VILLAESPESA Y LA DOLORES DE CALATAYUD. Dónde está el peine y otras preguntitas.

Almería

Me contó Emiliano Machín, un bilbilitano que recaló hace años en nuestra tierra, que Ramoncín llegó para cantar en Calatayud y ante un auditorio a reventar de gente de copa y fiesta, no se le ocurrió al hombre otra cosa que presentarse con una pregunta por los altavoces: ¿Qué tal, hijos de la Dolores? Y al pilón fue a parar el Rey del Pollo Frito. Y mojado.

VILLAESPESA Y LA DOLORES DE CALATAYUD. Dónde está el peine y otras preguntitas.
VILLAESPESA Y LA DOLORES DE CALATAYUD. Dónde está el peine y otras preguntitas. / Jesús Perceval
José Luis Ruz

Almería, 07 de agosto 2022 - 05:00

Y es que por mucho que insista la jota y por pegadiza que esta sea, no es aconsejable preguntar por La Dolores en Calatayud, la seria Bilbilis de los romanos. Liso se ha de ser para formularla y no era eso sino listo el famoso cantante… sin duda habló por él la espesura transitoria del agotado artista en gira.

Una espesura como la que de niños en viaje de estudios se nos ocurrió hacer en Calatayud, tan cobardicas, desde el autobús ya en marcha lenta saliendo del bar en el que habíamos descansado: preguntar por la Dolores a un hombre que andaba por la carretera con una azada al hombro; cuando volvimos la vista atrás el labriego, parado y dejado el apero en el suelo, nos dedicaba un agitado y enérgico corte de mangas con los brazos con los que nos hubiera ahogado de haber podido.

Se quedó como en Archidona se queda el hombre al que le preguntan por "el Cipote" y teniendo los brazos ocupados solo dispone de la lengua suelta para responder con gana: ¡en el mismísimo candilillo de tu hermana!

Y la verdad que es para estar hasta el moño de tanta interrogación maliciosa; la vocación innata de meter el dedo en el ojo de los pueblos, algo que bien poco dice en favor del que la practica, casi siempre un niño borde, o un mayor quemasangre. Y ninguna de estas cosas era nuestro gran poeta de Laujar Francisco Villaespesa, sino al contrario según deja patente cuando, caballero verso en ristre, sale en defensa de La Dolores y de todas las mujeres de su pueblo:

Si vas a Calatayud

no busques a la Dolores,

que será una chica guapa,

pero nunca hizo favores.

—-

Pueden las bilbilitanas

presumir de su honradez

que favores que la empañan

jamás supieron hacer.

—-

Es Calatayud la tierra

de las mujeres hermosas

y, con orgullo, presumen

de honradas y virtuosas.

—-

La mujer bilbilitana

se ofendió con una jota

por eso lavó la ofensa

dejando a salvo su honra.

Negó el poeta no tres, como San Pedro, sino cuatro veces la jotica maldiciente en estos versos de 1915 y que creo inéditos, enviados a su amigo don Luis López, rico propietario de Dalías, cuyo nieto Jesús López ha tenido la generosidad de facilitarme.

El corte de mangas es lo que suele recibir como recompensa el que se aventura a retar con este tipo de interrogación sobre sambenitos infames. Y es que no se debe ir por ahí preguntando a tontas y a locas…

Y menos a malas. En Carboneras por "el Cura", un don Antonio Marruecos al que asparon como gafe en los tiempos previos a la guerra, colgándole los sambenitos del desplome de la bóveda de la iglesia en una misa dominical y del hundimiento en un temporal de la flotilla pesquera, dizque la primera, como si hace un siglo el clérigo hubiera declarado "Queda inaugurada la primera flotilla de Carboneras" cuando esta se había formado desde tiempos de Carlos IV ya sin moros en la costa y autorizadas las casas que acabaron por conformar el pueblo al abrigo del castillo de San Andrés de la Carbonera.

Un rollo macabeo este, mala copia del gafe añejo de La Mamola, y creado interesadamente por la fobia anticlerical, primita hermana de la política que acabó apodando "Churruca" y haciendo portador de mala suerte a un respetable abogado de la capital por el hecho de patrocinar un homenaje a la Marina en tiempos de Primo de Rivera… Cura gafado, dicen: y no bendijo él, que yo sepa, ni la Central Térmica, muerta de repente al cumplir los cuarenta, ni el hotel de El Algarrobico que perdió la vida en el último apretón del parto... Con frecuencia solemos culpar al gafe de los males emanados de nuestras actuaciones desafortunadas.

Así es que ni en Carboneras hay que preguntar por "el Cura", ni en Gádor por "el Hombre del Saco" el que se llevó por delante a un pobre niño desangrado por la ignorancia, en un crimen cruel que se dio en este pueblo como pudo haberse dado en cualquier otro de la España profunda de 1910. Preguntar sí es ofender, y si no háganlo en Ocaña o en Doña María por "el Peine", con la interrogación malévola que no busca respuesta alguna sino la mortificación del nativo, el refregarle por la cara la insignificancia de su pueblo, su pobreza, tan extrema que solo les permite disponer de un peine, una baratura, para compartir entre dos.

Sobre esta he oído otras versiones, todas de autoconsuelo por parte de los dolientes, los naturales del país: la más frecuente la que convierte a este único peine de cabello en peine para tejer… sin advertir que esta versión mantiene intacta la mala intención de achicar para ofender… a los pocos que se pregunten en serio si el peine anda en Doña María u Ocaña, ya les doy yo su ubicación al final de este escrito.

Venta de Doña María, Pedro Antonio de Alarcón viaja en diligencia a Almería en 1854. Comido de pulgas y sorprendido por ello, como si no estuvieran las saltarinas brincando en las hospederías de Guadix, su pueblo, y en todos los mesones y ventas de España. El cabreo por la incomodidad del viaje ha llevado al ilustre autor de El Niño de la Bola nuevamente a "hacer amigos", siempre a la búsqueda del desafío que hasta sangre le llegó a costar en nuestra Almería, como ya les conté desde estas mismas páginas. Otra vez sus sobradas luces de escritor en pugna con las pocas que tiene de discreto; no me extrañaría nada que ya en la última casa del pueblo desde la diligencia preguntara, peleón, por el peine. Tal como en una ocasión hizo uno de Abla que, al pasar, no se sabe si por Doña María u Ocaña, desde el carruaje en marcha, alzando la voz sobre los cascabeles ya al trote, le preguntó a un vecino conocido:

-¿Y dónde está el peine, Antonio?

-¡Peinándole a tu madre el moño!

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