Almería

Retamar: parcelas a 100 pesetas el metro

  • Durante años, en Retamar no hubo ningún servicio público, pero el sosiego, la tranquilidad y la paz se convirtieron para los almerienses en su seña de identidad

Retamar: parcelas a 100 pesetas el metro

Retamar: parcelas a 100 pesetas el metro / D.A. (Almería)

La Urbanización de Retamar “nació” el 26 de enero de 1963. Fue el día en el que la empresa “Urbanizadora del Mediterráneo” firmó, en la notaría madrileña de José Ruiz Díez-Castor, la compra a Federico Puig Peña de una gran extensión de terreno existente junto a la “Rambla de Retamar”. En ese momento, según el expediente de dominio público firmado por el magistrado almeriense Emilio Navarro Esteban dos años después, la finca era casi un erial con un pequeño embalse, un aljibe de agua de lluvia de 290 metros cúbicos, un par de casas-cueva y varios pajares, cuadras y corrales.

El empresario Jerónimo Garcés construyendo "El Tirol" El empresario Jerónimo Garcés construyendo "El Tirol"

El empresario Jerónimo Garcés construyendo "El Tirol" / D.A. (Almería)

La superficie adquirida incluía, en esa primera operación de compra-venta, los parajes denominados “Peligros”, “La Higuericas”, “Los Cotorones”, “Cuevas de Zapata” y “Cortijo Blanco”. En definitiva, la empresa “Urbanizadora del Mediterráneo” se hizo con un terrenal apenas productivo que, unido a otras operaciones posteriores, serviría para trocearlo, parcelarlo y venderlo a promotores y propietarios para levantar una nueva zona de vacaciones. Los directivos, en la calle Víctor de la Serna, 4, de Madrid y en los “Edificios Mediterráneo” de Almería, jamás pensaron que en esas piedras llenas de matojos y plagadas de alacranes y culebras se levantaría un residencial en el que, casi sesenta años después, residen o veranean miles de personas.

A juzgar por la impresionante campaña de publicidad para la venta de las parcelas, a finales de los sesenta, las operaciones no debieron comenzar muy bien. La compañía basaba la estrategia en la ubicación de Retamar: junto a la carretera de Níjar, cerca del aeropuerto internacional y en mitad de la bahía. “No se quede sin un “trocico” de tierra”, decían los carteles, al más puro estilo de nuestro lenguaje. Además, se jugaba con la advertencia de que si el almeriense no compraba pronto lo haría gente de otras provincias: “Ahora es el momento de invertir antes de que vengan los de fuera”, decía uno de sus carteles promocionales. En ese momento, se podía escriturar una parcela de 1.500 metros cuadrados a 100 pesetas el metro o un “bungalow” con jardín por algo menos de medio millón, a pagar en cinco, siete o diez años. Claro, nadie exponía en la publicidad que Retamar carecía de suministro de agua potable, teléfono, paseo marítimo, alcantarillado, comercios, entidades bancarias, colegio o servicio de autobús urbano y sufría un deficiente servicio de electricidad junto con una playa pedregosa y casi salvaje. Pero para casi todos los nuevos residentes ahí radicaba el éxito del gran atractivo de Retamar: el sosiego. Y eso era un excelente reclamo para clientes potenciales. “Urbanizadora del Mediterráneo” lo empleaba en 1977 como lema - “usted necesita un descanso con propiedad” - para las parcelas que vendía por 25.000 pesetas de entrada y 1.600 pesetas al mes. “Fomento del Sureste” promocionaba en 1985 “Los Carmenes” con: “sin vecino arriba ni abajo”.

La urbanización “nació” el 26 de enero de 1963 en una notaría de Madrid

El mantenimiento de las zonas comunes dependía de una entidad de conservación privada, que decidió que las polvorientas calles eran “camino de” y los rotuló con un peculiar tipo de letra negro atravesado por una gruesa línea, que se convirtió en una de las señas de identidad de la urbanización. Además, difundió como logo un dibujo de una ola con dos crestas.

No obstante, poco a poco, avispados empresarios de la construcción como Jerónimo Garcés Medina o Andrés Montiel Manjón entendieron las posibilidades de negocio de este lugar y comenzaron a adquirir parcelas para construir villas y chalets con zonas comunes dotadas de jardines y piscinas: “Las Mariposas”, “El Tirol”, “Los Claveles”, “Los Tulipanes” … Por allí llegó a residir el futbolista internacional almeriense, y del Real Betis, Antonio Biosca, que tras regresar con España de los partidos del Mundial 78 de Argentina, jugaba al fútbol con los chiquillos en un solar del Camino del Jazmín convertido en campillo de tierra.

Logo Retamar Logo Retamar

Logo Retamar / D.A. (Almería)

La zona más alejada de la costa se llenaba de chalets y la parte más próxima a la playa de apartamentos y estudios: “Los Girasoles”, “Los Chocolates”, “Los Soles”, “Las Nairas” … Para vender esas construcciones se empleaba el gancho del mar, la bahía y el buen clima: “Apartamentos al sol naciente”, Apartamentos anclados en la misma playa” o “Una cosa es ir a la playa y otra, vivir en la playa” decían los anuncios que ideó Plataforma Publicidad para “Residencial Club” en 1979.

Retamar se fue poblando de familias que, sobre todo, iban a sus tranquilas segundas residencias para el veraneo o el fin de semana. En los años ochenta era considerable el movimiento de pandillas de muchachos que subían y bajaban por las calles en su motillos, sin otra cosa que hacer que guardar cola en la única cabina telefónica, pegarse “jarapazos” en un improvisado circuito de “bicicross” al lado de la rambla o disfrutar con los mismos amigos en los sitios de siempre: “Budapest”, “La Capea”, “Hotel Alborán”, “Discoteca Júpiter” o en “El Hoyo”, una especie de pub-zulo excavado en un descampado. O cuando se corría la voz de que Justo Mullor –que luego triunfó en “Lluvia de Estrellas” de la tele y ahora con su grupo “Malas Compañías”- estaba en una comunidad cantando y tocando temas de Luis Eduardo Aute o de Joaquín Sabina, al que descubrió en su concierto del 29 de diciembre de 1984 en Las Almadrabillas.

Mientras los jóvenes iban y venían en ese tránsito constate por veredas maltrechas con olor a jazmín y a galanes de noche, sus padres tenían que desplazarse en coche a El Alquián o a Níjar a comprar, si los ruidosos vendedores ambulantes que alteraban el placentero sueño dominical no ofrecían el producto deseado.

Así nació Retamar en 1963 y así era hace más de cuarenta años; tan cercano, familiar y amigable que los primeros residentes evocan hoy con cariño su grato recuerdo a hijos y nietos, que, incrédulos, quedan boquiabiertos cuando escuchan: “no teníamos ni teléfono… pero éramos felices”.

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