Almería

Víctima inocente de la intransigencia

QUIEN me conoce sabe que siempre he procurado ser consecuente y fiel a los compromisos adquiridos. Pero la fidelización no puede sostenerse en el tiempo cuando a ella se responde con desaires y agravios. Por tanto, un ciclo se cierra a la par que otro se abre. Atrás quedan experiencias agotadas para desde hoy dar inicio a una ilusionante andadura en Diario de Almería. Periódico que, entre otros atractivos, ha incorporado a su redacción un excelente plantel de profesionales y amigos. Sirva el obligado introito de justificación a los artículos semanales en que abordaremos temas muy diversos (personajes, efemérides, monumentos y enclaves ciudadanos, cultura) referidos a Almería, sin someternos a un guión rígido. A su historia global y a la intrahistoria íntima, ya que nada del pasado, presente y futuro de esta bendita tierra nos debe resultar ajeno a quienes la habitamos.

Coincidiendo con la celebración en nuestra ciudad del XII Simposio Internacional "La Masonería Española: represión y exilios" -al que Diario de Almería ha brindado una cobertura informativa de excelente factura- he considerado oportuno, a título de homenaje particular, rescatar en lo posible del olvido la figura filantrópica de un insigne almeriense; quien, como tantos otros, duerme el sueño de los justos en la desmemoria colectiva ciudadana. En José Litrán García dos fuertes convicciones humanísticas (juramento hipocrático y pertenencia a una logia masónica) convergieron en un firme compromiso ético: el amor fraternal y el esfuerzo generoso hacia la Humanidad doliente, concretados en sus vecinos más necesitados. No he hallado, pese a la búsqueda intensa, una fotografía suya que hubiese puesto rostro al artículo; en su lugar, valga el testimonio gráfico de su tumba profanada. Seguiremos indagando, incluido el archivo del consulado de Gran Bretaña en la provincia.

Nacido en 1845, cursó bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza (antes Instituto de Humanidades y actual Escuela de Artes y Oficios), pocos años después de que lo hiciese don Nicolás Salmerón; aunque sí coincidió en el aula con otro insigne paisano y masón: el arquitecto Trinidad Cuartara Cassinello (1847-1912). Marchó a Granada a estudiar Medicina, licenciándose a la temprana edad de 22 años. Níjar fue su primer destino, regresando a la capital al cabo de un tiempo, una vez contraído matrimonio con Dolores Capella Meca, de familia burguesa e igualmente imbuida del pensamiento filosófico masónico. Su hermano Juan, ayudante de Ingenieros, figuró en la logia Amor y Ciencia nº 15 de Almería con el nombre simbólico de Demófilo.

Litrán es nombrado director de Sanidad del Puerto, cargo relevante y de gran responsabilidad dada la intensa actividad marítima es intensa en el tráfico de pasajeros y el de mercancías sometidos a un férreo control epidemiológico. En este tiempo simultanea el cargo con la consulta en su domicilio de la plaza de Bilbao (hoy de Manuel Pérez García). Los periódicos ponderan sus conocimientos en el arte de curar y añaden -al alejarse un tanto de la política activa tras la restauración monárquica- que ahora "dedícase casi exclusivamente al ejercicio de su humanitaria profesión, donde siempre le hallaron dispuesto a cooperar a los fines benéficos de todas las sociedades de este orden que existían en Almería". Impulsor de la Tienda-Asilo y de La Bienhechora, popular sociedad de socorros que le nombró presidente honorario y le encargó entregar en Granada los fondos recaudados con destino a los damnificados del terrible terremoto que asoló a la vecina ciudad en la Navidad de 1884. Probidad que le hizo ser elegido asimismo responsable de la comisión almeriense desplazada a Francia con cierta cantidad de dinero que paliase las estrecheces económicas que en el exilio padecía don Nicolás Salmerón.

Pese a la caída de la 1ª República, participa en cenáculos republicanos y en el Ateneo, en "donde como socio fundador varias veces hizo oír su elocuente palabra; en cuya sociedad obtuvo el cargo de primer vicepresidente y el de presidente de la Sección de Ciencias". Más tarde figuró entre los fundadores del Centro Mercantil, establecido en la glorieta de San Pedro. Colabora (1885) en la revista mensual La Voz Médica e interviene las reuniones que culminaron (aunque él ya no lo disfrutó) en la constitución definitiva (1901) del Colegio Oficial de Médicos. Visto los méritos que anteceden, es fácil colegir el prestigio social adquirido, pese a su juventud, y el cariño que le profesaban sus enfermos. Pero fue la terrible epidemia de cólera morbo asiático que azotó a numerosos pueblos y, con especial virulencia a la capital en agosto de 1885, lo que le elevó -por altruismo, dedicación y sacrificio sin renuncias- a la categoría de "santo" laico benefactor.

En calidad de subdelegado de Medicina, el gobernador Político le encargó el cinturón sanitario preventivo (lazaretos) y la red de hospitales (cinco en principio y finalmente dos) donde atender a los contagiados. El se hizo cargo del establecido en la casa-asilo de las Hermanitas de las Pobres, en carretera de Níjar (el otro en unas salas habilitadas en el propio Hospital Provincial). Cuenta que "sin descanso alguno, José Litrán, se multiplicaba en todas partes, de día y de noche; a la menor indicación volaba (en el coche de caballos municipal) al lado de los enfermos, logrando de este modo arrancar a la muerte millares de víctimas (…) Hubo días de visitar sin descanso hasta veinte horas seguidas".

Sufrió contagio, aunque falleció de cáncer, tras largo padecimiento, el 25 de febrero de 1889. Había testado el escaso patrimonio doméstico a favor de su esposa, Dolores Capella. Narran las crónicas que al entierro "acudieron todas las clases sociales; llenando a su paso de flores el féretro, cosa que pocas veces se ha visto en esta localidad". Pero el obispo de la Diócesis, Santos Zárate, negó su inhumación dada su condición de masón: Venerable maestre de la Logia Amor y Ciencia (1887), bajo el nombre de "Dantón"; y Venerable Honorario de la Logia Salmeroniana de Alhama. Después del escándalo en la prensa local, la revista italiana Giordano Bruno (nº 69, 1891) se hace eco de la execrable actitud del prelado: "Nególe la sepultura en el único cementerio que entonces había en Almería; y para no enterrar el cadáver en un campo abierto, expuesto a la voracidad de los animales, la Colonia inglesa protestante no tuvo inconveniente ninguno en enterrarle en su cementerio, dando así una lección de hospitalidad y caridad cristiana al clero y a los fanáticos de Almería". En noviembre nos ocuparemos del cementerio inglés y civil y de determinados hechos reprobables.

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