Pueblo Laguna, un pueblo fantasma
Lugares más afectados por la gota fría
Más de un mes después de la tragedia, las localidades afectadas aún muestran sus heridas abiertas de algo que cambió la vida del lugar para siempre; la vida aún no ha regresado después de que se fuera
Puerto Rey y Pueblo Laguna huelen a humedad de abandono. El miedo a la cornada del agua aún está vivo entre los escasos muertos de pena que deambulan sin norte por entre las calles de lo que algún día fue y ahora es un museo de entrañas íntimas, de casas desabrochadas llenas de costurones. De cuando en cuando el ruido de una máquina sobresalta el silencio, es el precio de la reparación de lo irreparable. Un cartel escrito a mano dice 'se prohíbe el paso'. ¿Hacia dónde se prohíbe? Hacia la nada porque nada hay tras el aviso. Por no haber, no hay basura en los contenedores. Sólo deshechos a la vista de los gavilanes a ras de tierra, a la busca de sacar partido de lo inútil, tal vez de la escasa chatarra que llevarse a la furgoneta.
Dicen que las desgracias no vienen solas y quienes lo dicen en Pueblo Laguna o en Puerto Rey saben lo que dicen. Hay quien pretende sacar beneficio de la desgracia, abusar del que salvó la vida pero se dejó su vida en la vivienda, en los enseres.
Con todo y con eso por demás, algunos quitan el barro de las fachadas con el agua de una manguera. Es una tarea de alivio mental, conductas autómatas como la de podar una jardinera sin flores, sin arbustos. Dormir, si ello es posible; comer y esperar ¿a qué? A la llegada de un cristalero, fontanero, carpintero, pintor, quien sea que arregle una habitación donde poder acomodarse.
La calle principal de Pueblo Laguna es un 'carril bici'. Numerosos ciclistas se acercan hasta donde la calzada consiente, justo hasta donde el agua partió en dos un paseo de palmeras. Algunos se sorprenden de los destrozos, ahora que no hay fango ni coches en la playa al sol. Son primerizos, se les nota en sus comentarios. En la desembocadura del río unas cuantas aves zancudas picotean el agua. Unos cuantos vecinos, pocos porque no hay más, manifiestan sus quejas: "no dejan dragar esta zona por los pájaros, es verdad que vienen muchas aves, pero qué vale más un pájaro o la vida de una persona. Mire, ¿ve aquella casita de color claro? Allí vivía la mujer que murió arrastrada por la riada". Aquí ya no queda nadie. Los que vivían de alquiler se han ido y los propietarios extranjeros han intentado cobrar del seguro y se han marchado.
Algunos bares han abierto a medias, no pueden abrir del todo porque antes necesitan reponer maquinaria y el dinero no llega. A la puerta de los establecimientos, sus propietarios fijan la vista en el infinito, más que nada por no ver la realidad abrumadora. Cartelería de 'Oportunidad, se vende'; 'Abriremos en la primera semana de diciembre' con la apostilla de 'si podemos'. ¿Se podrá? Es la pregunta cruzada de una acera a otra entre los igualados en el infortunio. Los brazos en jarras o la subida de hombros es el signo de quién sabe. Los más optimistas exclaman que 'más no nos puede pasar', los más pesimistas replican que 'a perro flaco todo se le vuelven pulgas'.
Un hombre sale de una casa, cruza la mirada con ojos hundidos en las cuencas del dolor, del cansancio, "yo a usted le conozco, usted estuvo aquí cuando lo fatídico". El hombre comienza un monólogo atropellado, los borbotones de palabras se rompen cuando se rompe el hombre en la emoción del recuerdo, de lo perdido y de lo que pudo ser. No hay consuelo de buenas palabras para una familia que tiene por jubilación el importe de una ruina. Es uno de entre tantos que de la noche a la mañana encontraron sus ajuares a la deriva en la mar, es uno de entre tantos que suplican que quien sea responsable pague. Y tienen el temor de que Puerto Rey y Pueblo Laguna pasen a denominarse Puerto y Pueblo del Olvido. Al abandonar la zona con olor a humedad de abandono, la sensación es la de llevarse una pesada carga de tristeza prendida en la ropa de los sentimientos.
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