Cuando Uleila salió en El Caso
Almería
La periodista de sucesos Margarita Landi se desplazó en 1975 al pueblo para informar sobre el doble crimen de un parricida, que luego se suicidó
Existen nombres en España que, con solo pronunciarlos, evocan tragedias. Dolor. Muerte: Puerto Hurraco, Alcásser, Alfaques, Torre del Bierzo –donde fallecieron 500 personas en un choque de trenes- o Ribadelago –cuya presa reventó y perecieron 144 ciudadanos-.
Con la geografía almeriense ocurre lo mismo. Mencionas un paraje y de repente te viene a la cabeza un desastre o una matanza: Palomares y las bombas, Gádor y el “sacamantecas”, Gérgal y “El Caso Almería”; Canjáyar y el oscuro crimen de un matrimonio de ancianos en 1985, aún por esclarecer; “El Ingenio” y los horrores de la Guerra Civil o el crimen sin resolver de la niña Estefanía Úbeda Simón, del que en diciembre se cumplirán 33 años.
La periodista de sucesos Margarita Landi nos contaba, mientras se comía un chérigan de “La Parrilla” como si tal cosa, que todos los pueblos de la península tienen al menos un crimen y una negra crueldad en la intrahistoria de sus gentes. La mayoría de las veces el olvido ha sepultado el horror de las memorias colectivas y, en otras, no haberlo resuelto o difundido adecuadamente aceleró la desmemoria de la sociedad. Pero ahí están. Como la espeluznante tragedia ocurrida en Uleila del Campo el 5 de febrero de 1975, cuando un hombre nacido en Sorbas mató a hachazos a su esposa y a su suegra y luego se ahorcó.
Aquella Margarita Landi intrépida e indagadora llegó al municipio de Los Filabres-Tabernas fumando en pipa y a bordo de su automóvil deportivo. Iba con el fotógrafo Germán Gallego para recabar datos e informar a sus fieles lectores de El Caso. La simple presencia de la periodista revolucionó a la comarca y provocó entre sus vecinos una mezcla de admiración y preocupación. Ver el nombre del pueblo en aquel semanario de decenas de miles de ejemplares distribuidos por todo el país era una sensación agridulce. Muchos españoles oirían hablar por primera vez de Uleila, pero el sangriento motivo por el que lo hacía no era plato de buen gusto.
Como siempre, la reportera cumplió su cometido con calidad, destreza y profesionalidad. Incluso tuvo espacio en su crónica para denunciar el mal estado de aquellas pésimas carreteras almerienses. Los lectores vieron impresas, en la contraportada del semanario, las fotos bien grandes de la cara del parricida y de las dos víctimas, También de la casa donde ocurrieron los hechos y se empaparon del relato pormenorizado de la sangría horripilante cometida por Cristóbal López García, de 47 años. En Uleila nada había que objetar, salvo que el nombre de la localidad aparecía en aquella narración pulcra y fiel de los acontecimientos. “Ha ocurrido aquí, pero el asesino no nació en el pueblo y las dos muertas sí”. De esta forma pretendieron algunos aminorar el impacto de ver el nombre de su localidad en letras grandes en la contraportada de El Caso. Era cierto. El criminal, apodado “Tableta”, no nació en el lugar, pero residía allí desde 1956, tras casarse con Isabel Pérez Fuentes. Decían que era reservado, huraño y que no era capaz de beberse un chato de vino si tenía que pagarlo él. El matrimonio tenía tierras y un dinerillo ahorrado tras emigrar a Francia y Andorra.
Ritual macabro
La pareja estaba separada. Aquella tarde de invierno hubo un violento desencuentro al regresar la esposa de Almería, donde había viajado en “La Alsina” para buscar asesoramiento jurídico sobre la separación con bienes gananciales. Y entre chillidos y alaridos, en un arrebato de fría ira incontenible, Cristóbal arrancó dos patas metálicas de una mesa de formica y la emprendió a golpes en la cabeza de la pobre Isabel, de 44 años. Luego, cogió un hacha y la remató. Con su esposa yaciente, buscó a su suegra, Manuela Fuentes Fernández, una indefensa mujer de 79 años que apenas podía andar. Y repitió su ritual macabro de porrazos y palos contra la anciana, que estaba sentada en una butaquilla de la casa. Allí mismo le abrió la cabeza por la mitad y casi la decapitó con otro hachazo en la nuca. Y la abandonó chorreando de sangre. Manuela, una invidente de 35 años que odiaba a “Tableta” por la mala vida que le daba a Isabel, era otra hija de la señora y se salvó de la desdicha porque unos minutos antes salió de la casa a comprar el pan. Lo mismo ocurrió con sus dos hijos varones, que estaban fuera enfangados en las faenas del campo.
Cristóbal, con las salpicaduras de su fechoría en ropa y manos, atravesó la tapia de un corral de la casa para esconderse en el pajar de un piso alto. No pudo. Los gritos desgarradores de sus víctimas alertaron a la vecina María de la O Hernández, que pasaba por allí, camino de un establo. Cuando vio la carnicería por la puerta entreabierta comenzó a vocear auxilio y socorro corriendo hacia el cuartelillo de la Guardia Civil. El criminal, sintiéndose acorralado por los civiles, decidió adoptar la solución más cobarde: quitarse la vida. Ató una gruesa guita a una viga del techo y rodeando su cuello, se ahorcó. Igual que hizo su padre en Sorbas unos años antes, según dijeron en el pueblo.
Las autoridades policiales y judiciales encontraron un cuadro aterrador, estremecedor, al iniciar la investigación en la modesta vivienda. Las autopsias se practicaron en el mismo término municipal y no hicieron más que ratificar el salvajismo de la agresión: contusiones, traumatismos y hemorragias. Mientras, los vecinos que hablaron Margarita Landi definieron a Cristóbal López como un hombre retraído, tosco y rudo; poco sociable. De hecho, tenía fechado para el día 19 de ese mes un juicio de faltas en la capital. El párroco –natural de María- Juan Miguel Sevilla Pérez también confirmó que no era hombre de rezos ni de misas y a Isabel y a Manuela las definió como buenas mujeres que nunca se habían metido en líos. En la homilía del funeral, celebrado en la iglesia del pueblo, el sacerdote se centró en el mensaje cristiano en la Resurrección.
Lo cierto es que Uleila del Campo fue escenario de un luctuoso suceso que se publicó en El Caso y en varios periódicos nacionales. Como aventuró Margarita Landi, esa amnesia social hacia lo indigno aquí ha funcionado. Ahora, 47 años después, y afortunadamente para el pueblo, decir Uleila del Campo es evocar al Santo Cristo de las Penas y a la Fiesta del Emigrante. Y no aquella matanza.
También te puede interesar
Lo último