Veinte años no son nada
Cerca de un centenar de médicos han celebrado dos décadas desde que hicieron el MIR en el Hospital de La Inmaculada de Huércal-Overa
Cuando en España se contaba en pesetas; cuando en las gasolineras se vendían CD's de 'El Fary' y de Rocío Jurado; cuando Google germinaba en un cobertizo estadounidense; cuando el teléfono móvil solo servía para hablar; cuando el periódico se compraba en el quiosco; cuando todo esto y más, mucho más o mucho menos, 6 licenciados en Medicina se vinieron de residentes al hospital La Inmaculada, cuando ciertamente resultaba ser el Hospital de los Milagros. Asomaron la cabeza por aquellas habitaciones con 6 camas, por aquella sala de Urgencias talmente parecida a una unidad médica de campaña. Aquello, sin género de duda, no era Torrecárdenas, hospital donde creían ir a pasar sus años de residencia. Y, sin embargo, sorprendentemente, se quedaron. La razón fundamental para no salir por pies fue encontrarse con un grupo de tutores de una calidad profesional por encima de lo normal, amén de una excepcional naturaleza humana. Los 6 postgraduados fueron los primeros médicos residentes en Huércal-Overa.
"Esta historia comienza 20 años atrás, se dice pronto", recuerda Mateo Silvente Ramírez, Jefe del Servicio de Urgencias del hospital La Inmaculada y responsable del programa de formación de Médicos Internos Residentes (MIR) en el Área Norte, una especie de sucursal, dice él, de la Unidad Docente de Medicina Familiar y Comunitaria de Almería, dirigida por Amelia Vallejo. "Llegaron a un sitio donde teníamos una infraestructura muy mala, pero todos teníamos muchas ganas de enseñar y compartir. Es cierto que las dos primeras promociones fueron muy especiales por su elevada calidad humana y una formación altísima". Al concluir la etapa de especialidad en Medicina Familiar y Comunitaria, 4 años en números redondos, es costumbre celebrar la despedida con cada una de las promociones y este año no iba a ser menos, no. Fue más.
Mateo Silvente se propuso una fascinante, a la par que ambiciosa, tarea: reunir al mayor número posible de facultativos que hicieron su residencia médica en La Inmaculada en estos últimos 20 años, tanto las promociones que expiaron en el antiguo, como las que, a partir del 28 de octubre de 1999, gastaron los suelos del nuevo y reluciente Hospital. Lo ha conseguido mediante una tarea investigadora "de recuperar números de teléfono y buscar a gente que no nos veíamos desde hacía siglos". La llamada ha sido efectiva. Se han encontrado casi 80 personas, algunas de ellas después de muchos años sin verse. "Ha sido un encuentro maravilloso", cuenta Silvente, "porque además ha sido una reunión no solo de residentes, sino también con los tutores. Nos hemos visto, hemos recordado buenos y malos momentos, porque en la residencia se pasa de todo". 'Novicios' y docentes, todos condiscípulos, alrededor de mesa y mantel en Terraza Carmona.
De mesa a mesa, de corrillo en corrillo, de abrazo a abrazos, serpenteaban saludos, recuerdos, puestas al día, anécdotas, afectos renovados. El tiempo se volvió atrás por unas horas a los años bisoños de residentes, se hizo la magia. Rosa Milán, primera promoción del 96, la misma de Cati Conesa, resaltaba el grado de compañerismo, casi una familia, y el trabajar, trabajar y trabajar. Julissa Alarcón, procedente de la República Dominicana, se sintió y se siente como una más. Luis Ayala y Olivia Moreno, ambos de la promoción 2005-2009, se conocieron de residentes, del conocimiento al enamoramiento y de ahí al matrimonio. A la cita acudieron los dos con su pequeño Luis. "Todo lo que hemos aprendido", relataban, "se lo debemos a los maestros que están aquí". Entre ellos, el traumatólogo Agustín Gómez, que en el año 1980 llegó como Jefe de Servicio de Traumatología. De conversación a conversación, entre risas, todos se contaban brevemente el transcurrir de sus vidas en el calendario. 20 años concentrados al vacío para llevárselos a casa.
Quedó ya antedicho y, sin embargo, no está de más repetirlo: los integrantes de la primera promoción de residentes creían que venían a Almería, a Torrecárdenas, y de pronto se encontraron en Huércal-Overa, pero se llevaron la grata sorpresa de encontrarse con profesionales que les daban todo lo que sabían. Que era y es mucho, a carretadas.
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