Veterinaria y camellera, una imaginaria aventura africana

A Úrsula Schulz, le rondaba por la cabeza llevar a camélidos a Mojácar y así viajó hasta Canarias para aprender a cuidarlos · La experta tiene a seis animales que transportan a los distintos viajeros

Los pasajeros se disponen a realizar una ruta mojaquera en camello.
Los pasajeros se disponen a realizar una ruta mojaquera en camello.
Ricardo Alba / Mojácar

21 de agosto 2009 - 01:00

Ordeñar a una camella no es tarea fácil; la leche no baja sola, hay que esperar a que el guelfo estimule la bajada de la leche como antes se hacía con las vacas. "Cuando nosotros vamos a ordeñar una camella separamos a la cría, el guelfito, durante tres o cuatro horas para que se acumule la leche porque las ubres de las camellas sólo tienen glándulas, carecen de cisterna. Pasado ese tiempo soltamos al guelfo y se pone a mamar como un loco; cuando empieza a bajar la leche de la camella se nota porque la cría se queda en un pezón y porque su rabito, 'buuuuu', baja, y se ve como la ubre se hincha, sobre todo los pezones. Entonces, vamos los dos, uno pone la palangana y empezamos chachachacha; al principio las camellas no quieren pero después todas se dejan hacer tranquilas. En la empresa donde trabajaba en Canarias sacábamos cincuenta o sesenta litros de leche al día, todos los trabajadores tomábamos café con leche de camella".

La lecha de camella, al decir de Úrsula Schulz, es muy apropiada para los diabéticos y su gran sueño es tener una industria lechera de camellos, o sea, de camellas, "un proyecto grande para el que hacen falta unos dos millones de euros; es una leche fácilmente digerible y la más parecida a la leche humana al extremo de que se ha detectado que la alergia a la leche de vaca se origina por las proteínas, por un tipo de aminoácidos. Ya te digo, las leches más similares a la humana son las de camélidos y la de roedores, así que antes de ordeñar un ratón o una coneja prefiero ordeñar una camella".

A Úrsula Schulz, veterinaria de profesión y devoción, le rondaba en la cabeza llevar camellos a la localidad de Mojácar, lugar en el que reside desde casi niña. Así pues, se marchó a Canarias donde durante once años aprendió a tratar con los camélidos: "estuve trabajando en parques de ocio, en uno de ellos había trescientos camellos, y regresé con quince ejemplares. Los tenemos en una finca en la barriada de Cuartillas, de modo que cada día hacemos cuatro viajes de cuarenta y cinco minutos cada uno para llevarlos y traerlos aquí, a la desembocadura del río Aguas". De los quince, Úrsula dedica seis camellos a transportar pasajeros por rutas mojaqueras previamente establecidas, los otros nueve están en fase de doma.

Los camellos, como cualquier otro animal que se precie, tiene su nombre propio: "uno se llama Lolo, otro Walt Disney, otro Miguel Egea, y a los demás aún les estamos buscando nombre". ¿Miguel Egea, dice? "Sí, es un señor de Mojácar que le gustan mucho los animales y nos ha ayudado en todos los asuntos de tramitación". Trámites que a Úrsula le ha llevado más de un año resolver hasta que el día 19 de julio pudo, por fin, comenzar a trabajar.

Según Úrsula, es fácil domar a un camello lo difícil es evitar que tengan miedo. Quitarles el miedo a cosas nuevas "cuando ya se acostumbran al ruido, a la gente, el miedo a que les pidamos algo que no saben hacer bien, hay que tener mucho tacto y paciencia para que poco a poco ganen confianza en sí mismos". En Canarias apunta Úrsula "el camello es un animal doméstico, como en la península lo era y es el burro, sin ánimo de ofender, un animal, el camello, que llega a alcanzar más de seiscientos kilos de peso". El carácter de los camellos es diferente de uno a otro. Por ejemplo, Lolo: a la hora de comer desprecia la alfalfa porque le encanta el ordenador de Úrsula y, si no, pues la escoba o la alfombra. Otros, en cambio, son de lo más apacible; doblan las rodillas con ese movimiento tan peculiar de los camellos y se echan a comer; a la camella le encantaría darse un paseíto y comer de lo que encuentre. "También es verdad que cuando me siento ahí, en el camión, se acercan a pedirme pan y lo que les de, saben que mi dieta es mejor que la de ellos, como también han descubierto que soy más cariñosa con ellos que Miloud Zourgani, camellero marroquí con gran experiencia", uno de los mejores afirma Úrsula, "que los quiere mucho, que los trata bien, pero no les da tantos mimos como yo. Son listos estos animales".

Al comienzo o al final del puente sobre el río Aguas, según el sentido de la marcha, los camellos de Úrsula aguardan la hora prevista para comenzar el recorrido en caravana; unas rutas que transportan al viajero a imaginarias aventuras africanas desde Mojácar sentados en las monturas, piezas emblemáticas del mobiliario de los nómadas, a la vez que signo de identidad de las distintas etnias que aparecen sobre los camélidos.

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