Almería

Treinta años de la “burro-marcha”

  • En octubre de 1991, dos políticos viajaron en tartana entre Huércal-Overa y Adra para reclamar la construcción de autovías en la provincia

Juan Antonio Verdejo –a la izquierda- y Pepe Guijarro –bebiendo agua- en una parada de la “burro-marcha”. Apoyado en la tartana, el periodista Antonio Marfil

Juan Antonio Verdejo –a la izquierda- y Pepe Guijarro –bebiendo agua- en una parada de la “burro-marcha”. Apoyado en la tartana, el periodista Antonio Marfil / Diario de Almería (Almería)

Hace treinta años la provincia de Almería no tenía ni un metro de autovía. Para llegar a Adra, desde la capital, había que atravesar todos los pueblos del Poniente y, con suerte, te plantabas en la “Torre de los Pedigones” en hora y media. Al límite con la Región de Murcia se empleaban, fácil, dos horas largas, eso si en el embudo del puente de Rioja no se había quedado atascado un camión de ganado y la travesía de Tabernas estaba despejada. Ir a Granada suponía una parada obligada en Guadix para comer churros porque nadie te quitaba las tres horas menos cuarto de viaje y, claro, daba hambre.

Durante la década de los ochenta, los políticos en el poder nos prometieron mil veces que para la Expo de Sevilla y las Olimpiada de Barcelona, de 1992, podríamos ir cómodamente por esas carreteras rápidas llamadas autovías, pero que los almerienses jamás habían “catado”. Llegaron las semanas previas a los dos magnos acontecimientos y aquí seguíamos viajando por “El Ricaveral” y por “El Cañarete”. Era imprescindible cruzar de arriba a abajo pueblos que habían convertido la carretera nacional en la calle mayor del municipio; señoras en bata con el carrito de la compra que se cruzaban sin mirar y conductores que ponían los cuatro intermitentes y se metían en la panadería a comprar bollos, bloqueando el único carril de la vía. No había más opciones.

La Burro-Marcha fue una idea jocosa de Pepe Guijarro Martínez y del alcalde de Turrillas para llamar la atención sobre nuestras pésimas comunicaciones terrestres

Y como siempre ha pasado en esta provincia, -ya ocurrió en el XIX con el ferrocarril- la indignación se tornó en ideas reivindicativas; unas geniales como la campaña de la Cámara de Comercio “Almería sin salidas” patroneada por José Antonio Picón y materializada por Enrique Martínez Leyva y otras ingeniosas y casi burlescas como “La Burro-Marcha”. Si bien no todos los medios de comunicación arroparon ambas operaciones de lucha, no hay que restarles mérito a ninguna de las acciones de protesta porque el objetivo final se obtuvo: Almería contó con autovías. Con diez años de retraso, pero las construyeron.

La Burro-Marcha fue una idea jocosa del que fuera presidente del Poli Almería, concejal y presidente de la AA.VV. de Ciudad Jardín, el empresario Pepe Guijarro Martínez (1946-2015), y del alcalde de Turrillas durante 32 años, Juan Antonio Verdejo (1943-2011), apoyados por el ex edil Tomás Lomas Torres. La idea la hicieron pública el 20 de septiembre. Quizás envalentonados por su amistad, decidieron recorrer en una tartana tirada por un borriquillo el trayecto entre Huércal Overa y Adra. Explicaron que estaban hartos de promesas incumplidas, saciados de mentiras e insatisfechos de la gestión de nuestros políticos. Dejaron a sus familias durante una semana y se tiraron al asfalto por el bien de las comunicaciones terrestres de Almería; eso sí, con un furgón escoba detrás cargado de botellas de agua mineral y víveres.

Obvio es decir que algunas autoridades movieron sus maquiavélicos y silenciosos hilos para que los dos manifestantes cejaran en su empeño, con argumentos como la seguridad del tráfico. La Guardia Civil apostilló que ese peculiar vehículo de transporte podía circular por la carretera si cumplía con las normas e iba por la derecha.

Es una pena que ambos personajes no escribieran un libro con las anécdotas y los chascarrillos con los que se toparon por los andenes y curvas de la Nacional 340. Pero lo cierto es que salieron en octubre de 1991 del levante y recorrieron los casi doscientos kilómetros pidiendo justicia con Almería, mientras los automovilistas les alentaban tocando el claxon y haciendo referencias a sus atributos masculinos.

La expedición disfrutó de una cobertura informativa desigual. Mientras unos medios radiofónicos afines al poder silenciaron casi por completo la gesta kilométrica de los andarines, otros –como Antena 3 y “La Crónica”-, destacaban enviados especiales al punto donde estaba el carromato para recoger las novedades de la jornada.

Aquel burro blanco, harto de vivir, cumplió su función arrastrando un remolque lleno de pancartas y a dos hombres que deseaban lo mejor para su tierra

Aquel burro blanco, harto de vivir, cumplió su función arrastrando un remolque lleno de pancartas y a dos hombres que deseaban lo mejor para su tierra. Diferentes diputados, senadores y señores alcaldes los pusieron como “hoja de perejil”; algunos articulistas rozaron la injuria y el insulto firmado con pseudónimo por tan atípica idea, pero Guijarro y Verdejo cumplieron en aquel otoño de 1991, y con creces, su reto de forma consecuente.

Años después, confesaron que desde alguna alta esfera les llamaron “payasos” y en su partido, presidido por el abderitano Enrique Arance Soto, no entendieron bien la singular queja de la tartana, quizás como venganza por la “guerra interna” que mantuvieron ese verano a cuento de la inconsistente candidatura de Francisco García García a la Diputación, que pasó por el palacio provincial sin pena ni gloria.

Lo cierto es que los dos protagonistas entendieron la política de forma singular. Verdejo vio cambiar la historia de España desde la alcaldía de su pueblo querido, al que puso en el mapa de Andalucía. Guijarro protagonizó numerosas acciones de batalla para reclamar aquellas cuestiones que consideraba justas: abrir con 10.000 pesetas una suscripción para comprar vacunas contra la hepatitis para los policías locales, denunciar airadamente el pésimo estado de las estatuas y esculturas de la ciudad y, sobre todo, delatar la contaminación por la carga de mineral en el puerto. Para ello no dudó en llegar al muelle, tirarse a una montaña de polvo rojo y embadurnarse como un filete empanado. Aquello debió ser efectivo porque las quejas concluyeron.

Salieron en octubre de 1991 del levante y recorrieron los casi doscientos kilómetros pidiendo justicia con Almería

Claro que también le zurraron lo suyo por sus peculiares ideas. El gobernador civil, el socialista Ramón Lara, ordenó en marzo de 1990 colgar con una chincheta, en la puerta del Ayuntamiento del que era concejal, un edicto comunicándole una sanción por haber encabezado una manifestación pacífica de vecinos de las “500 Viviendas” sin su permiso.

Pepe Guijarro y Juan Antonio Verdejo fallecieron hace unos años y con ellos los secretos de la “burro-marcha”. Ahora, que desde la Cámara de Comercio se acentúa la presión para la llegada del AVE, no sabemos qué golpes de efecto se habrían inventado clamando por la alta velocidad. Seguro que habrían sido efectivos y divertidos. Que ambos descansen en paz.

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