único a lo que le decida tiempo. Ya ha creado el árbol genealógico de su primera apellido, Ruiz, llegando a la conclusión de que sus antepasados proceden de Baeza (Jaén) y ya ha comenzado a realizar el de su segundo, Aguilera, del que tendrá resultados pronto, aunque según lo avanzado, Fondón podría ser el pueblo de origen.
Durante un tiempo también se ha dedicado a la filatelia, aunque es algo en lo que le gustaría profundizar más. Ha asistido a cursos de fotografía en la Universidad de Mayores, donde ha aprendido el manejo de programas como el Photoshop, uno de los más usados en este tipo de edición deimagen. Además, todos los martes y los jueves de cada semana acude a la parroquia de Ciudad Jardín para colaborar con Cáritas haciendo la entrega de alimentos a las familias de la zona que lo necesitan. Y así, de esta forma, dando vitalidad a su jubilación, se toma Ángel los años. Con las pilas suficientes como para añadir más y más anécdotas a una vida que ya tiene unas cuantas.
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