La Traca, al Paseo
Almería
Almería se llenó de pintadas reivindicativas cuando, en 1978, el Ayuntamiento quitó del centro la traca final de feria
La feria de Almería es especial, única, irrepetible. No solo por las cuatro actividades de calidad que aún se mantienen en el programa oficial de cada año. Es singular porque se celebra en honor de la Virgen de Mar y la procesión de la Patrona por las calles del centro tiene lugar un día que no es de feria. Es peculiar porque se organiza en unas fechas en las que hay que mirar el calendario para saber cuándo es el “sábado anterior al último domingo de agosto”. Y, sobre todo, es distinta porque los alcaldes y concejales de turno se han encargado de mutilarla y de practicar el recorta y pega con sus tradiciones.
Se inventaron y luego retiraron lo de la “feria del Mediterráneo”, añadieron y después suprimieron aquel sevillanísimo “lunes de resaca”, la inauguraron en sábado en lugar del viernes, la clausuraron un día antes, quitaron de un plumazo la cabalgata anunciadora, el pregón se convirtió en un carrillo ambulante yendo de una plaza a otra de la ciudad y para qué hablar de cómo tacharon del programa los maravillosos Festivales de España de la Alcazaba… en fin, un cóctel de despropósitos que ha erosionado la usanza y las costumbres. Por ejemplo, este año, para acentuar el desatino, la muy almeriense Batalla de Flores, que inspira al cartel oficial 2022, no atravesó el Paseo, la avenida que dicen querer rehabilitar para el peatón.
Estos dislates municipales no son nuevos. Se iniciaron hace décadas con la traca final de fiestas. Aquella ruidosa tira de petardos y cohetes que se instalaba de árbol a árbol, en zig zag, y cuya mecha prendida era seguida por miles de jóvenes que corrían Paseo arriba hasta terminar dentro de la fuente de la Puerta de Purchena, cambió de escenario. Era 1978 y una mente prodigiosa del concejo presidido por el alcalde Rafael Monterreal Alemán decidió que los fuegos artificiales se instalarían en la Avenida de Cabo de Gata. Un lugar lejanísimo del cómodo recinto lúdico del Puerto y nada acertado. Aquello, nunca mejor dicho, fue pólvora mojada y el estrepitoso fracaso de público obligó al nuevo edil de festejos, a retomar la costumbre del Paseo.
Una pintada anónima
Además, arrebatar a los jóvenes una de las pocas cosas divertidas de la ciudad ocasionó una movilización sin precedentes. La ciudadanía en los setenta, como ahora, no se manifestaba por las pésimas comunicaciones, la escasez de inversiones y la carestía de la vida, pero sí porque la traca se la llevaran del centro. Almería se llenó de pintadas en las tapias y muros con aquel lema, ya histórico, de “La Traca, al Paseo”. El grafiti negro y sin firma se plasmó por la toda la ciudad. Una de las pintadas permaneció a la vista lustros y lustros en la pared lateral del colegio de La Compañía de María, en la calle de San Leonardo. En la prensa local se criticaba el “hurto” y el “secuestro” de las costumbres y se calificó el escenario de la avenida de Cabo de Gata de “insólito y repudiado”…
“La Traca, al Paseo” fue un lema reivindicativo de rotundo éxito, creado por autor anónimo, que repercutió de forma contundente en las siguientes decisiones municipales. Si lo llega a inventar alguno de esos CEOs o publicitas del tik-tok estaría aun colocándose medallas, 44 años después.
En 1979, la traca retornó al Paseo como ya estaba en la feria de 1953 aunque en aquella ocasión se denominara “retreta militar con el avión misterioso”. En 1964, el alcalde Antonio Cuesta Moyano y su edil Ginés Nicolás Pagán impulsaron el festejo incluyendo en la traca “fantasías de fuegos artificiales” mientras que, en 1972, la banda de música –hoy decapitada- protagonizó la retreta. La traca final de fiestas en el Paseo, con sus más de diez mil muchachos sudorosos corriendo a las dos de la madrugada al compás del tronar de las explosiones, hasta terminar empapados de agua dentro de la fuente de la Puerta Purchena, se mantuvo hasta el final de la década de los ochenta. El gran petardazo final de la madrugada del lunes 28 de agosto de 1989 fue el de su muerte. Jamás volvió al centro. A pesar de que la Asociación de Hosteleros (Ashal) exigió en 2013 su vuelta al Paseo como una de las soluciones para reactivar sus negocios.
En agosto de 1990, el concejal socialista Fernando Martínez –meses después elegido alcalde- incluyó un toro de fuego, pero se llevó el festejo a la Avenida del Mediterráneo, provocando otro monumental fracaso de aceptación popular; más aún cuando el chapuzón final debía ser en la playa y no en una fuente. La excusa fue la de promocionar el nuevo recinto ferial que se inauguró ese año, donde hoy está el Auditorio Maestro Padilla y el Parque de las Familias. En 1991 se adoptó el Paseo Marítimo “Carmen de Burgos” como lugar de celebración y ahí se ha quedado.
Los cohetes explotan en el trayecto que va desde la playa de San Miguel hasta El Palmeral y los chiquillos, descalzos, que corren despavoridos para no quemarse con la pólvora encendida sobre sus cabezas refrescaban luego sus mugrientos pies en el rompeolas de la playa. Eso sí, a la luz de la luna.
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